Entre chulería y malaje
PROBARON LA TÁCTICA con Gescartera y les dio resultado. Quizá no haya estado nunca el Gobierno del PP tan contra la cuerdas como al tener que responder de aquella gigantesca estafa. Mucho más que una imprevisión, o una incompetencia, lo que Gescartera reveló fue una colusión de gestores públicos con intereses privados. No fuera más que lo primero, ya habría sido bastante para que rodaran cabezas ministeriales: por menos cayó alguna en la denostada etapa socialista. Siendo lo segundo, la renuncia de algún ministro era una exigencia por completo inexcusable.
Para salir del trance, el ministro de Economía recurrió a un viejo ardid. Decir a la oposición, en el Parlamento: 'Usted no sabe con quién está hablando; tenga mucho cuidado con lo que dice porque le llevo ante los tribunales'. A los tribunales a un diputado no se le puede llevar a no ser que el Parlamento conceda el suplicatorio. Pero como desplante, la salida de Rato quedó muy resultona: ante su público, la chulería es siempre rentable. Sobre todo, si el diputado socialista, metido en su laberinto, pide árnica. Con lo cual, el ministro pudo dar otra vuelta de tuerca: del desplante pasó directamente al desprecio.
A partir del cierre en falso de Gescartera, las armas de la burla y el insulto no han dejado de acudir ni una semana al gesto y la palabra de la bancada -azul o marrón tanto da: unos se jalean a otros- popular. Del presidente abajo ninguno ha podido resistir la tentación de mostrar la estima en que tienen a los que no marcan el paso ante sus órdenes. Chantajistas, irresponsables, ignorantes, progres trasnochados, mentirosos, defensores de privilegios espurios, desleales, poco menos que traidores a la Patria, es el lenguaje de moda entre diputados y ministros del PP. Para que nada falte, las salidas de pata de banco del presidente son, como tantas veces, de vergüenza ajena. No especialmente dotado para aspirar a sus diez minutos en El club de la comedia, el presidente no renuncia a ser chistoso ante sus fieles, que ríen complacidos su malaje.
¿Por qué este tono, por qué tanta chulería? Mal de altura, se dice, con razón. En medio de tanto fervor internacional, que les salgan en casa poniendo reparos a su brillante gestión no puede ser interpretado más que como impertinencia merecedora tan sólo de una respuesta despectiva. Pero en política, hechos y palabras suelen guardar también alguna relación con la conquista o la conservación del poder. Construida una base de poder político-mediático-económico difícilmente conmovible, quede sólo conservarla, machacando a la oposición con todo lo que se ponga a mano. Y quizá sea ahí donde radique la explicación de este recurso permanente a la descalificación y al insulto: la cúpula del PP ha debido de pensar que es la mejor manera de confirmar ante un público adicto, embravecido por el éxito, la desnudez del adversario.
En efecto, toda la política desplegada por la oposición socialista desde el congreso que renovó su dirección ha consistido en presumir de un estilo cortés, aunque carente por el momento de contenidos identificables. Funcional para echar al olvido la dura etapa pasada, la dirigencia socialista lleva navegando demasiado tiempo en una indeterminación que afecta a cuestiones tan enjundiosas como fiscalidad, federalismo, libertarismo, republicanismo, patriotismo, reformismo constitucional. En ese mar de fluidos teóricos, las propuestas políticas concretas se han encaminado a buscar afanosamente pactos de Estado -o sea, rebajando el tono: pactos con el Partido Popular- sobre cualquier cosa que se moviera bajo el sol, pensando tal vez que la suma de buenas maneras y de oposición constructiva los convertía en sólida alternativa de poder.
Esta fantasía es lo que ha liquidado la chulería pepera: del estilo se mofan; a la oposición constructiva dedican cortes de mangas. ¿Entonces? Pues entonces está claro que a estos señores la oposición no puede seguir tratándoles sin preparar antes concienzudamente los papeles, improvisando, yendo a los asuntos como a tientas, como si no fueran capaces de defender una política propia sin necesidad de echar tantos globos sonda que al final las respuestas, si no confusas, son contradictorias. Frente al sólido aparato de poder montado por los populares, los socialistas van a necesitar algo más que buenas maneras, mucho más que un debate sobre patriotismo, y algo muy diferente a pactos de Estado. De otra forma, se seguirán riendo de ellos y mal consuelo será confiar en que más reirá quien ría el último.
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