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Tribuna
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La hora de la intervención en Oriente Próximo

El conflicto entre Israel y Palestina se ha ido de las manos de los actores locales, y si la comunidad internacional no toma cuanto antes una serie de decisiones perderá también su posible influencia positiva sobre una situación explosiva. EE UU no parece cambiar su posición de apoyo unilateral a Israel; por lo tanto, la Unión Europea y algunos Estados con prestigio, como Suráfrica, deben lanzar una nueva iniciativa de paz por fases a la vez que impulsar el despliegue de una fuerza no armada de interposición que limite los daños entre las partes.

La política israelí de bloqueo de las negociaciones, asesinatos selectivos, ataques a la población civil, represalias económicas y asedio a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) es incongruente. No ofrece más seguridad en el corto ni en el largo plazo a sus ciudadanos, debilita a la única institución palestina con la que puede negociar, alienta el odio en las nuevas generaciones y otorga más legitimidad a los grupos radicales palestinos. Por el otro lado, las matanzas de civiles a cargo de los hombres bomba refuerzan las posiciones extremistas israelíes y radicalizan a los moderados de forma que éstos también terminan adhiriéndose al uso de la fuerza en vez de la diplomacia, quitan peso a la ANP y producen más sufrimiento al pueblo palestino.

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La violencia es un arma para obtener resultados políticos, pero en el escenario israelí-palestino se trata de una herramienta de venganza. Los objetivos políticos se han perdido, digan lo que digan las dos partes. La respuesta de los palestinos en la calle, la segunda Intifida, ha pasado a segundo plano y está siendo hundida por los atentados de Hamás y los grupos radicales. La pretendida seguridad que el Gobierno de Ariel Sharon le quiere dar a sus ciudadanos es inútil: no hay ejército que valga contra los suicidas. Aunque Yasir Arafat pudiese y le hiciese caso y tratase de encarcelar a todos los líderes y potenciales autores de atentados, en miles de familias de Gaza y Cisjordania hay jóvenes dispuestos a morir porque ya no tienen nada que perder y cierto honor que ganar. Cada paso de Arafat para controlar a los grupos radicales refuerza la idea de buena parte de la población de que todo está perdido y que es necesario recurrir a la violencia. En 1999, el prestigioso analista palestino Khalil Shikaki me dijo en una conversación en Ramala que Israel debía impulsar la creación del Estado palestino para garantizar su propia seguridad y la ANP debía acelerar su democratización para tener legitimidad. Esta semana, Shikaki dice a The Economist: 'Hamás es parte del movimiento palestino. Un año más de Intifida y será el movimiento'.

Mientras EE UU continúe dando dinero, armas y apoyo diplomático a Israel, este país no va a cambiar de política. El Gobierno conservador israelí aceptó venir a las conversaciones de Madrid en 1991 sólo cuando el entonces presidente, George Bush, amenazó con restringir la ayuda. EE UU necesita ahora mantener la coalición contra el terrorismo y, a la vez, no quiere cambiar su política hacia Israel. Pero Washington y Europa deben mirar hacia el futuro. El analista conservador Samuel Huntington, famoso por su predicción del 'choque de civilizaciones', escribe en Newsweek (Special Davos Edition, diciembre de 2001) que una de las razones de la violencia islamista hacia Occidente es la política de EE UU hacia Israel.

Pero si Washington no cambia de política entonces es necesario que otros Estados tomen la iniciativa. La UE, con el apoyo de países como Suráfrica, Egipto y Noruega (que jugó un papel decisivo en 1991-1993), deberían plantear una estrategia de paz por fases, empezando por un alto el fuego siguiendo las líneas del Informe Mitchell, generando unas mínimas medidas de confianza y buscando las bases para iniciar una nueva negociación sobre las cuestiones cruciales: la tierra y los colonos, los refugiados, Jerusalén. Paralelamente, deberían crearse canales y foros negociadores para tratar con los grupos no estatales, como los colonos israelíes y, especialmente, los grupos radicales palestinos. Hace falta diplomacia, dinero y decisión para enfrentarse diplomáticamente con Israel y exigir más control de las finanzas y de la seguridad a la ANP. Las negociaciones en el 2002 serán mucho más complicadas que antes porque grupos como Hamás, que tienen más apoyo social al tiempo que la ANP está desprestigiada y las sociedades israelíes y palestinas son más escépticas.

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Mientras se crean las condiciones para una negociación, los Estados que tomen la iniciativa deben reconocer que la comunidad internacional está ante una situación que amenaza la paz regional e internacional y que, por lo tanto, es necesaria una acción de acuerdo con la Carta de la ONU. Por lo tanto, el Consejo de Seguridad debe asumir esta cuestión. No es algo que se vaya a aceptar fácilmente, pero los miembros del Consejo de Seguridad tendrán que ver la importancia de un compromiso que frene la escalada hacia la guerra abierta. Al mismo tiempo, el secretario general de la ONU debe exigir una misión internacional no armada de observación que sirva de control o disuasión exterior.

El ataque de Israel sobre el helipuerto de Arafat el 3 de diciembre es un indicio de que el enfrentamiento se acerca a los ataques entre los Gobiernos de Israel y la ANP de forma directa. La guerra abierta, por desigual que sea entre las dos partes, está a un paso. Es urgente tomar iniciativas, y se trata de una gran oportunidad para que Europa use la situación creada después del 11 de septiembre y le explique a EE UU que por el bien de todos es imprescindible cambiar de política, aunque haya que discrepar de Washington.

Mariano Aguirre es director del Centro de Investigación para la Paz (CIP).

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