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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gatillazo de comedia

Uno espera, ante el despliegue en ella de una comedia, que la pantalla eleve el ánimo a ese gozoso terreno movedizo en el que, un paso más allá de su imprecisa frontera, flota el indescifrable gesto de expresión de bienestar que llamamos sonrisa. Es la sonrisa el umbral de placer -escoltado por el destello de un hielo irónico cruel e incluso malvado- del estallido de la carcajada, esa erupción de libertad que es el buen reír, que es siempre reír con algo o reír contra algo, pero nunca reírse de algo, pues éste es el indicio de que se adueña de la pantalla la inexpresividad y la sosería de lo ridículo o lo irrisorio, que es la frustración de la comedia y el gatillazo de su estrategia.

DESAFINADO

Director: Manuel Gómez Pereira. Intérpretes: Joe Mantegna, Danny Aiello, George Hamilton, Anna Galiena, Ariadna Gil, Claudia Gerini, Geoffrey Bateman, Tifanny Hofstetter. Género: comedia, España, 2001. Duración: 120 minutos.

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Hay indicios de este gatillazo en Desafinado, porque es un filme lleno de ambiciones, que quiere contar vertiginosamente montones de cosas, pero que naufraga y se hunde en la mudez a causa de sus imprecisiones en la definición (o la falta de ella) de sus personajes (o muñones de tales) y en el despliegue y enlace de las situaciones, los choques y las réplicas, que son sosas y están torpemente construidas, por lo que no tienen engarce y vigor de conjunto, ni chispa, viveza, gracia.

Desafinado quiere pero no logra alcanzar la forma profunda, la condición de comedia, de fuente de sonrisa que conduce al brote de elocuencia de la risa libre. Porque la comedia es, de entre todas las formas genéricas, la que requiere más exactitud en el goteo de los desarrollos, la que pide más tacto y tino en el uso de la gradualidad, del paso a paso hacia una conquista expresiva, que a su vez sea el arranque de otra y ésta de otra. Pero no es el crescendo cómico sino el agolpamiento informe lo que mueve a Desafinado, por lo que, cuanto más se adentra el filme en sí mismo, más se embarulla.

La comedia es un astuto cruce de azares. Se dijo que su, a veces diabólico, juego es un misterioso capítulo no escrito de la geometría del espíritu, una cadena de casualidades dispuestas e interrelacionadas de tal manera que acaban convirtiendo a su condición de azar en necesidad y, por consiguiente, invirtiendo, volviendo del revés como un saco, a la lógica de las cosas, al orden del mundo. Nada, en efecto, hay más subversivo y azaroso, y sin embargo nada hay menos arbitrario, que una comedia. Pero Desafinado es una acumulación de arbitrariedades que no logran ser un azar invertido y por ello no rozan la piel de la idea de necesidad.

El origen del mal de fondo de Desafinado anida en el guión, pero ya en la primera escena, el número de Guadalajara, hay evidencias tanto de la falta de electricidad recíproca entre los tres protagonistas, como de la condición malamente enhebrada y mecánica de la filmación y puesta en pantalla de Manuel Gómez Pereira, que su tarea en este filme- como les ocurre a los guionistas Iborra, Oristrell y Yolanda García Serrano- está muy por debajo de sí mismo. Hay, más que esmero, tosca evidencia de dinero en la pantalla de Desafinado, que cuenta con rostros muy conocidos, entre los que quedan los magníficos, pero aislados, no engarzados en un conjunto, destellos de Anna Galiena, Ariadna Gil y Geoffrey Bateman, mientras que, de los tres protagonistas, sólo Joe Mantegna usa con sagacidad la sobreactuación, mientras Danny Aiello no alcanza a dominarla y George Hamilton se limita a hacer la estatua.

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