Globalización anticipada
Al inolvidable Miguel Hernández le pasó lo que a la paloma de Alberti, que también se equivocó -pero en la perspectiva del cambiante tiempo- cuando se refirió a los bueyes en Vientos del pueblo. A aquellos que no lo eran les hicieron olvidar su auténtica identidad y origen con la impagable ayuda de serviles y complacientes boyeros. Son, quizás, los signos -no casuales y sí causales- de la globalización anticipada. Es este caso me refiero a la Navidad, que hasta en eso se notan. El abeto, como signo navideño, es de origen anglosajón -como la misma idea y plasmación de la propia globalización económica, política, social...- y también Santa Claus, ese personaje obeso y circense que no llevará pan ni juguetes a los cuarenta y cinco millones de niños que mueren diariamente de hambre y explotación. Los dos son extraños a nuestra tradición y cultura. Y es que, en la publicidad -como en tantas otras cosas-, el mundo anglosajón es maestro y sobran ejemplos. Desde el luminoso Alicante, donde la majestuosa palmera se eleva al cielo sin perder una antigua raíz en la tierra, reivindico el auténtico simbolismo de la Navidad: honrar a Dios -sin más apellidos- en las alturas y desear la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Felicidades.