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Tribuna:LOS DISTINTOS FRENTES DE LA CRISIS INTERNACIONAL
Tribuna
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Una partida en varios tableros

La guerra en que estamos se libra en varios tableros.

El primero es el tablero doméstico de los Estados Unidos. Lo que ahí está en juego es la capacidad de abortar un nuevo ataque terrorista y de sostener la voluntad de combate de los ciudadanos norteamericanos. Poco se ha hecho en el primer sentido. Se han detenido varios sospechosos y se ha procesado a uno. La posibilidad de que el carbunco tenga origen interno complica extraordinariamente las cosas porque apunta a una quinta columna de Bin Laden. Bajo esta incertidumbre, las autoridades emiten mensajes contradictorios, ora a reemprender la vida normal, ora alertando sobre ataques inminentes. Pese a ello, el estado de ánimo de los estadounidenses permanece firme. Respaldan la acción militar y aceptan las restricciones de libertades que les han impuesto. Sólo la derecha más codiciosa está dando mal ejemplo con intentos de sacar partido de la situación a base de rebajas de impuestos y negándose a que la seguridad de los aeropuertos vuelva a manos federales, lo que es un escándalo. En conjunto, el frente está bloqueado, la amenaza terrorista persiste y persiste la voluntad social de hacer pagar a los terroristas por lo que hicieron. La partida en este tablero es psicológica, y en última instancia, moral.

El segundo es el tablero afgano. Aquí la partida es militar y política, y hasta hoy el balance es malo. Los talibanes resisten los bombardeos y es la población civil quien los sufre. Sólo ha habido una operación pie a tierra y fue un fracaso. Pese a la cooperación de los países vecinos (todos contrarios al régimen talibán), parece que para lanzar operaciones especiales va a ser necesario establecer bases en el propio territorio afgano, lo que complica las cosas. El general invierno se acerca y jugará del lado talibán. Por otra parte, formar un Gobierno de recambio se está revelando difícil. La hostilidad entre las etnias afganas, los intereses divergentes de los países vecinos y la ambigüedad sobre el papel que jugarán las Naciones Unidas multiplican las iniciativas y alejan los resultados. Más complicado todavía está siendo organizar la fuerza militar internacional que necesitará el nuevo Gobierno para respaldar su actuación. Está claro que no tendrá soldados occidentales ni rusos y que el grueso deberá proceder de un país musulmán. Turquía es el candidato de Washington, pero Irán no lo tolerará de buen grado y Ankara querrá cobrar después en términos de su candidatura a la UE. Así pues, políticamente el tablero está revuelto. Militarmente, Al Qaeda sólo se ha perdido hasta el momento algunos peones y conserva la capacidad de acción de sus militantes dispersos por el mundo. No se ha encontrado a Osama Bin Laden, y dar con él resultará un milagro.

El tercero es el tablero musulmán. Ahí se juega la estabilidad de Arabia Saudí, Egipto, Pakistán y de otros países musulmanes que nosotros llamamos 'moderados' porque nos ayudan, y Bin Laden llama 'hipócritas' porque distan de honrar los preceptos del Corán. Éste es el centro de gravedad de la guerra en curso. Diga lo que diga, Bin Laden no pretende derrotar militarmente a los norteamericanos ni aspira a que los occidentales invoquemos a Alá. Con su ataque a Estados Unidos y llamando a la guerra santa, lo que Bin Laden busca es poner a los gobernantes musulmanes 'hipócritas' bajo las presiones contradictorias de Washington y de sus opiniones públicas, en la esperanza de que alguno de ellos terminará por caer. Pase lo que pase en Afganistán, con que en uno solo de esos países se desate una guerra civil, Bin Laden habrá ganado; no digamos ya si sus correligionarios se hacen con el poder en algún sitio. Y todo ello depende del estado de ánimo en las calles de La Meca, Islamabad, El Cairo, Yakarta, etcétera, donde se siguen las imágenes que transmite Al Jazira mostrando los horrores que padecen los civiles afganos. Entretanto, los turbados gobiernos de esas capitales hacen equilibrios en busca de poder ofrecer a sus gentes algo presentable, es decir, esperando que la guerra dé solución al problema palestino, acabe con el bloqueo y los bombardeos de Irak, y que Occidente premie su fidelidad con una generosidad económica que llegue a notarse en la calle. El juego en este tablero es decisivo porque, si bien es cierto que en esta guerra Estados Unidos busca justicia y que, si no la obtiene, Bin Laden habrá ganado, no es menos cierto que millones de musulmanes también están buscando justicia en esta guerra y que, si no la obtienen, también será Bin Laden quien habrá ganado.

