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Reportaje:GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

El triunfo de la tecnología militar

Andrés Ortega

Estados Unidos es el único país que dispone de bombarderos que pueden despegar de su territorio, lanzar bombas de precisión a miles de kilómetros y regresar a la base de origen. Para muchos especialistas y analistas, la guerra se ha ganado -pues ya se da por ganada, al menos en las ciudades- gracias al poderío aéreo. Pero no se habría ganado sin feroces y decisivos combates en tierra, librados no directamente por tropas de EE UU, sino por proxies, fuerzas intermediarias locales, aunque enmarcadas y aconsejadas por personal y material estadounidense.

El enfoque posmoderno de la estrategia no ha cambiado en exceso en la última década para EE UU: ganar, limitando al máximo las bajas propias. La doctrina Powell, así llamada pues con esta comprensible mentalidad enfocó militarmente la guerra del Golfo en 1991 el ahora secretario de Estado, sigue vigente. La tecnología ayuda y capacita a la hiperpotencia para proyectar poderío lejos de su territorio, con muy pocas tropas.

La capacidad de los soldados y mandos de EE UU de ver a distancia y en directo crece con los comandos, satélites y aviones tripulados o teledirigidos
La estrategia vencedora en Afganistán no es una proeza logística, sino tecnológica. Con el sacrificio, eso sí, de los combatientes antitalibanes

En Afganistán, el objetivo último no era echar abajo el régimen talibán, ya conseguido. Éste era un medio para destruir la infraestructura de Al Qaeda, e intentar atrapar a su líder Bin Laden. La victoria lograda hasta ahora se ha alcanzado con armamento en buena parte pensado para la guerra fría, pero los aparatos más caros y tecnológicamente avanzados -aviones, satélites, helicópteros, bombas inteligentes- han funcionado, con éxito, en unas condiciones bien distintas a las pensadas.

La primera característica de la ofensiva ha sido su rapidez: se iniciaba el 7 de octubre, tan sólo cuatro semanas después del ataque del 11-S, y con más ligereza que en la guerra del Golfo, para la que EE UU trasladó allí más peso de material que en el desembarco de Normandía. Pero en Afganistán queda todavía mucho por hacer, razón por la cual el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, anunciaba el pasado martes que la guerra estaba 'lejos de su fin'.

Para Fareed Zajaria, 'la combinación de la revolución de la información y las municiones de precisión han producido un salto cuantitativo en la letalidad y efectividad del poderío aéreo'. Es verdad que, 'cuanto mejor información se dispone, menos bombas se necesitan para alcanzar un objetivo': 10 de media en la guerra del Golfo, dos en Afganistán, según cita el editor de la edición internacional del semanario Newsweek. Lejos quedan los tiempos de entreguerras en que el general italiano Guilio Douhet propugnaba lo que en el futuro se llamaría bombardeo estratégico, que se practicó en la Segunda Guerra Mundial, causando numerosas bajas civiles, pero sin mermar la capacidad industrial ni de Inglaterra ni de la Alemania nazi.

En Afganistán, EE UU ha llevado a cabo un carpet bombing, un planchado del terreno, con una precisión, a pesar de inevitables errores, de la que carecía en Vietnam. Los B-52 y sus cargas de entonces tienen que ver con los de ahora como un automóvil de los 70 con el último BMW.

En los tres conflictos en los que ha participado en una década, Estados Unidos ha ganado en este último, menos de un mes después de iniciar su ofensiva, y con cada vez menos bombas y salidas de aviones, en precisión. En Afganistán ha logrado quebrar la voluntad de los talibanes -no así la de la incrustada Al Qaeda- con una cuarta parte de lo que necesitó para que Milosevic se plegara en Kosovo. En Afganistán se están utilizado menos municiones de precisión que en Kosovo. Porque EE UU dispone de más y porque ha desplegados comandos que localizan blancos y dirigen los ataques.

