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Tribuna:DÍA MUNDIAL DEL SIDA
Tribuna
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20 años de lucha y solidaridad

Lucha y solidaridad son tal vez las palabras que mejor pueden resumir estos 20 años de historia de esta enfermedad. Por debajo, detrás, ha quedado el drama de miles de vidas apagadas en plena juventud con el futuro dibujado en el rostro, la conciencia individual del aislamiento, la discriminación. Desde que en 1979-80 se diagnosticaron los primeros casos en Nueva York y Los Ángeles, y en el 81 en el Estado español, han pasado muchas cosas y en todas ellas aparece el reflejo de lo mejor y lo peor de nuestra civilización. De una sociedad a menudo demasiado enferma para acometer el esfuerzo de solidaridad que este problema humano y social nos demanda a todos. Pero una sociedad, también, capaz de generar multitud de ejemplos de apoyo y cercanía, de lucha contra la discriminación, empezando por el que nos han dado los propios afectados.

Pese a los avances en el tratamiento, no podemos ignorar la discriminación laboral y de otra índole que sufren los afectados

A través del sida hablamos de algo más que una enfermedad. Hablamos de un problema de magnitud social -es la primera causa de muerte entre personas menores de 35 años en el mundo occidental- y de un drama humano que desde fuera nos resulta difícil de imaginar. De una enfermedad que ha generado discriminación, como no lo ha hecho ninguna otra en el siglo pasado. Conviene no olvidar lo cercanas que están las voces que reclaman la existencia de unidades y centros especiales para el tratamiento de las personas enfermas. Este problema se ha ensañado de forma especial con las personas que ya sufrían la marginación por su dependencia de los opiáceos por vía intravenosa. El sida y el temor que ha generado han incidido de forma directa en la más personal e íntima de las relaciones humanas: el encuentro sexual. Para eludir el riesgo de la transmisión, se ha impuesto la necesidad de la profilaxis, y con ello la perversa manipulación de los sectores sociales y políticos más conservadores, que han pretendido pescar en río revuelto poniendo diques al mar. Ha sido, y es, enorme el esfuerzo y la lucha social realizados para recuperar el derecho a unas relaciones sexuales con protección e información, pero libres y sin tutelas. Esfuerzo también para ofrecer apoyo y recursos a los toxicómanos y cerrar esta vía de contagio sin dogmatismo ni prejuicios, en la calle o en la cárcel. Y, cómo no, lucha contra la anatematización de los homosexuales, un colectivo que siempre ha estado en la vanguardia en la lucha solidaria a favor de la normalización y apoyo de las personas que padecen esta enfermedad.

Los datos referidos a esta epidemia constituyen la superficie de otros tantos dramas personales que quedan ocultos tras ellos. Pero están ahí y nos deben servir para no bajar la guardia a pesar de su evolución favorable. Con más de 120.000 personas infectadas, el VIH sigue constituyendo uno de los principales problemas de salud pública en el Estado, y mientras no exista una vacuna eficaz, seguirá habiendo nuevas infecciones. Desde 1981 se han acumulado más de 61.000 casos de sida, con notificación de fallecimiento en el 53% de ellos. De ellos, 4.580 se han diagnosticado en Euskadi, con 2.600 personas ya fallecidas. El incremento en la incidencia de la epidemia ha sido constante en nuestro país hasta 1994, con un progresivo descenso posterior y una preocupante estabilización en los últimos tres años.

La vía preferente de transmisión continúa siendo la drogadicción por vía parenteral, con un 76% de los casos, seguida ya por las relaciones heterosexuales no protegidas (13%) y, en tercer lugar, las homosexuales, que ya sólo suponen el 6%. Estas cifras nos indican cuáles deben ser las dianas en la prevención: la implantación del uso de jeringuillas desechables y la protección en las relaciones heterosexuales, que ya están suponiendo el 24% de las infecciones entre las mujeres.

Los avances en el tratamiento sanitario son incuestionables y hoy, con las terapias combinadas, nos estamos acercando a sustituir el concepto de enfermedad mortal por el de crónica. Las campañas preventivas han sido importantes, pero falta por ver que sus propuestas se conviertan en hábitos saludables y duraderos. Persisten, sin embargo, algunos retos pendientes. Quizás el primero de ellos sea una solidaridad internacional inexistente hacia los países del Sur, en alguno de los cuales la situación es dramática y demuestra que en este tema tampoco se puede eludir el análisis de clase y el carácter marginador de la pobreza. Pero en nuestro entorno más cercano no podemos ignorar la insuficiencia de la red de apoyo y tratamiento psicológico, la discriminación laboral, las recientes limitaciones en el acceso a las prestaciones no contributivas o las severas restricciones y obstáculos a la hora de contratar seguros personales.

