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CIRCUITO CIENTÍFICO
Columna
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A propósito del programa Ramón y Cajal

Los resultados de la primera convocatoria del Programa Ramón y Cajal para contratación selectiva de científicos, pueden ser ilustrativos en relación con algunos aspectos de la calidad de los centros de investigación.

Sin pretender un análisis exhaustivo, los datos disponibles ofrecen notables diferencias entre las distintas Instituciones. Por ejemplo, mientras la Universidad Autónoma de Madrid (UAM, con unos 1.200 profesores permanentes) cifró su techo de acogida en 70 plazas, la Universidad Complutense (UCM, 3.380 profesores) ofreció 75. Evidentemente, este dato puede ser sólo circunstancial. No obstante, conviene señalar que la disposición para aceptar científicos, de calidad homologada, es ya un síntoma.

En cuanto a la atracción ejercida por los centros, el dato crítico es el número de candidatos seleccionados entre los presentados por cada centro. Por ejemplo, la UCM obtuvo 36 plazas positivamente evaluadas mientras que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, 2.500 investigadores permanentes) obtuvo 220, la Universidad de Barcelona (UB, 2.230 profesores) 87 y la UAM 58. Globalmente se puede afirmar que los mejores candidatos solicitaron preferentemente las plazas del CSIC y que entre las Universidades, la UB fue la más destacada.

Estos resultados se pueden explicar por razones de pasado y de futuro. Las de pasado se resumen en haber facilitado la movilidad y las de futuro, en las expectativas percibidas por los candidatos en cuanto a las posibilidades de obtener pronto plazas permanentes, influyendo en ésto el número de plazas y las características del acceso.

Los centros más demandados han sido los que tenían una bolsa de aspirantes como consecuencia de haber secundado más eficazmente las políticas públicas de movilidad. Esta bolsa, que sin duda favoreció al CSIC, perjudicó expresamente a las Universidades que no enviaron sus postdoc a centros extrajeros sino que apoyaron otro tipo de carrera científica realizada sin salir de los propios departamentos.

En cuanto a las expectativas de futuro, es un hecho que el CSIC reiteradamente anuncia incrementos de plantillas proporcionando una imagen expansiva. El acceso a sus plazas se efectúa mediante concursos públicos, por cierto muy reñidos, que son juzgados por tribunales nombrados ex profeso por sus autoridades. Parece evidente que ambas circunstancias le han afectado positivamente.

Mientras tanto, sobre la imagen de las Universidades luce la espada de Damocles de una temida reducción de plantillas debido a las necesidades docentes decrecientes. Este elemento ha influido negativamente, con toda seguridad. Pero probablemente también el acceso, o mejor, su historial a lo largo del tiempo.

El acceso a la Universidad es igualmente por concurso público, pero los miembros del tribunal son designados en parte por sorteo y en parte por el departamento al que se adscribe la plaza. Digamos que, en la actualidad, prácticamente es el departamento quien decide. Hay un consenso en que los resultados del proceso de selección no han sido buenos globalmente. Primordialmente, por estos dos tipos de causas, los Cajales se van mayoritariamente al CSIC o a las Universidades de donde provenían y que les han inspirado menor incertidumbre.

Por su parte, las autoridades políticas también han debido valorar negativamente la selección realizada por las Universidades ya que, en la nueva Ley, han optado por cambiar el procedimiento restringiendo la autonomía a este respecto. Aunque todas las buenas Universidades del mundo seleccionan su personal sin ingerencias externas, el camino seguido por los actuales responsables políticos es perfectamente democrático. Tal vez habría convenido debatir más, dentro y fuera del Parlamento, y no pasar de puntillas o de rodillo por temas tan difíciles.

Al margen de las consecuencias de las opciones que, en materia de selección de personal, adopte la próxima ley universitaria, pueden facilitarse caminos complementarios. Hay medidas sencillas y viables que, en todo caso, podrían ser beneficiosas en relación con lo expuesto. A título de ejemplo se proponen dos. En primer lugar que los mecanismos internos de distribución del gasto en las Universidades, incluyendo muy especialmente la dotación de plantillas, tengan más en cuenta la calidad y productividad científica de los departamentos; así éstos se preocuparían de fichar a los investigadores más brillantes para cualquier tipo de plaza con responsabilidades científicas. Una segunda sugerencia es el desarrollo de programas que fomenten la movilidad de los postdoc beneficiando paralelamente a los departamentos cuando les envíen al extranjero. Habrá, con toda seguridad, muchas otras acciones de estímulo que pueden ser eficaces. No son tan caras y permiten grandes transformaciones a medio plazo. Las prohibiciones, restricciones y cargas normativas siempre pueden ser sorteadas con mayor o menor ingenio. En la Universidad, se tienen espectaculares ejemplos de hasta qué punto funciona mejor zanahoria que palo.

Ana Crespo y Ángeles Heras son profesoras de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid.

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