Adornos del cuerpo
Mientras crece la decoración del cuerpo, decrece el amueblamiento de la mente. Así, en el plazo de dos días de esta semana, dos noticias han dibujado un nuevo entendimiento de la ilustración. La primera noticia es la moda extendida entre los jóvenes discotequeros de bailar con una cápsula fluorescente entre los dientes con el ánimo de realzar efectos especiales de la noche. La cápsulas luminosas son de las empleadas habitualmente como aparejos en la pesca nocturna y poseen unos ingredientes que, si se ingieren, pueden ocasionar diferentes grados de intoxicación. Por esa razón las discotecas prohibirán, en adelante, estas cápsulas de luz, en verde, en azul, en amarillo o en morado, que animaban la pista desde las bocas, pero no se censurarán las tiritas o los collares fosforescentes implantados como una tendencia con el mismo fin de ilustrar la superficie exterior.
La otra noticia se refiere, sin embargo, a la ilustración interna. A la provisión educativa de la juventud española que ha presentado unos baremos tan bajos en los últimos sondeos hasta situarla por debajo de la media europea en matemáticas y en comprensión de lecturas. Se trata de los resultados de un estudio a cargo de la OCDE en 32 países que, por otra parte, no resulta satisfactorio sobre la instrucción que aprovechan en general todos los jóvenes de esa área desarrollada internacional. En suma, pues, mientras hay un declive del equipamiento intelectual que se asume ha proliferado el mundo del adorno, de la bisutería, el tatuaje, el piercing, el maquillaje, la perilla, la purpurina y el tinte para ilustrar el cuerpo. A la distinción mediante la enseñanza ha sustituido la distinción por la enseña. La primera se corrobora y aprecia en un periodo más largo y requiere conversación, la segunda es instantánea y basta la contemplación.
El aspecto del cuerpo nunca ha importado tanto y no ya como visión de placer sino como medio de presentación. El cuerpo es nuestra apariencia, la señal de máxima identidad en un mundo de apariencias. Ponemos el cuerpo a correr, a muscularse, a pintarse, a seguir una dieta, tal como si necesitáramos invertir en un artefacto que busca un grado de aceptación en el mundo del look. Luego nos relacionamos no ya desde persona a persona como de look a look y nos enfatizamos mediante un estilo. Porque lo importante en la vida no es esto o aquello, ser así o asá sino, ante todo, poseer un estilo. El estilo se ha convertido en el compendio de la identidad.
Tener un estilo no es necesariamente poseer buen gusto, ni gozar, como antes se entendía, de estilo, a secas. Se trata de ser ostentador de una entidad que comprende primero una estética pero también una estructura de preferencias, proyectos y consumos. Unos y otros jóvenes se reúnen en bandas de estilo que no son comuniones ideológicas o profesiones de fe, sino modos de instalarse en el mundo con un hilo espiritual y narcisista en el que se decanta el modo de ser. Se es o no se es en la comunidad poseyendo o no un estilo. Las grandes firmas, las corporaciones internacionales, no se limitan hoy a diseñar ropa, los electrodomésticos o los envases, cada línea de producción a través de las diferentes actividades de una poderosa corporación se reúne en un sistema organizado en forma de estilo. Un estilo, una propuesta, que desde luego no se agota en la oferta material sino que comprende toda una decoración de la vida.
La vida, en fin, puede ser diseñada. La vida, en fin, puede ser también un objeto de consumo y modularse a través de elementos surtidos, como una estancia, un artefacto, un mecanismo, un batiscafo. Dentro de la vida que decoramos a nuestro gusto nos acoplamos como cuerpos que se conjugan gracias a la sintonía del look. Desde el modo de entender la profesión a la elección de la música, desde el tatuaje en la paletilla a la película, desde la clase de cocina al destino de las vacaciones. El estilo es la fórmula de la vida como objeto de consumo. Y eso es, sobre todo, cosmética, look: fosforescencia, forma de la apariencia, ilustración exterior.
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