¿Es el universo hostil hacia la vida?
Los datos desmontan la teoría según la cual la especie humana vive en un lugar especial de una galaxia privilegiada
Frente a quienes sugieren que la vida inteligente de la Tierra debe ser algo extremadamente raro en el universo, la mayoría de los científicos sostienen que la vida compleja es corriente en el cosmos. Los argumentos basados en la astronomía, la geología y la biología sustentan la idea de que puede haber interlocutores del 'Homo sapiens' en otros mundos.
El Sol es una estrella entre billones, y Homo sapiens tan solo el último primate
Las afirmaciones científicas son generalizaciones de muchos ejemplos
Si la Tierra no está saturada de cráteres es porque la erosión los ha destruido
El año 2000, el paleontólogo Peter Ward y el científico planetario Donald Brownlee, ambos profesores en la Universidad de Washington (EE UU), publicaron el libro Rare Earth (Tierra rara), en el que proponían, basándose en argumentos sobre todo astronómicos, pero también geológicos y biológicos, la extrema rareza, quizá la unicidad, de la vida inteligente en el universo. Alguna crítica destacó la originalidad del libro, en cuyo tema los autores han abundado este año por medio de dos artículos: uno en la prestigiosa revista planetaria Icarus, y otro que lleva el expresivo título 'El universo hostil', en Scientific American.
Las ideas de Ward y Brownlee tienen raíces antiguas: el geocentrismo y el antropocentrismo proponían a la Tierra como centro del sistema solar y al hombre como culminación de la naturaleza. La superación del primero por el sistema de Copérnico y el derrocamiento de la categoría especial del hombre por el darwinismo fueron dos hitos en la construcción de la ciencia moderna. A partir de entonces hemos sabido que el Sol es una estrella entre billones, y Homo sapiens tan sólo el último primate. Asimismo, los nuevos planetas descubiertos a ritmo trepidante desde hace una década nos hacen sospechar que la Tierra es un planeta más entre muchos.
Ahora, los científicos norteamericanos se rebelan, en tres planos, contra esta mediocridad: según ellos, la Tierra, el Sol y la Vía Láctea son, respectivamente, un planeta, una estrella y una galaxia muy especiales; es decir, geocentrismo, heliocentrismo... y galactocentrismo.
El escepticismo ante las ideas dominantes siempre ha sido una sana característica de la comunidad científica; pero Ward y Brownlee han olido el mercado antes de tomar la pluma. En el ambiente actual, un libro que defendiese la ubicuidad de vida inteligente en el cosmos probablemente pasaría desapercibido. Pero uno que llevase la contraria a la opinión de la gran mayoría de los científicos podría convertirse en un éxito de ventas, como así ha sido.
Desde luego, todo el mundo está en su derecho de aspirar a un triunfo editorial; no así a ignorar datos elementales, a extrapolar sin base alguna, a convertir en dogmas los resultados de las extrapolaciones, o a utilizar argumentos en forma contradictoria. Demostraré estas acusaciones en los niveles galáctico y planetario, en los que los autores de Tierra rara basan sus principales argumentos.
El 80% del universo es hidrógeno o helio, pero los planetas -y también la vida- necesitan elementos (como carbono, oxígeno o hierro) más pesados y escasos; nosotros mismos estamos construidos de esos átomos especiales. A partir de este simple hecho, Ward y Brownlee descartan como portadoras de vida compleja a todas las galaxias elípticas (aproximadamente un tercio del total) con el argumento de que son demasiado pobres en elementos pesados.
En las galaxias espirales definen, a una distancia intermedia entre el centro y los bordes, un oasis en forma de rosquilla que llaman Zona Galáctica Habitable; por el contrario, en los núcleos galácticos, los agujeros negros, la radiación y las supernovas harían la vida insostenible a largo plazo, mientras que en los arrabales habría, de nuevo, escasez de átomos pesados.
Los contraargumentos contra estas extrapolaciones de envergadura cósmica son numerosos. Por ejemplo, análisis recientes de objetos en el límite del universo (los objetos HERO, siglas en ingles de Hyper Extremely Red Objects) indican que se trata de galaxias elípticas muy ricas en polvo (o sea, en elementos pesados) en las que se están formando estrellas; es decir, justo lo contrario de lo que aseguran Ward y Brownlee.