No todo se hace desde el aire. En cuanto han podido, las fuerzas de EE UU han ocupado terreno, y construido bases desde las que lanzar ataques con aviones más pequeños o helicópteros, decisivos en la batalla de Kandahar. Antes habían encontrado trampolines en los países cercanos a Afganistán, además de sus portaaviones. Aunque éstos están a una distancia excesiva. Tanta que la anterior Administración no pudo llevar a cabo planes para capturar a Bin Laden por medio de unos comandos.

La estrategia vencedora en Afganistán no es una proeza logística, sino tecnológica. Pero no tanto como para asegurar la imposible pretensión de una guerra ideal -para EE UU- sin soldados ni bajas. En tierra, la realidad ha sido mucho más dura que vista desde el aire. Los combates los han librado básicamente los guerreros antitalibanes. Está por ver cuántas bajas se han producido en uno y otro campo. Además, como ya pusiera de relieve Michael Ignatieff, el problema de luchar a través de terceros, como la Alianza del Norte y otros grupos, es que una vez alcanzada la victoria, son éstos los que quieren imponerse, y por eso se resisten al despliegue de una fuerza multinacional significativa.

Aun así, se abre paso la idea de que, para el futuro, EE UU necesita muchos aparatos y tecnología y pocos soldados. Pero no siempre se encuentran guerreros en el lugar. En Irak no hay ninguna Alianza del Norte.

Para ese enemigo que es Al Qaeda, un teatro de operaciones es EE UU y un frente central la mente del ciudadano estadounidense (y europeo, probablemente), aún temerosa de las posibilidades de respuestas terroristas. Bush y su equipo han personalizado tanto la guerra en Bin Laden que encontrarlo se ha convertido en una necesidad.

Un bombardero B-2, prácticamente imposible de detectar por un radar.
Un bombardero B-2, prácticamente imposible de detectar por un radar.REUTERS

A caballo, con GPS

LAS FOTOS, mostradas por Rumsfeld, de comandos americanos a caballo en Afganistán, vestidos a la usanza local, se han convertido en imágenes de la estrategia en esta guerra. En comparación con la masiva concentración de tropas contra Irak o el puro ataque aéreo en Kosovo, los miembros de la Delta Force o de los Rangers, pese a algunos errores, han cambiado la manera de hacer la guerra para EE UU. Han contado también con agentes de la CIA, como Spann, uno de los americanos muertos en el ataque contra el presidio de Kala Jangi, cerca de Mazar-i Sharif -brutalmente bombardeado en contra de las convenciones internacionales tras un motín de prisioneros de guerra - y algunos afganos, colaboradores que equipados con teléfonos por satélite informaban a las fuerzas de EE UU de posibles blancos para los bombardeos. Las tropas de elite de EEUU (y algunas británicas) saben confundirse con el terreno, y ya no se pierden nunca, pues cuentan con toda una panoplia tecnológica en la que se incluye un sistema de GPS (Global Positioning System) más preciso del que llevan los automóviles de última generación, embarcaciones de recreo, e incluso excursionistas. Junto al GPS, sistemas de visión nocturna y rayos láser permiten no sólo pedir que les lancen útiles necesarios, incluidas sillas de montar, realizar labores de sabotaje o enmarcar a las fuerzas locales, sino localizar blancos, marcarlos y dirigir así el tiro de los bombardeos de precisión, aunque algunos yerren, claro. Se convierten en un enemigo invisible, mientras la capacidad de los soldados y mandos americanos de ver a distancia y en directo crece con estas tropas, con los satélites y con los aviones teledirigidos, equipados de cámaras como el Predator, que puede sobrevolar territorio al que no llegan los comandos, dirigir un bombardeo, evaluar los daños y volver de inmediato a precisar el blanco de otra oleada. Además cuentan con los JSTAR, unos grandes aviones con radares y detectores capaces de seguir objetivos móviles a más de 300 kilómetros de distancia. Mantener esta superioridad exige, como ya abogara Rumsfeld antes incluso de volver al Pentágono, no sólo superioridad área, sino espacial. Ése es un frente del futuro.

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