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Columna
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Un escaparate sin concierto

El acontecimiento estelar de la reapertura del Museo de Bellas Artes de Bilbao se ha centrado en la exposición de 22 artistas vascos, a quienes se ha calificado como artistas emergentes, bajo el título Gaur, Hemen, Orain. Los dos comisarios de la muestra hacen un canto apologético de estos artistas, con el añadido de evocar a aquellos que conformaron los grupos Gaur, Hemen y Orain de los años 60. Hablan de la búsqueda de identidad de los emergentes colocando, junto a sus trabajos, determinadas obras testimoniales de algunos artistas de aquellos sesenta.

El cómputo general de lo expuesto no pasa de ser un canto desafinado debido a la falta de calidad de la mayoría de las obras. Algunas de ellas, sean instalaciones o de otro cuño, no tendrían cabida siquiera en cualquiera de nuestras galerías de arte, dado su ínfimo interés. La mayor parte de las piezas de videoarte son lentas o excesivamente rápidas, todas muy repetitivas, con un desconocimiento manifiesto de algo tan crucial en ese arte como es el sentido rítmico del tiempo.

Se les llama emergentes y algunos de los reunidos han sido discípulos de algún otro artista también seleccionado allí. ¿Quiénes son los emergentes?, ¿el profesor?, ¿los alumnos? No, no es de recibo el haber elegido a algunos artistas sin demasiada experiencia ni años de trabajo ni calidad contrastada, bajo la premisa de pretender elevarles a la categoría de consagrados. Con ese rápido ascenso de artistas que denotan un empobrecido bagaje y muestras palpables de su inmadurez el que sale malparado es el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Para mayor abundancia, ya que hablan de la búsqueda de identidad de los artistas, alguien debería decirles que el que ha podido perderla de verdad en este caso no sea otro que el propio museo.

En cuanto a los genuinos Gaur, Hemen y Orain de los años 60, su tratamiento es un puro despropósito. Se insertan obras que están fuera de época: dos de Ibarrola de los años 1975 y 1976; una de Sistiaga de 1970; una de Zumeta de 1961, pintada cuando tenía 22 años. Destaca la ausencia de dos artistas importantes en el grupo Gaur, como son Remigio Mendiburu y Amable Arias. Aún más notable e imperdonable es la ausencia de componente alguno del grupo Orain, dos de cuyos miembros, Juan Mieg y Carmelo Ortiz de Elgea, siguen en plena actividad.

Lo malo de las ausencias aludidas es que obedecen al montaje de la exposición, la mise en scène. Como no encajaban en una puesta en escena determinada, se les borró de esta historia. De pronto, a los responsables del montaje exposicional les dio por esgrimir su encendida vena escaparatista. Para subrayar lo dicho, inciden en el error de colocar de mala manera algunas obras de Jorge Oteiza. Se presentan seis maclas suyas en dos peanas que se alzan del suelo tan sólo 15 centímetros, y una piedra, Módulo T abriéndose, queda posada en ese mismo suelo a la altura de las pisadas del visitante. Ésta y aquellas se han presentado tal cual el escaparate de una zapatería de lujo. ¡Menudo favor! Para acabar de rematar la faena, se dejan en el sótano parte de sus mejores obras, cosa que no ha ocurrido con Eduardo Chillida, al que se le ha ubicado en una sala para él solo, con una merecida, primorosa y espléndida selección de sus trabajos.

De vuelta al principio, son salvables en la muestra emergente Urzay, Badiola y poco más. Destaca sobre todos Francisco Ruiz de Infante. Cada una de las propuestas que hemos visto de él en distintas ocasiones tienen enjundia. Sus trabajos llevan el signo de la coherencia. Para colmo, esa única obra suya expuesta se ha colocado en el peor lugar del museo, en un rincón del segundo piso. No juzgamos la obra de Juan Luis Moraza -las farolas luminosas del exterior-, dado que están sin concluir.

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