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Columna
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¿Para qué la historia?

Para qué volver a la historia? Vieja pregunta. Pero, en serio, ¿para qué?, si es agua pasada que no mueve molino. ¿Qué hace una disciplina como la historia en una sociedad cambiante como la nuestra? ¿Acaso no miramos más bien al futuro? ¿No es la historia casi literatura que apenas si cuenta frente a otros conocimientos más técnicos como la economía o las ingenierías? (En ese ranking tampoco contarían la física, por ejemplo, si no es como ciencia aplicada y tecnología.) Además, suele decirse con una frecuencia cada vez mayor que cada cuál hace su historia, la interpreta según le conviene y cuenta la película según le va. No existe, en rigor, una Historia: hay historietas más o menos divertidas, más o menos útiles a ratos.

Conversaba hace unos días con un querido catedrático de la materia y planteaba incluso otro frente de duda (tan vieja como Clío, me decía). El pasado está ahí. Nuestros sesudos trabajos, los de los historiadores, están bien. Pero, ¡ay!, los literatos tienen la rara virtud de llegar al gran público. Véase, por ejemplo, lo ocurrido con ese buen libro de Javier Cercas, Soldados de Salamina, que recrea a través de una peripecia de vida y muerte, la primerísima posguerra en una zona de Cataluña.

Hay, finalmente, otro frente que cuestiona, a su manera -quizá más radicalmente que ningún otro-, la labor de la historia. Es la de quienes, reivindicándola, la confunden con la memoria. Entre éstos hay de muchas clases. Historia, memoria y homenaje a los antepasados, recuerdo entrañable de sus costumbres, oficios, ceremonias y tradiciones. Muchas veces, asociándolo a un pueblo. Ocurre con los judíos y ocurre entre nosotros, los vascos. Lo he visto en varios libros de ESO. Hay otros que buscan otras genealogías más interesantes. Por ejemplo la de cierta tradición intelectual ilustrada, pongamos. O, también, referentes espaciales o monumentales de consenso (pongamos, el árbol de Gernika y la Ortuella de La Pasionaria). Una sociedad no puede vivir sin memoria. Muy cierto. Pero la memoria (nostalgia de lo vivido) no es historia (conocimiento crítico y reflexivo sobre el pasado hecho desde la distancia del analista).

Estos y otros planteamientos impiden tener un conocimiento y un pensamiento fuerte sobre la sociedad. Y hacen que la historia, la ciencia más compleja e importante para la supervivencia de una comunidad (y no me he pasado) esté permanentemente puesta en entredicho hoy entre nosotros. Cosa que no ocurre ni en Francia ni en Alemania. ¿Para qué la historia? Para todo. Porque el hombre, cuando piensa, hace siempre y solamente historia (G. Galasso, Nada más que historia, para los interesados). Tanto cuando hace matemáticas como física o medicina. El hombre piensa en términos históricos. A quien lo dude, puede demostrársele experimental e históricamente. Por lo demás, esa ciencia tan compleja que consiste en conocer las sociedades, es siempre y exclusivamente historia, se disfrace a veces de sociología o economía (si son buenas). Vayamos con la literatura. Uno es fervoroso lector de La Regenta (Clarín) o de La marcha de Radetzky (Roth). Las novelas de época (como las estadísticas, los libros de memorias, etc.) completan el ambiente, la información sobre un tiempo. Son materia preciosa. Pero cíteme usted una novela histórica que no sea retórica y falaz sobre el pasado. La literatura tiene normas que la Historia no comprende. Y la historia puede ser divulgativa, como han mostrado hasta la saciedad los franceses.

En cuanto a la memoria, creo que ha quedado todo dicho. Finalmente, la historia siempre ha sido mucho menos especulativa que la física, por ejemplo (trabajo a partir de teorías hipotéticas muy útiles). Tiene sus normas y leyes, y, a pesar de Derrida y otros, trabaja sobre hechos palpables; muchas veces físicos. Enseñemos historia (buena historia) en nuestras aulas y tendremos mejores físicos, arquitectos, torneros y ciudadanos. Especialmente, cuando tenemos un clarísimo 'déficit de relaboración histórica' (Habermas) tras el franquismo y la transición. ¿Un brindis al sol? Confiemos que no.

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