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Columna
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La nación objeto

Escucho declaraciones de dirigentes de Batasuna sobre el asesinato de los ertzainas cometido por ETA. Asesinatos que, añado por mi cuenta, se cometen para hacernos saber que ETA asesina a aquellos que tratan de detenerles; que en este sentido reafirman la privatización de la confrontación. Ya no es tanto cuestión de asesinar a supuestos enemigos públicos de la patria (de su patria), como de liquidar a tiros a los funcionarios que pueden arrestarles; a personas que pueden tomar decisiones perjudiciales para ellos. Un estricto conflicto privado. No hay contencioso público. Sólo muertes causadas por unos asesinos que matan a los policías que les persiguen.

Sin embargo, los dirigentes de Batasuna siguen reiterando el carácter público del conflicto. Declaran que nos hallamos ante un contencioso objetivo del que ETA es una consecuencia inevitable. Lamentable, pero inevitable. Así, declaran que si existen consecuencias violentas, ello se debe a la violencia intrínseca del conflicto. Por tanto, Batasuna no puede detener esas consecuencias, sino solo proponer soluciones que hagan desaparecer la violencia consustancial al conflicto originario.

La causa de tal error se encuentra en la defensa de un concepto todavía mas equivocado. En creerse que la nación en general y muy en particular la vasca son una cosa, un objeto. En el discurso negador de sus responsabilidades, Batasuna mira a la nación como si fuese algo separado de una confluencia de voluntades; como algo que esta ahí definido y arrojado para siempre por la historia, y que se mueve mediante un fuerzas internas mecanicas, naturales, independientes de la voluntad humana . Esa cosa/nación -siempre según Batasuna- se halla en situación de agonía. Y ese agónico ente, como reacción desesperada, pero comprensible, a su desaparición, responde con la violencia. Violencia adecuada, dirán los de Batasuna, al extremo grado de postración en que vive (muere) la nación/objeto. Por tanto, se pierde el tiempo intentando atajar las consecuencias de tan gravísima enfermedad; lo que hay que hacer es curarla.

Parece mentira que estas gentes de Batasuna todavía sigan teniendo tan disparatadas concepciones. Deberían de saber ya algo por otro lado clamorosamente obvio. Que la nación es una construcción subjetiva. Determinadas gentes, a partir de compartir determinadas cosas, deciden (desde la perspectiva nacional) quiénes son ellos. Deciden hasta qué extremo esa identidad debe de ser defendida, o autogobernada; y hasta qué extremo es importante para ellos la preservación de esa identidad nacional . Eso quiere decir que han sido ellos, y solo ellos, los que han definido y dado mayor o menor importancia a esa nación. Y por tanto las consecuencias derivadas de esa concepción son consecuencias queridas y previstas por ellos.

Y si a uno, como a los Batasuna, se le ocurre la peregrina idea de decidir que su nación es una nación eterna y que al mismo tiempo es una nación que vive en la agonía, también tiene que asumir las consecuencias: los zarpazos asesinos derivados de esa supuesta agonía que vive ese supuesto ente con vocación de eternidad. Debe asumir la responsabilidad de las muertes causadas por una respuesta agónica, cuando él mismo ha sido el que, por que le ha dado la gana, ha decretado esa agonía

Cada construcción nacional exige asumir sus propias las consecuencias. Por ejemplo, el PNV no tiene por qué responsabilizarse de las muertes en nombre de la patria, porque no ha construidoun tipo de patria que exija o que haga comprensible la muerte, un tipo de nación que demande la muerte de otros como vía de supervivencia de una identidad nacional. En el caso de Batasuna, su discurso sobre la nación, si no la exige, desde luego la justifica. Se la justifica a ellos, y sólo a ellos.

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Nosotros no hemos construido con ellos su nación, esa nación que exige el asesinato por la espalda. Por eso no tenemos inconveniente en que se la queden ellos. Sólo ellos.

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