Los saudíes tienen que elegir entre sus dos caras
En abril de 1988, Arabia Saudí pidió a Estados Unidos que retirara a su recién nombrado embajador, Hume Horan, tras sólo seis meses. Según las informaciones de prensa, al rey Fahd sencillamente no le gustaba el enviado de Estados Unidos.
Pero lo que a los saudíes no les gustaba de él era que fuera el mejor hablante de árabe del Departamento de Estado y que utilizara sus habilidades lingüísticas para atraer a todo tipo de saudíes, incluso los líderes religiosos conservadores que se mostraban críticos con la familia gobernante.
Los saudíes no querían a nadie tan hábil para penetrar en su sociedad. De modo que, naturalmente, Washington retiró a Horan. Desde entonces ha enviado a Riad embajadores que no hablaran árabe, fundamentalmente amigotes del presidente que sabían cómo penetrar en la Casa Blanca, pero no tenían ni la más remota idea de cómo penetrar en Arabia Saudí. Estados Unidos entendió el mensaje: mientras los saudíes siguieran suministrando petróleo, lo que enseñaran en sus escuelas y mezquitas no era asunto suyo. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Bueno, pues el 11 de septiembre, nosotros, los estadounidenses, nos dimos cuenta de lo equivocada que era aquella idea. Nos enteramos de muchas cosas de Arabia Saudí que no sabíamos: que Arabia Saudí era la principal financiadora de los talibanes, que 15 de los secuestradores eran jóvenes saudíes descontentos y que Arabia Saudí permitía la recaudación de fondos para Osama Bin Laden, siempre y cuando no utilizara el dinero para atacar al régimen saudí. Sobre todo, hemos tenido conocimiento de las escuelas saudíes. En el libro de texto de décimo curso correspondiente a una de las cinco clases obligatorias de religión que se imparten en todas las escuelas públicas saudíes se dice lo siguiente: 'Los musulmanes tienen la obligación de ser leales unos con otros, sí, y de considerar enemigos a los infieles'. Esta hostil visión de los no musulmanes, que es especialmente pronunciada en la estricta vertiente saudí wahabí del islam, se ve reforzada por los sermones y los programas de televisión saudíes, y por Internet.
Desde el 11 de septiembre, el presidente de Estados Unidos ha dado varios discursos acerca de que el islam es una religión tolerante, sin ninguna hostilidad esencial contra Occidente. Pero el líder de Arabia Saudí, el guardián de los lugares sagrados musulmanes, no ha dado ninguno.
La rica familia gobernante saudí y las clases medias altas envían a sus hijos a Estados Unidos para recibir formación académica, y llevan una vida al estilo occidental en el extranjero mientras en casa se ocultan tras el velo. Pero un elemento islámico incuba hostilidad religiosa hacia Occidente, especialmente entre la juventud saudí, descontenta y en paro. Ha llegado el momento de decir la verdad: con las armas de destrucción masiva a las que se puede acceder fácilmente en la actualidad, la forma en que los gobiernos moldean la conciencia, la mentalidad y la imaginación de sus jóvenes ha dejado de ser un asunto privado.
Ahora Estados Unidos tiene dos opciones. Puede decidir que la familia gobernante saudí efectivamente es tolerante, fuerte y quiere formar parte de la solución, y de esta forma Washington puede apremiar a sus miembros para que eduquen a sus hijos de forma diferente y se aseguren de que la recaudación de fondos en su sociedad no va a parar a personas que quieren destruir la sociedad de Estados Unidos. De ser así, no espero que los saudíes enseñen a sus niños a querer a Estados Unidos o a profesar religiones distintas de la musulmana.
Pero si los países quieren buenas relaciones con Estados Unidos, tienen que saber que, independientemente de la visión religiosa que enseñen en sus escuelas públicas, esperamos que enseñen la encarnación pacífica de esa visión.
Todos los embajadores de Estados Unidos tienen que hacer que esto forme parte de sus instrucciones. Si la tolerancia no se universaliza, la coexistencia es imposible. Pero es precisamente esta sencilla tolerancia hacia otras confesiones lo que Arabia Saudí no ha estado enseñando.
Si los saudíes no quieren o no pueden hacerlo, Estados Unidos debe deducir que la familia gobernante saudí realmente no está de su parte, y debe actuar rápidamente para reducir la dependencia que tiene de ella. Antes del 11 de septiembre ya estaba a favor de la conservación radical de energía, de deshacernos de vehículos que se beben la gasolina y de reducir las importaciones de petróleo. Ahora estoy aún más a favor.
'O nos deshacemos de nuestros monovolúmenes o Arabia Saudí se deshace de sus libros de texto', comentó Michael Mandelbaum, especialista en política exterior de la universidad Johns Hopkins. 'Es peligroso seguir dando por hecho que las dos cosas pueden coexistir'.
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