_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No te mueras, tío

Para recaudar fondos destinados a programas relacionados con la drogodependencia y el sida, la Asociación AEC-Gris organiza la IX Mostra d'Art Solidari en la Casa Elizalde (calle de València, 302, hasta el 16 de diciembre). Pese a su infernal horario (de 17.00 a 20.00 horas), la exposición permite adquirir obras de un montón de artistas, desde Perico Pastor a Josep Maria Subirachs. Sobre una de las mesas del vestíbulo, trípticos anti-sida y jeringuillas por estrenar nos recuerdan que el virus también actúa en Barcelona. Las jeringuillas me dan miedo, así que desvío la mirada y pienso en los muertos de sida sepultados con la mortaja de una versión oficial que dejaba en larga enfermedad lo que tenía siglas y apellidos. Cayeron muchos. Los que menos, por transfusiones negligentes. Los que más, por la droga o una vida sexual agitada. La epidemia causó demasiados estragos para admitirlo en público. Los tratamientos caros, la lentitud de la ciencia, la rumorología sobre esa vacuna que nunca llegó fueron más lastre que tabla de salvación. Gracias a la misma medicina que tan impotente parecía, sin embargo, muchos sobreviven, temiendo que un catarro les hiele esa sonrisa que siempre procuran tener en los labios, como los personajes de las Historias de San Francisco, de Armistead Maupin, o esos héroes de uno de los cuentos del Arkansas, de David Leavitt.

Día contra el Sida, ayer; exposición en la Casa Elizalde sobre la enfermedad; próximo maratón de TV-3... Imágenes de una generación

Leavitt, por cierto, estuvo aquí en los peores tiempos del sida. Son los años que Vicent Borel, periodista que buscó en Barcelona la distancia para asumir su condición de seropositivo, describe en Un ruban noir (Un lazo negro), novela parcial de la olímpica ciudad ininterrumpida, una escena en la que un grupo de amigos deambula por la calle contando que el Cobi es una rata bajo los efectos de la mescalina. Yo recuerdo a otro pirado que, bajo los efectos de la amistad, me dijo una vez: 'Nuestra generación pasará a la historia por dos imposiciones: la de llevar casco para ir en moto y la de follar con condón'. Los polvos anteriores a la fiebre preservativa trajeron lodos que se llevaron a muchos por delante. En su novela La ela de Milet, Albert Mestres lo cuenta con precisión de forense y compara la plaga con los incendios forestales. Mestres, que estos días estrena espectáculo en el Teatre Artenbrut, nació en 1960 y, como muchos de los de su quinta, sintió la impotencia de ver como la belleza y el talento de algún amigo eran fulminados por lo más parecido al rayo destructor de un cómic. Superman no acudió para salvar a nadie. Los héroes se apuntaban a cualquier bombardeo con tal de encontrar un antídoto. A algunos fingimos haberles olvidado, pero otros siguen allí, con su infinita presencia. Quedan hijos, hermanos, viudas y padres que todavía no comprenden en qué extraño momento se jodió todo.

Dia Mundial contra el Sida (ayer), maratón en TV-3 (16 de diciembre) o exposición solidaria, cualquier noticia te devuelve su sonrisa o sus dibujos guardados en una carpeta que resiste todas las mudanzas. Incluso para tener hijos, cuando proyectabas ampliar la familia, te pedían la prueba del sida. Durante unas horas, pensabas: ¿y si me toca a mí? Los mal llamados grupos de riesgo no tenían la exclusiva del mal. Todos éramos Rock Hudson. La promiscuidad pagó la factura y se instauró la fidelidad profiláctica, tan flexible como las demás. Murieron muchos y quedan más chantajeados por la muerte. La exposición de la Casa Elizalde intenta ayudar como lo hicieron las películas, los libros o las canciones. La última, acabo de escucharla y no consigo quitármela de la cabeza. Es del francés Michel Fugain y se titula Mec, algo así como 'tío'. Es algo larga, pero creo que vale la pena que se la traduzca: 'Hola, tío. Me ha costado encontrar tu habitación. Podrías haber puesto un cartel en la puerta diciendo: es aquí, yupi-yupá. La enfermera de las gafas habla de ti con ternura. Siempre has caído bien, tío. Esto no puede terminar. ¿Sabes, tío? El futbolín jugado a tres es un rollo. Sin grito de guerra, no es lo mismo. Anoche, en el restaurante griego, le dimos fuerte a la priva. Acabamos hechos polvo, tío. No quiero que esto termine. ¡Este jodido veneno, que siembra la muerte en la sangre! ¡Y esa jodida vacuna que sigue sin llegar! Agárrate, tío, retén la vida que se escapa y que te quiere. En los libros queda bien morir joven, pero nosotros te queremos viejo. Esta noche, tío, todas las chicas del mundo lloran, incluso las que no conocían tu yupi-yupá. Y hasta a los vivos más cenizos les pesa el corazón. Un amigo que se va, tío, y la Tierra se detiene. Ya ves, tío, esta mañana al sol le daba vergüenza iluminar todo esto: yupi-yupá. Creo que de Lourdes a La Meca los dioses se burlan del mundo. No vamos a dejarnos, tío. No quiero que esto termine. ¡Este jodido destino, que siembra la mierda al pasar! ¡Y esos jodidos médicos, que no espabilan! Agárrate, tío, vuelve a la mascarada humana. En el cine queda bien morir joven, pero nosotros te queremos viejo. ¡Te queremos, tío! Y no tienes derecho a no responderme. Venga, dime otra vez: yupi-yupá. Dime otra vez que soy un gilipollas, tío, que soy un cagao, que soy un pesao. Vuelve a ser como eras, tío, no quiero que esto termine. No quiero que esto termine'.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_