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Hipótesis del compadreo

'Compadrear: tratarse amistosa y familiarmente'.

Diccionario del español actual.

Los pasillos del Parlamento han visto desfilar en las últimas semanas a personajes que parecen sacados de una novela de intriga de algún mediocre escritor. Siempre en grado de presunción, porque los trabajos de los jueces, de la política y de los medios de información siguen desarrollándose, han pasado por aquí el delincuente de medio pelo que hace desaparecer el dinero, el padre de la novia que ayudó a captarlo, altos cargos de la Administración del PP, alguno de sus familiares, representantes de la Iglesia o cargos de la Guardia Civil, jóvenes y reputados profesionales del órgano que regula el mercado de valores, jefes o ex jefes de gabinete de ministros, y, una y otra vez, nuevos amigos o nuevos familiares de los unos o los otros. Antes de que comenzara el desfile, el siempre ponderado The Economist describía el caso Gescartera como 'una compleja historieta de avaricia, nepotismo y fraude que proyecta una intensa luz sobre la tradicional red de negocios a la vieja usanza en España'.

La trama política y financiera descubierta pone en cuestión la independencia de quienes trabajan en el corazón mismo del mercado de valores, la solvencia de las decisiones de varios ministros, el uso que se da al dinero público y la supuesta voluntad de transparencia del Gobierno del PP.

Por encima de todos estos interrogantes planeaban dos hipótesis que han ido adquiriendo fuerza día a día:

Primera hipótesis: que Rodrigo Rato y un número bien definido de personas de su confianza situados en la CNMV, en la Agencia Tributaria y en el Banco de España, compadrearon y permitieron, por acción o por omisión, el desarrollo de esta trama política y financiera. Esta hipótesis ha quedado bien asentada. Sabemos ya que la dirección de la CNMV se dividió en dos facciones, una de las cuales estaba formada por los leales al vicepresidente y que todos ellos fueron de una u otra forma premiados por su fidelidad. Hoy sabemos nítidamente que los efectos de esa fidelidad fue tolerar, silenciar y auspiciar el ambiente en el que Camacho ejecutó sus presuntas fechorías.

Hipótesis segunda: que Rodrigo Rato compadreó también para favorecer los negocios de él y de su familia por medio de créditos inverosímiles o ventas empresariales contra toda lógica mercantil.

El compadreo al que aludimos es sutil. Como ocurre a propósito del comportamiento del fiscal general del Estado en asuntos diversos, a veces los ministerios no necesitan dar instrucciones: la obediencia de algunos es tal que no necesitan orientación para saber lo que el jefe espera de ellos.

No hubiera sido necesaria la confirmación de estas hipótesis para que Rato fuera destituido: el funcionamiento de la CNMV ha resultado tan penoso, y los responsables de los desafueros son tan cercanos al vicepresidente, que sólo eso hubiera bastado. Una vez más Rato encarna el gran problema del Gobierno del PP: la confusión entre lo público y lo privado.

La línea central de Gescartera es la misma que afecta a Arias Cañete o Birulés (que deben levantarse de las reuniones en las que se habla de toros por incompatibilidad con los negocios de su familia, en el primer caso, o de telecomunicaciones por incompatibilidad con su pasado profesional, en el segundo), la misma que afecta a Piqué (que antes de ser ministro compartió consejos de administración con empresarios de penosa reputación), la misma que afecta a Matas (que presuntamente auspició desde el Gobierno de Baleares y con dinero público operaciones de captación de voto para el PP), la misma que afecta a Acebes (que ha obstaculizado el funcionamiento de la justicia o invadido su terreno a propósito de Liaño o de Berlusconi).

Los ministros de Aznar parecen no tener clara la diferencia entre el despacho oficial y el salón de su casa. Con excesiva facilidad invaden terrenos ajenos al suyo, y como aquellos antiguos militares que utilizaban a los reclutas para pasar el cortacésped al jardín, no entienden dónde está la frontera entre la función pública y los asuntos particulares. Es como si creyeran que tan suyo es el Poder Ejecutivo, como el Legislativo, como el Judicial, como el económico, como el mediático, o como cualquier otro que se les ponga a tiro.

Rodrigo Rato ha sido y es uno de los más claros ejemplos de esa confusión. El vicepresidente segundo del Gobierno es quien puso en manos de algunos amigos las más valiosas empresas públicas, es quien regaló 1,6 billones de pesetas de todos los españoles a las compañías eléctricas, dirigidas también por viejos conocidos suyos. Es quien ha permitido un aplastante dominio de importantes medios de comunicación por vía de empresarios una vez más cercanos al Gobierno.

Pero en Gescartera ha encontrado el señor Rato un obstáculo difícil de salvar. Aunque cuente con el apoyo ciego del presidente Aznar, aunque siga emponzoñando la vida pública con infantiles acusaciones o comparaciones con el pasado, somos muchos los ciudadanos que tenemos interés en que los asuntos privados no se confundan con los públicos. El compadreo no casa bien con la alta responsabilidad del Gobierno de España.

Antonio Cuevas Delgado es secretario adjunto del Grupo Parlamentario Socialista.

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