¿Assemblea de Catalunya?, no, gracias
Es el barniz. Este barniz que me han colocado justo debajo de mis narices, en el suelo de madera del despacho, me debe de estar provocando un efecto de película Hair que no me permite discernir lo osado de lo directamente suicida... ¿Cómo, si no, me explico esta incorrección? ¿Cómo me atrevo a tocar el mito, casi a intentar derruirlo? Con las disculpas pertinentes, pues, por si acaso lo mío no fuera más que una consecuencia alucinógena, vamos allá: Assemblea de Catalunya, madre de todas las madres, paradigma de lo lindos que fuimos en nuestra adolescencia feliz, tan unidos, tan valientes, tan progres..., tan de verdad. Ahora que nos hemos puesto el vestido largo de los homenajes, y que salen de las catacumbas los recuerdos y los héroes, seguramente es tiempo malo para la autocrítica. Sin embargo, ¿la haremos algún día? ¿Al lado de tanta rutilancia, escribiremos algún día la miseria de aquellos años, que también la hubo, con sus forcejeos, sus golpes bajos, su unión tan desunida, su frágil resistencia, su dictadura muerta a golpes de agonía del dictador y no de férrea oposición? ¿Anotaremos, ni que sea a pie de página, que nos pusimos la zancadilla tanto como pudimos, todos poseedores de la única verdad verdadera, tan sobrecargados de dogmatismo que a veces estábamos más cabreados con el compañero camarada que con la momia caudillar? ¿Diremos que tuvimos más voluntad que inteligencia, más ganas que estrategia y que en nuestro haber abundaban tanto los ingenuos como escaseaban los estadistas? A golpe de improvisación, a golpe de fragilidad, a golpe de desunión se construyó nuestro mito, y a pesar del amor al mito -carne de nuestra carne más sensible-, habrá que decir que no fue gran cosa. Además, ¿estaban todos...?
Pero como en tiempo de homenaje la autocrítica es una falta de elegancia -y eso es imperdonable- voy a dejar como simple insinuación lo que me parece una asignatura pendiente: la contracrónica de la Assemblea, tan necesaria para entendernos como su también necesaria apología. Sin ella seguramente la memoria quedará autocomplacida, pero la historia se escribirá coja. ¿Lo mejor del antifranquismo? Pues, llanamente, que era antifranquista, que por lo demás..., para dar de comer aparte... Además, y ello es también una verdad antipática, eran pocos, poquísimos. Si algún día repasamos qué estaban haciendo algunos nombres propios de la actualidad, con edad para merecer memoria, en aquellos tiempos aciagos, ¡cómo vamos a divertirnos! Puede que algunos líderes actuales tengan sobrepeso de transición, pero... los que no..., ¿a qué dedicaban el tiempo libre? Me pasó con Molins en un recital del Grec con Raimon. Ahí todos cantando a coro nostálgico las canciones del poeta y él, el pobre, intentando balbucear algo parecido a un intento de balbuceo. Codo a codo conmigo, ¡qué lindamente nos quedaba el ínclito en evidencia! Y es que algunos, en su tiempo libre, en aquellos años, se dedicaban a sus cosas.
Sí. Claro que amamos la Assemblea. Sin embargo, escribamos esa contracrónica ni que sea como vacuna para el futuro. Pero, si no estoy por mentar la parte oscura del evento, sí que me niego en redondo a reivindicar su espíritu y mucho menos a pensar que es ello, su espíritu, lo que nos falta. Para nada, amigo -y de verdad querido- Sellarès, cuando el otro día decías que Cataluña iba bien cuando íbamos todos juntos. Primero, nunca hemos ido juntos. A lo más, revueltos y bien peleados. Segundo, para la excepción de la unidad forzada -plurales como somos- hace falta la excepción de la libertad secuestrada, y ello ni de locos..., que contra Franco sabe bien el maestro Montalbán que nunca fuimos felices. Y tercero, la frustación por la situación actual nada tiene que ver con la unidad de los patriotas o nacionales varios, sino con el exceso de esperanzas que algunas almas depositaron en el actual régimen. Es decir, lo que ha fallado no ha sido un espíritu, sino un gobierno de 22 años de hacer la viu-viu con las necesidades de este país. Cataluña no necesita viejos espíritus resucitados, ni tampoco vivir de excesos nostálgicos cual abuelitos con batallitas, sino que lo que necesita es llanamente un gobierno que gobierne la complejidad. Sin estafas metafísicas, sin trampas esenciales, sin opacidad de despachos..., sin salvadores que acaban utilizando el país para salvarse a sí mismos.
Además, queridos colegas, buena gente toda, lo de la Assemblea provocó una perversión que aún pagamos. ¿De dónde viene, sino, el lindo oasis catalán? ¿De dónde ese espirítu de amiguismo y pan con tomate que pasa de puntillas por todos los escándalos parlamentarios que hemos vivido? Secuestradas aún nuestras almas por haber compartido la foto buena de la época mala, llevamos dos décadas sin tener narices para hablar claro. Ese respeto, ése, por haber sido antifranquista, como si la correción de una época de la vida justificara el abuso del resto... Por ello, mis buenos asamblearios, bien por los homenajes y por los recuerdos. Pero nada de confundir la pobreza de nuestro presente con la épica del pasado. Ni el pasado fue épico ni el presente encuentra su bálsamo en el recuerdo. El presente no necesita viejos espíritus, cuya responsabilidad, por cierto, en la situación actual es notoria. Ni tampoco necesita unidades forzadas. La complejidad es una conquista de la libertad, una de sus garantías, uno de sus baluartes. Sólo hace falta que alguien quiera gestionarla con espíritu nuevo.
A pesar de todo, ¡qué linda la foto!
Pilar Rahola es escritora y periodista pilarrahola@hotmail.com
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