Tiempos escolares, tiempos vitales
El pasado fin de semana se celebró el 25º aniversario de la constitución de la FAPAC, la federación que agrupa las asociaciones de padres y madres de alumnos de primaria y secundaria de las escuelas públicas de Cataluña. Esta federación se ha caracterizado siempre por una clara defensa de la calidad de la escuela pública, entendiendo que esta calidad no depende sólo de los profesores o de los planes de estudio, sino también del compromiso de las familias. Como ha destacado la prensa, en las jornadas mencionadas se puso de relieve, entre otras muchas cosas, la necesidad de adecuar mejor el calendario y los horarios educativos a los ritmos y obligaciones laborales de padres y madres. Y para ello se habló de flexibilizar la actual normativa que reglamenta de manera rígida, universal y homogénea los horarios y ritmos escolares en toda Cataluña, al margen de sus distintas realidades, y se defendió la necesidad de incrementar los servicios y las actividades extraescolares de las escuelas.
No hace falta perder mucho tiempo en comprobaciones para ver que la falta de respuesta institucional a ese desajuste entre tiempos vitales y tiempos escolares ha generado la aparición de múltiples respuestas mercantiles o de otro tipo al problema. Proliferan happy parks, ludotecas municipales o no, esplais de todo tipo y empresas y entidades de todo pelaje que tratan de cubrir mejor o peor esas franjas horarias que quedan fuera de la enseñanza reglada y su rígida organización. Ello es más grave en las escuelas públicas que en las concertadas o privadas, ya que en estos casos, la flexibilidad que su estatuto privado comporta ha podido dar una respuesta en tiempo y forma a la demanda existente.
La Administración educativa de la Generalitat ha tendido, hasta ahora, a mirárselo, pensando que si entraba en ese terreno, acabaría costándole dinero. Y argumentando, además, que no era cuestión de que los niños y niñas de este país se pasaran todo el día en la escuela, ya que tan educativa es la fase propiamente escolar como el contacto y la interacción familiar y de otro tipo de actividades no formales. Estando de acuerdo en los peligros que genera un exceso de actividad educativa en edades tempranas, no por ello podemos ignorar los quebraderos de cabeza que generan a las familias los horarios escolares actuales o los casi tres meses de vacaciones de verano. No podemos tampoco ignorar que las familias actuales sólo muy minoritariamente coinciden con el modelo tradicional de padre trabajador-madre cuidadora. La realidad sigue empecinada en contradecir los planteamientos teóricos que a veces imaginamos. Al final, es evidente que quien puede se busca la vida. Y todos sabemos (recordemos la polémica por el accidente de dos niños en una riera de la comarca de Osona el pasado verano) que el 70% de las escuelas de Cataluña organiza colonias estivales. Pero recordemos que el 30% no lo hace y que todo ello está por reglamentar y organizar.
Son muchos los sectores educativos que empiezan a moverse en la misma dirección que señala la FAPAC. Hace pocas semanas, los Movimientos de Renovación Pedagógica celebraban unas jornadas en Calella, en las que se apuntaba la necesidad de avanzar hacia una mayor flexibilidad de los tiempos escolares, pensando, por ejemplo, en reducir las vacaciones de verano y abrir más espacios vacacionales a lo largo del año. Los mismos sindicatos entienden el problema y, sabiendo que todo ello difícilmente conducirá a más horas de trabajo de los maestros y maestras, sino que más bien originará una diversificación de funciones y de protagonismos, se muestran favorables a considerar la consolidación de nuevos escenarios de prestación de servicios y la consolidación de nuevas profesiones. Se han movido en el mismo sentido, entre otras, las entidades Rosa Sensat, la Fundación Pere Tarrés y la Fundació Catalana de l'Esplai, que encabeza con FAPAC una experiencia piloto de actividades extraescolares en varias escuelas, de acuerdo con sus claustros de profesores.Si todos somos conscientes de que tiempos escolares y tiempos vitales cada vez coinciden menos, algo deberemos hacer. Si no lo hacemos, tenemos que ser conscientes de que quien puede pagárselo ya lo hace, y quien no puede ha de tirar como puede. Confiando en soluciones de cada ayuntamiento, de cada parroquia, o simplemente confiando en que sus hijos e hijas sobrevivan en calles y plazas.
La cuestión es trabajar para que las actividades escolares, las actividades extraescolares y las actividades educativas no escolares acaben teniendo una cierta articulación y respondan a las condiciones distintas y heterogéneas de cada territorio y de cada ciclo educativo. No creo que sea posible avanzar en ello sin conseguir la implicación de los profesionales de la enseñanza, la colaboración entre el gobierno autónomo y los gobiernos locales, y la colaboración entre los poderes públicos y entidades como FAPAC y otras ya mencionadas.
¿Todo ello costará más dinero? Probablemente, ya que, desde mi punto de vista, no podemos simplemente abstenernos de actuar para que quien pueda haga y quien no, se aguante. La falta de política en este campo es, de hecho, una opción política que causa más desigualdad y desequilibrio social. Propongo que a la hora de contar los costes, se tengan en cuenta también los beneficios potenciales de tomar en consideración el problema. Más costes para la Generalitat, pero también más oportunidades, generadas por nuevos puestos de trabajo, por nuevas profesiones, por nuevas opciones de negocio para la industria de hostelería y restauración de este país (véase el ejemplo francés, que ya hace tiempo inició esta linea). Y esos son también objetivos de la Generalitat.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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