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Reportaje

"Bin Laden estuvo aquí"

La Alianza exhibe como una 'atracción turística' una base de Al Qaeda

Guillermo Altares

Bishar era uno de los campos de entrenamiento de Al Qaeda más importantes de Afganistán, situado sólo unos pocos kilómetros al sur de Kabul. Dicen que Osama Bin Laden lo visitaba a menudo y que allí fue ejecutado Abdul Haq, el mítico caudillo guerrillero que fue capturado en noviembre cuando intentaba rebelar a las tribus pastunes del sur del país contra los talibanes.

Todo eso explica la saña de los ataques aéreos estadounidenses, durante los que incluso se utilizaron bombas antibúnker. Su efecto se puede comprobar sobre el terreno: un edificio literalmente partido por la mitad, con un inmenso y profundo cráter en el centro. El resto del complejo de cuatro kilómetros cuadrados, que fue un cuartel militar soviético y de la Alianza del Norte antes de ser tomado por los talibanes, es una sucesión de peligrosos escombros llenos de munición sin estallar. Pero, ahora, Bishar es lo más parecido a una atracción turística que se puede encontrar en Kabul.

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Primero hay que escoger un guía en el puesto militar que la Alianza ha colocado en la única vía de acceso al campo, donde varios muyahidin esperan impacientes a los periodistas, que, por razones de seguridad, sólo pueden visitar el complejo acompañados. Después, una vez terminada la visita, que se prolonga durante unas tres horas (hay mucho que ver), y tras haber pagado la propina que el guía no para de exigir, se pasa por la librería y tienda de recuerdos. Los soldados llevan a los visitantes al lugar donde duermen y allí ofrecen, a precios elevados aunque se puede regatear, todo tipo de documentos encontrados en el campo: cuadernos de los alumnos paquistaníes, libros de física, tarjetones de invitación de la Embajada de Cuba en Kabul, que nadie sabe muy bien cómo han aparecido por allí, obras antisemitas publicadas en Pakistán, calendarios de fábricas de armas o manuales de explosivos. Un consejo: por si acaso, es mejor no irse sin comprar.

El jefe de los muyahidin, Mohamed Yahid, dice que hace unas semanas agentes de la CIA rastrearon el campo, aunque no quiere dar más precisiones. Teniendo en cuenta, además, que los periodistas que han pasado por allí se han llevado todo tipo de papeles, que los soldados tienen cajas llenas a rebosar y que todavía quedan documentos tirados por todas partes, la producción testimonial de los alumnos del campo debió ser inmensa.

'Había miles de paquistaníes, chechenos, árabes, que estudiaban y se entrenaban aquí', señala Yahid, quien asegura que el campo se puso en funcionamiento en 1998, dos años después de la llegada de los talibanes a Kabul. Pero Yahid sólo lleva allí tres semanas. Ahmed Khari, un granjero de la zona, que también ofrece papeles de Al Qaeda, vive a pocos metros y dice saber todo lo que ocurría en el campo de entrenamiento. 'Trabajaban mucho y hacían instrucción militar en ese lugar', dice señalando un descampado en el que ahora pastan vacas y cabras y juegan los niños del lugar. 'Los americanos lo bombardearon durante varias noches seguidas'. ¿Y vio a Bin Laden alguna vez? 'Sí', responde. 'No vivía aquí, pero venía de vez en cuando para impartir órdenes'. Asegura que muchos talibanes extranjeros murieron durante los ataques. ¿Y no era un lugar secreto? 'Nunca tuvimos ningún problema grave con ellos. Nos quitaban comida de vez en cuando, pero nunca nos amenazaron. Todo el mundo sabía que aquí había Al Qaeda', señala.

La mayoría de los documentos se encuentran en lo que fueron el polvorín y los barracones del complejo. Allí, desde la ventana de una casa bombardeada, se pueden contemplar cantidades industriales de minas. Hay morteros, restos de munición de todos los calibres y baterías antiaéreas por todas partes. Yahid entra en las ruinas y sale con un fajo de papeles. Todo lo secreto o sensible ha desaparecido, si es que alguna vez hubo ese tipo de documentos; pero los cuadernos de los alumnos reflejan muy bien la vida en el campo. Bishar era una academia militar para el terrorismo. Y pese a que los soldados, en teoría encargados de vigilarla, la han convertido en una siniestra atracción de feria, todo lo que contiene da miedo.

Un soldado de la Alianza, entre documentos dejados por los talibanes en la base de Bishar.
Un soldado de la Alianza, entre documentos dejados por los talibanes en la base de Bishar.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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