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Desde el Departamento de Vivienda y Asuntos Sociales queremos transmitir nuestra solidaridad y compromiso con todas las personas afectadas y con los grupos y asociaciones que siguen empeñados en su trabajo a favor de la normalización de la vida de las personas afectadas. Por eso, desde el apoyo y colaboración con todos estos colectivos, estaremos hoy sosteniendo con ellos ese enorme lazo rojo solidario en el Arenal bilbaíno. Para no despistarnos ni bajar la guardia; es mucho lo que hemos perdido, pero también mucho lo que hemos aprendido en estos 20 años.Lucha y solidaridad son tal vez las palabras que mejor pueden resumir estos 20 años de historia de esta enfermedad. Por debajo, detrás, ha quedado el drama de miles de vidas apagadas en plena juventud con el futuro dibujado en el rostro, la conciencia individual del aislamiento, la discriminación. Desde que en 1979-80 se diagnosticaron los primeros casos en Nueva York y Los Ángeles, y en el 81 en el Estado español, han pasado muchas cosas y en todas ellas aparece el reflejo de lo mejor y lo peor de nuestra civilización. De una sociedad a menudo demasiado enferma para acometer el esfuerzo de solidaridad que este problema humano y social nos demanda a todos. Pero una sociedad, también, capaz de generar multitud de ejemplos de apoyo y cercanía, de lucha contra la discriminación, empezando por el que nos han dado los propios afectados.

A través del sida hablamos de algo más que una enfermedad. Hablamos de un problema de magnitud social -es la primera causa de muerte entre personas menores de 35 años en el mundo occidental- y de un drama humano que desde fuera nos resulta difícil de imaginar. De una enfermedad que ha generado discriminación, como no lo ha hecho ninguna otra en el siglo pasado. Conviene no olvidar lo cercanas que están las voces que reclaman la existencia de unidades y centros especiales para el tratamiento de las personas enfermas. Este problema se ha ensañado de forma especial con las personas que ya sufrían la marginación por su dependencia de los opiáceos por vía intravenosa. El sida y el temor que ha generado han incidido de forma directa en la más personal e íntima de las relaciones humanas: el encuentro sexual. Para eludir el riesgo de la transmisión, se ha impuesto la necesidad de la profilaxis, y con ello la perversa manipulación de los sectores sociales y políticos más conservadores, que han pretendido pescar en río revuelto poniendo diques al mar. Ha sido, y es, enorme el esfuerzo y la lucha social realizados para recuperar el derecho a unas relaciones sexuales con protección e información, pero libres y sin tutelas. Esfuerzo también para ofrecer apoyo y recursos a los toxicómanos y cerrar esta vía de contagio sin dogmatismo ni prejuicios, en la calle o en la cárcel. Y, cómo no, lucha contra la anatematización de los homosexuales, un colectivo que siempre ha estado en la vanguardia en la lucha solidaria a favor de la normalización y apoyo de las personas que padecen esta enfermedad.

Los datos referidos a esta epidemia constituyen la superficie de otros tantos dramas personales que quedan ocultos tras ellos. Pero están ahí y nos deben servir para no bajar la guardia a pesar de su evolución favorable. Con más de 120.000 personas infectadas, el VIH sigue constituyendo uno de los principales problemas de salud pública en el Estado, y mientras no exista una vacuna eficaz, seguirá habiendo nuevas infecciones. Desde 1981 se han acumulado más de 61.000 casos de sida, con notificación de fallecimiento en el 53% de ellos. De ellos, 4.580 se han diagnosticado en Euskadi, con 2.600 personas ya fallecidas. El incremento en la incidencia de la epidemia ha sido constante en nuestro país hasta 1994, con un progresivo descenso posterior y una preocupante estabilización en los últimos tres años.

La vía preferente de transmisión continúa siendo la drogadicción por vía parenteral, con un 76% de los casos, seguida ya por las relaciones heterosexuales no protegidas (13%) y, en tercer lugar, las homosexuales, que ya sólo suponen el 6%. Estas cifras nos indican cuáles deben ser las dianas en la prevención: la implantación del uso de jeringuillas desechables y la protección en las relaciones heterosexuales, que ya están suponiendo el 24% de las infecciones entre las mujeres.

Los avances en el tratamiento sanitario son incuestionables y hoy, con las terapias combinadas, nos estamos acercando a sustituir el concepto de enfermedad mortal por el de crónica. Las campañas preventivas han sido importantes, pero falta por ver que sus propuestas se conviertan en hábitos saludables y duraderos. Persisten, sin embargo, algunos retos pendientes. Quizás el primero de ellos sea una solidaridad internacional inexistente hacia los países del Sur, en alguno de los cuales la situación es dramática y demuestra que en este tema tampoco se puede eludir el análisis de clase y el carácter marginador de la pobreza. Pero en nuestro entorno más cercano no podemos ignorar la insuficiencia de la red de apoyo y tratamiento psicológico, la discriminación laboral, las recientes limitaciones en el acceso a las prestaciones no contributivas o las severas restricciones y obstáculos a la hora de contratar seguros personales.

Desde el Departamento de Vivienda y Asuntos Sociales queremos transmitir nuestra solidaridad y compromiso con todas las personas afectadas y con los grupos y asociaciones que siguen empeñados en su trabajo a favor de la normalización de la vida de las personas afectadas. Por eso, desde el apoyo y colaboración con todos estos colectivos, estaremos hoy sosteniendo con ellos ese enorme lazo rojo solidario en el Arenal bilbaíno. Para no despistarnos ni bajar la guardia; es mucho lo que hemos perdido, pero también mucho lo que hemos aprendido en estos 20 años.

Ángel Bao Pérez es director de Bienestar Social del Gobierno vasco.

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