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Una guerra de 3.000 años

Francisco Peregil

Encrucijada de caminos entre Oriente y Occidente, por Kandahar han pasado las grandes civilizaciones de la historia y numerosos caudillos se han disputado esta ciudad, que cuenta entre sus castigados muros con 3.000 años de guerras. En Kandahar la paz sólo ha existido en pequeños periodos de letargo entre una conquista y otra. Darío I la incluyó entre sus tierras, pero fue Alejandro Magno, en el siglo IV antes de Cristo, quien se adueñó de Kandahar, y muchos le atribuyen su fundación.

A caballo entre Persia e India, Kandahar fue un floreciente mercado que pasaba de unas manos a otras con la misma facilidad que sus mercancías, pero de unos y otros aprendió técnicas que desarrolló hasta convertirse en un importante foco de civilización. El regadío, que aprovechaba con un sistema de canales las aguas de las montañas, llegó a transformar sus tierras en un auténtico vergel cuya fama se extendió a los cuatro vientos y desató la envidia de feroces enemigos.

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La islamización de Kandahar se produjo en el siglo VII, cuando fue conquistada por los árabes, a quienes siguieron otros pueblos islámicos como persas, turcos y mogoles. Construye entonces sus primeras mezquitas, de las que no queda nada porque Gengis Kan redujo Kandahar a cenizas. Y apenas las hordas mongoles comenzaron a disfrutar de sus frutales y sus jardines, Tamerlan conquistó la ciudad para los turcos en 1383. Los siglos siguientes, Kandahar pasó nuevamente de indios a persas hasta que el fundador de Afganistán, Ahmad Shah Durrani, la convirtió en 1748 en la capital del nuevo Estado.

Para entonces, ya era el principal núcleo de población pastún, etnia mayoritaria de Afganistán, también muy numerosa en el norte de Pakistán. Era el nudo en el que confluían las vías de Herat, Kabul y Quetta, además de seguir siendo el punto de conexión entre Asia Central, Persia e India. Este periodo de apenas tres décadas es suficiente para diseñar la actual configuración de la ciudad, que ahora han reducido a escombros los bombardeos de EE UU.

Pero, como si una maldición hubiese caído sobre este vergel, que supuestamente esconde entre los muros de la sagrada mezquita de Jirká la capa del profeta Mahoma, Kandahar sufrió durante más de cuarenta años el hostigamiento de las tropas británicas que trataron inútilmente de conquistarla entre 1839 y 1881.

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De vuelta a Inglaterra, la fama de la irreductible Kandahar se extendió con un halo de romanticismo hacia sus bravos defensores que años después, en uno de esos extraños remansos de paz de su historia, se llenó de aventureros, de hippies, de jóvenes ansiosos de conocer el alma de Oriente. Kandahar, que dormía a la sombra de la monarquía establecida en Kabul, se despertó de su sueño con la invasión soviética en 1979. Fueron 10 años de dura lucha, pero la posterior guerra civil fue aún peor hasta el alumbramiento de los talibanes, que finalmente se han rendido sobre las ruinas de Kandahar.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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