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Columna
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Buenos chicos

Siempre es posible que exista un nacionalista que cae bien. En serio: es posible. Le ha ocurrido recientemente a Iban Z., cuya mistérica identidad (que creo que a nadie se le escapa, al menos en ciertos ámbitos académicos) ha sido manejada en distintos diarios, por distintos columnistas, a lo largo de los últimos días. A Iban Z., que dentro de la intelectualidad vasca no goza de un especial estrellato mediático, le ha caído, casi por accidente, la hora de aparecer en los medios. Y comprendo que yo mismo estoy colaborando en acrecentar el cúmulo de equívocos. Supongo que a estas alturas cualquier lector no avisado se estará preguntando, insistentemente, ¿quién demonios es Iban Z.?

Iban Z., por de pronto, presentó a Xabier Arzalluz en un acto organizado en la Facultad de Filología, Geografía e Historia de la UPV-EHU en Vitoria. Y quizás no podía imaginarse que, cuando un estudiante radical entregaba al viejo dirigente una tarta rellena de mierda, su nombre iba a tomar cuerpo en los periódicos. A Iban Z. le ha caído, de refilón, un tonto protagonismo mediático, del que ni siquiera podrán aprovecharse sus escritos, ya que su nombre no ha aparecido al completo.

Al menos todos los que hemos utilizado su velado nombre estamos de acuerdo en una cosa: Iban Z. escribe muy bien. Pero no es eso, lógicamente, lo que genera cierta expectación en este país. Aquí escribir bien no es mucho más importante que escribir mal. Aquí lo único que puede traer un nombre a colación es el conflicto político, aunque sea por contagio. Así, presentar en un acto público a Xabier Arzalluz, El Tronante, sólo puede servir para desfigurar aún más la personalidad de alguien que escribe bien. De hecho, en los artículos que han aparecido sobre el tema, Iban Z. se ha quedado en eso, en un nombre incompleto, en una insignificancia nominal, propia de un país para el que sólo existen los gigantes de la política o sus no menos gigantes adversarios eruditos.

A Iban Z. le han mencionado en los artículos con un tono entrañable. Iban Z. es nacionalista aunque él mismo no lo sabe. Pero eso no impide que sea, miren qué cosa, una buena persona. Es lo que pasa con los nacionalistas: que indagando a fondo en el saco se puede extraer a alguna buena persona. Suelen ser chicos razonables, lamentablemente equivocados, a los que sólo puede salvar en la consideración de los astutos su condición de buena gente. Están envueltos en una cierta candidez ignorantina. Los listos les perdonan. Les perdonan sus equivocaciones. Y se las perdonan por eso, porque son buenos chicos, adolescentes confundidos, aunque ya no sean ni chicos ni adolescentes. De hecho, los articulistas más ponderados incluso transigen en escribir su nombre con b, como si eso fuera un capricho del muchacho, como si se tratara de una vaga excentricidad que, por una vez, van a pasar por alto.

Me solidarizo con Iban Z. Posiblemente porque a veces me ha tocado jugar el papel que ahora le adjudican. Por supuesto, yo no he leído todos los libros de Jon J., como éste afirma que ha realizado el muchacho, pero sí estoy acostumbrado a disentir de las opiniones de aquellas personas con cuyas ideas no comulgo. Quiero decir que Iban Z. representa, dentro del paisaje político vasco, una figura entrañable que incluso sus altivos adversarios no desdeñan: la de nacionalista razonable, la de nacionalista moderado, la de nacionalista casi a su pesar. Al nacionalista juicioso no le salva, en opinión de muchos, lo de juicioso, sino lo de buen chico, ya que si se atreviera a ponerse al mismo nivel intelectual que sus contradictores seguramente no les haría tanta gracia. Tendrían que ponerle en su sitio. De momento, prefieren quedarse con su tierna bonhomía, y elucubrar sobre si será verdad o no que está en contra de la violencia. Nunca hay que fiarse. Nunca se sabe con esta gente.

Las perversiones del lenguaje llegan a estos extremos: un nacionalista razonable, una rara avis; chicos confundidos a los que salvan sus buenas maneras, su humildad intelectual. Un nacionalista aceptable sólo puede ser un buen chico, en fin, un eterno becario. Un becario equivocado, pero que se lee todos los libros de la gente inteligente. Mientras siga así se lo perdonarán un poco.

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