Peor aún, el concepto mismo de Zona Galáctica Habitable, la idea central de la hipótesis de la Tierra rara, se cae por su base con la estadística que los propios autores presentan en su artículo de Scientific American, y que muestra que la abundancia de elementos pesados en las estrellas cercanas al Sol varía enormemente (entre un 40% y un 120% de la abundancia solar).
Si en plena zona (el supuesto oasis de elementos pesados) hay tal variación, ¿con qué base pueden decir los autores que las zonas exteriores de todas las galaxias espirales están desprovistas de elementos pesados? Creo que cuando Ward y Brownlee borran de la lista de fincas de primera a estas zonas (cerca de la mitad del universo), están actuando sin ninguna base científica.
Los autores de Tierra rara plantean varios problemas potenciales para que un planeta sea hospitalario: primero, que cuente con vecinos gigantes (como Júpiter) que absorban o desvíen las lluvias de cometas; segundo, que tenga un satélite grande (como la Luna), ya que en caso contrario su eje de rotación cabeceará de forma brusca, alterando catastróficamente el clima; y tercero, que contenga suficiente uranio. Este elemento, producido en la explosión de algunas supernovas, generaría por radiactividad el calor con el que se agita el interior terrestre y se mueven los continentes, un rasgo imprescindible (según estos autores) para la vida, debido a su influencia sobre el clima y la geografía.
Ninguna de estas afirmaciones resiste al análisis. Unos prismáticos bastan para apreciar la enorme cantidad de cráteres de impacto que adornan la Luna; de hecho, la mayor parte de la superficie lunar (lo mismo que la marciana) está saturada de cráteres: cualquier nuevo impacto caería sobre un cráter previo. Si la Tierra no está saturada de cráteres es porque la erosión los ha destruido, pero nuestro planeta debió de sufrir un bombardeo semejante. En suma, que la supuesta protección de Júpiter no se ve por parte alguna. En cuanto al papel de la Luna como estabilizador de la rotación terrestre, se sigue discutiendo si el eje de la Tierra ha sufrido o no alteraciones catastróficas, a pesar de su gran satélite.
Finalmente, nuestras últimas ideas sobre la Tierra profunda indican que el material caliente que alimenta los volcanes sube desde el núcleo, donde no hay uranio; luego, la fuente de energía que mueve los continentes debe ser esencialmente el calor que la Tierra acopió durante su génesis, y no la radiactividad.
Pero no sólo las afirmaciones planetarias de la Tierra rara son muy poco convincentes, sino que se trata básicamente de generalizaciones a partir de un solo ejemplo: el único planeta que sabemos que alberga vida posee un gran satélite y continentes móviles. ¿Cómo pueden Ward y Brownlee saber que se trata de relaciones necesarias, y no de simples casualidades? Las afirmaciones científicas son generalizaciones de muchos ejemplos, mientras que el tipo de razonamiento de Tierra rara es: hagamos una lista con las características de la Tierra, y tendremos los requisitos imprescindibles para cualquier vida compleja. No es de extrañar que sus autores concluyan que estamos solos en el universo.
El libro está, además, cargado -no sabemos si consciente o inconscientemente- con una munición ideológica de grueso calibre: de la propuesta del carácter único de Homo sapiens a la afirmación de que el universo ha sido cuidadosamente diseñado a su medida sólo hay un paso, que los propagandistas religiosos ya se han apresurado a dar. Por supuesto, cada uno es libre de imaginar al diseñador que quiera; pero, a nuestro juicio, esta imaginación no puede apoyarse en lo que los científicos saben hoy sobre galaxias, estrellas, planetas y biosferas.
Por último, nos parece de un gusto lamentable dedicar el libro a la memoria de Carl Sagan, quien siempre creyó que el hombre tenía interlocutores en el universo, y además escribió con profundidad y poesía (Un punto azul pálido) sobre el destronamiento del hombre y de todas sus ilusiones de ser único y especial. En cambio, el disfraz ecologista de Ward y Brownlee es solamente infantil: si somos el único planeta del universo que alberga vida animal, dicen, no tenemos derecho a estropearlo. La vaciedad del argumento es evidente: ¿acaso quien estuviese convencido -como lo está la mayoría de los científicos- de que la vida compleja es común en el cosmos, tendría derecho por ello a maltratar la Tierra?
Francisco Anguita es profesor de planetología de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador, con Ricardo Amis, del Seminario de Ciencias Planetarias, integrado por estudiantes universitarios de ciencias.
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