Letra pequeña
En una política como la catalana, que se mueve siempre entre los matices y las pequeñas diferencias, en que la alternativa se presenta como un reformismo del pujolismo, las notas a pie de página adquieren gran importancia. Sin ir más lejos, la semana pasada fue pródiga en detalles: la salida de Macias del Gobierno catalán, la polémica del doblaje de Harry Potter, la convicción de Pujol de que el destino de Convergència i Unió es la fusión, y la insistencia de Maragall en la reforma del Estatuto y de la Constitución, son cuatro ejemplos de la importancia de la letra pequeña en una vida política que no consigue encontrar su grandeza.
Pujol manejó siempre con enorme habilidad una retórica del interés nacional y una práctica siempre al servicio del interés de grupo. Pero en su ocaso, el patriarca del nacionalismo ya no tiene ni ánimo ni argumentos para vestir con alardes ideológicos los denodados esfuerzos convergentes para mantener el poder y las constantes concesiones a sus aliados de dentro (Unió) y de fuera (PP) para seguir conservándolo. Las decadencias son siempre amargas porque lo que en los momentos triunfales parecía un gran proyecto de país se transforma en un sórdido sistema de reparto de poderes. Puesto que las últimas reestructuraciones de Pujol no tienen ninguna razón que tenga que ver con las necesidades de gobierno del país, sino que responden estrictamente a los trabajos manuales de zurcido de la coalición gobernante en vistas al hecho sucesorio, la política se escapa, puesta en fuga por la politiquería. ¿Por qué deja el Gobierno Macias? Porque Durán no quiere a Felip Puig como número tres de la coalición (o cuatro si contamos todavía a Pujol). Sin embargo, Pere Macias, desde su pragmatismo, representa una novedad interesante en la política convergente. Desde su puesto en Obras Públicas, había ahuyentado el gran fantasma del pujolismo -el barcelonismo-, y parecía iniciar una estrategia centrada en dar a Barcelona la atención que Convergència no le ha dado nunca por culpa de las paranoias de Pujol. Pere Macias había intuido que empiezan a darse algunos primeros síntomas de que el consenso de la ciudad de Barcelona con el proyecto socialista, que tan bien ha funcionado durante 20 años, podría a empezar a flaquear, y que era el momento de que los nacionalistas se tomaran en serio la capital, pensando quizá que en su tumba podrían encontrar su salvación. Macias dio pasos en esta dirección. Ahora sale del Gobierno, ¿por qué? ¿Por qué la politiquería se ha impuesto y de lo único que se trataba era de que Durán callara? ¿Por qué a cierta edad -la de Pujol, por ejemplo- ya es imposible curarse de las obsesiones y las paranoias de siempre? ¿O por qué queda en reserva de partido pensando en oportunidades futuras?
Una de cal y otra de arena: reestructuración a gusto de Duran, pero advertencia de que el matrimonio de conveniencia tiene que acabar en fusión. Pujol lo insinúa, Durán se rebota. Y, sin embargo, la fuerza de las cosas da inevitablemente la razón a Pujol. Unió ya sólo puede pensar en colocar a su gente. Si en el pasado, desde la tradición democristiana, desde cierta vocación internacionalista y desde cierto discurso social pudo tener una identidad diferenciada de Convergència, en los últimos tiempos, mucha gente ha entrado en Unió pensando en la carrera política más que en otra cosa, y el perfil se ha ido desdibujando en un errático juego que no parecía tener otro objetivo que conquistar mayores cuotas de poder. Al arrimarse defintivamente a Convergència ya no sólo con pactos de aliados, sino con articulación orgánica, el futuro esta claro: el pez grande se comerá el pez pequeño, como ocurre siempre en todo proceso de fusión estratégica. Sólo es cuestión de tiempo.
El problema de los mandatos largos es que hay un momento en que el gobernante sigue en su sitio y en cambio la base de apoyo se ha movido y anda ya en otras direcciones. El doblaje de Harry Potter es un buen ejemplo. El Gobierno -fiel a las obsesiones básicas del pujolismo- se empeña en dar dinero a la Warner para que doble Harry Potter al catalán y ésta dice que ni así. Difícil de defender me parece que un gobierno gaste dinero público para aumentar la cuenta de resultados de una gran multinacional, pero ya sabemos que para la inversión en simbólico nada le parece despilfarro al presidente Pujol. La Warner dice que ni cobrando. Y Convergència habla de boicoteo a la película. ¿No saben que buena parte de su electorado, sobre todo estos sectores de cuadros y profesionales que más sienten la fatiga de las cargas de la fe nacionalista, fascinados por el discurso de lo global, casi preferirían que sus hijos vieran Harry Potter en inglés que en catalán? ¿No saben que Harry Potter es el principal libro de acceso a la lectura de los adolescentes del país y que no entenderán que una bruja nacionalista se interponga entre ellos y su héroe? ¿No les bastó con el fracaso de la campaña de las matrículas? El país se mueve y ellos sin enterarse. A todos les ocurre lo mismo.
En este panorama, Pasqual Maragall sigue predicando el sermón de la renovación constitucional, que tiene que servir para convencer a la opinión de que también en materia de nacionalismo es capaz de hacer más e ir más lejos que Pujol. Sin duda, constituciones y estatutos son cambiantes por definición. Sin duda, sería un excelente criterio que, sin drama alguno, como un normal imperativo legal, cada 20 años se procediera a una revisión de los textos básicos: los países cambian más deprisa que las leyes y es lógico que éstas se adapten a ellos y no al revés. Y, sin duda, es positivo que Maragall empuje al PSOE en la dirección de un Estado federal que responda de verdad a la idea de la España plural. Pero el planteamiento de Maragall tiene dos problemas. Primero, plantear la reforma del marco constitucional, si no se precisa muy claramente la ambición, puede ser confuso, y si se limita a dos o tres cuestiones menores, suena a artificio que busca más el ruido de proponerlo que su concreción real. Segundo, no parece que la reforma de la Constitución y del Estatuto sea una prioridad para los ciudadanos catalanes en este momento. Y, en cambio, por su carácter emblemático, puede convertirse en la propuesta estrella de la alternativa. ¿Es esto realmente lo que los ciudadanos esperan del proyecto de Maragall?
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