Luego está el tablero mundial difuso, donde ya ha comenzado un combate en orden disperso, pero a muerte, entre los servicios de inteligencia y los militantes de Al Qaeda. El nivel de secreto con que opera Al Qaeda es notable y poco se sabe de cómo van las cosas. Ahora bien, para combatir a los terroristas suicidas desplegados por el mundo, lo primero que se requiere son informaciones que permitan saber dónde se van a encontrar en un momento dado, y lo segundo, fuerzas de intervención capaces de eliminarlos en cualquier parte del mundo. La eficacia en esta lucha requiere prescindir de ataduras jurídicas y políticas. El antecedente es la campaña que desarrolló el Mossad contra la organización palestina Septiembre Negro liquidando a sus miembros en diversas capitales europeas a espaldas de los gobiernos locales. Está por ver si Estados Unidos va a hacer algo semejante. En ese tipo de guerra, cuando se localiza un blanco lo efectivo no es informar y negociar con los socios si hay que eliminarlo y/o quién debe hacerlo. La efectividad reclama a quien lleva la voz cantante que no comparta ni información ni responsabilidad. No todos los gobiernos enemigos de los talibanes van a estar dispuestos a aceptar eso, así que cabe esperar problemas. Lo anterior también reza con variantes para el seguimiento y control de dinero y de otros recursos. En estos menesteres puede ocurrir que buscando unas cosas surjan otras inesperadas y embarazosas. La partida en este tablero va a ser larga, y en el juego no sólo el terrorismo, sino también la democracia y la soberanía, pueden resultar dañados.

Por fin está el tablero económico. Sería casualidad, pero Bin Laden atacó en una fecha que multiplicó el efecto económico de su golpe. Hoy todas las grandes economías del mundo (salvo la china) están o van camino de la recesión. Los ministros de Hacienda tienen que decir y dicen que todo pasará en seis meses, pero no lo saben. Mientras los grandes no vuelvan a crecer, la situación se irá deteriorando en el noreste y el sureste asiáticos. Argentina es probable que vaya a la bancarrota, dañando al conjunto de las economías latinoamericanas. En el Mediterráneo, Israel sigue sin crecer y Turquía pasa por serios apuros (aunque Estados Unidos no la dejará caer en estos momentos). Todo esto tiene efectos negativos para el juego en el tablero musulmán. Y hay más. En la guerra en que estamos, para que una victoria se traduzca en paz habrá que gastar mucho dinero (en Afganistán y en otros sitios). Algo que la recesión complica sobremanera.

Este apretado repaso deja ver que, pese a los discursos de 'conmigo o contra mí' y a las apelaciones a la 'coalición contra el terrorismo', realmente estamos en una guerra compleja. Lo que está pasando es que Bin Laden le ha dado una patada al tablero internacional, y en el alboroto subsiguiente todo el mundo, peones, alfiles, torres y caballos, están tratando de levantarse y de ocupar una casilla mejor que la que tenían antes. Rusia y China lo están haciendo con notable habilidad porque ya sabían dónde querían ponerse. Estados Unidos no se ha hecho multilateralista de repente; lo que ha hecho es volver a encontrar una causa nacional clara: defender ante todo su seguridad doméstica. A la Unión Europea la sacudida del tablero le ha pillado mal y cada país parece ir por su lado. Blair va de norteamericano, Schröder está ejerciendo de alemán (lo que es nuevo) y los franceses, con una cohabitación complicada por las elecciones en el horizonte, se reúnen con los otros dos para que se noten menos sus titubeos. En definitiva, como siempre que hay una sacudida, vivimos tiempos en los que la primera reacción de cada uno es defender sus propios intereses. Sólo los ingenuos son más papistas que el Papa.

La Unión Europea es el marco que mejor permite a España hacer avanzar sus intereses, así que para España es tiempo de hacer Europa. Y de hacerla con un sentido preciso. Acabe como acabe, esta guerra va a marcar el futuro político de la cuenca del Mediterráneo, y los países ribereños no deben dejar que ese futuro lo marquen quienes viven lejos de sus aguas. España se ha visto hasta ahora prácticamente libre de terrorismo islámico y sería triste gracia que al cabo de esta guerra le pasara lo contrario. La guerra en que estamos le plantea a España un envite en el que su interés converge con el de sus vecinos árabes 'moderados' (nos gusten o no nos gusten sus sistemas de gobierno). Otro tanto les pasa a nuestros socios europeos mediterráneos. El reto es lograr que ese interés convergente sea acogido en iniciativas de la Unión Europea y que ésta sepa hacerlo valer ante Estados Unidos. Si al final de la guerra la cuenca del Mediterráneo resulta ser un área más pacífica y próspera, habremos ganado; si pasa lo contrario, habremos perdido. Y, como ha quedado dicho, la paz y la prosperidad en el Mediterráneo y en Oriente Próximo van a requerir más justicia que hasta ahora y más dinero que antes.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático

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