Negociar con Chechenia, única salida para Putin
Según la investigación del FBI, seis de los diecinueve kamikazes autores de los atentados de Nueva York y Washington habrían combatido en Chechenia. El 26 de septiembre, el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, así lo afirmó, precisando que 'no cabe la menor duda sobre la presencia terrorista de Bin Laden en Chechenia'. Una declaración que se ha considerado imprudente en un momento en que Estados Unidos busca una alianza con los países árabes para luchar contra el terrorismo dado que, con el tiempo, el conflicto checheno se ha convertido en el símbolo de la resistencia de un pequeño país musulmán frente al imperialismo ruso. Condoleeza Rize, consejera de Seguridad de George W. Bush, se ha visto obligada a rectificar el tiro recordando que el conflicto checheno tiene su propia historia y que hay que separar las aspiraciones legítimas del pueblo checheno de los lazos que hay entre esos combatientes y el terrorismo. Tesis que ha hecho suya el presidente Bush.
Esta visión estadounidense del dossier checheno constituye hoy un problema espinoso para Vladímir Putin. A finales de septiembre autorizó al general Kazantsev, superprefecto del Cáucaso del Norte, a entablar negociaciones con el presidente de Chechenia, Aslan Masjádov. Este último ha nombrado un representante para participar en las conversaciones y parece que, además, los dos hombres están en contacto telefónico. Por su parte, los militares y el personal proruso en Chechenia no han ocultado su hostilidad hacia dicha negociación. En una entrevista a Izvestia, Condoleeza Rize ha dado, por el contrario, su bendición a esta iniciativa del Kremlin al insistir en la necesidad de una solución política mientras invita a los chechenos a romper con los terroristas extranjeros. Algo más fácil decir que hacer.
Sobre este punto, y siempre en Izvestia, Serguéi Iastrzembski, consejero de Putin, ha precisado el número de mercenarios que hay en Chechenia -habría llegado a haber 800, pero no quedan más que 200-, así como su vía de penetración (Azerbaiyán, Georgia). Su jefe, el jordano Khatab, cuenta con combatientes turcos, saudíes, kuwaitíes, afganos y paquistaníes. Todos estos mercenarios pertenecen a la organización de los Hermanos Musulmanes y comunican al exterior sus hazañas bélicas a través de videocasetes. La reducción del número de combatientes se explica, siempre según Iastrzembski, por sus pérdidas en el combate y por una escisión que habría llevado a Khatab a expulsar a un grupo de treinta combatientes. Los Hermanos Musulmanes forman parte de la Internacional Negra, que cuenta a Bin Laden entre sus dirigentes.
En esta detallada descripción de los mercenarios, Iastrzembski no menciona para nada la negociación. Omisión que contribuye al desconcierto de la opinión pública rusa, que no entiende bien la entusiasta adhesión de Vladímir Putin a la cruzada antiterrorista de Estados Unidos y a los bombardeos estadounidenses sobre Afganistán. Estas bombas recuerdan a los rusos las que se abatieron sobre Yugoslavia hace dos años y, además, no comprenden qué puede justificar una ofensiva contra uno de los países más pobres del mundo. En los primeros días de la guerra se hizo público que una mayoría de ucranios (el 73%) desaprobaba la actuación estadounidense. Pero no se ha publicado ningún sondeo sobre la actitud de los rusos -aún más masivamente hostiles- para no molestar al presidente. Putin ha aprovechado y, del mismo plumazo, ha desmantelado la estación de escuchas de Cuba con la intención de demostrar a George W. Bush que la guerra fría ha terminado definitivamente. ¿Espera un cambio de actitud de Estados Unidos hacia Chechenia? Y ¿qué puede hacer Estados Unidos para ayudar a los rusos a salir del cenagal caucasiano?
Volvamos brevemente a la historia de esta guerra. Según una versión, Djokhar Dudáiev, general de aviación, destinado en Estonia y casado con una rusa, decidió en 1991 formar un frente popular en Chechenia. A pesar de su origen modesto, Dudáiev obtuvo nada más empezar un éxito clamoroso. Parecía que los chechenos le estaban esperando para derrocar el poder comunista en Grozny y dar libre curso a su resentimiento de antiguos deportados por Stalin. Dudáiev tomó las riendas del país mientras los rusos retiraban sus tropas, dejando allí las armas.
No todos los chechenos volvieron a su patria cuando Jruschov les liberó. Muchos de ellos eligieron la diáspora en Moscú o en otros lugares; así, el checheno Ruslán Jazbulátov fue elegido presidente del Parlamento ruso, mientras que la 'mafia chechena' inauguraba un bandidaje de nuevo estilo en la capital rusa. Entre 1991 y 1994, Chechenia estaba situada en una 'zona gris': se beneficiaba de los subsidios del poder central y pertenecía al sistema económico y fiscal de Rusia, pero recusaba la acción coercitiva contra las personas perseguidas por ese mismo poder central. Para poner fin a ese desorden, Borís Yeltsin creyó positivo seguir los consejos de halcones inconscientes que consideraban que un batallón de paracaidistas 'tomaría Grozny en un cuarto de hora'. En realidad, sus tropas asaltaron la ciudad durante más de un mes, convirtiéndola en un montón de ruinas. Sin embargo, la victoria de Grozny no significó el fin de la guerra.
El Ejército ruso no era el mismo que el soviético de la guerra de Afganistán. Mal pagados, poco disciplinados, los soldados rusos se entregaban a una guerra de conquista tan absurda como cruel. No estaban capacitados para controlar ese montañoso país. Las cifras probaban que el Ejército ruso perdía el doble o el triple de hombres que los que perdió en Afganistan. Por su parte, ese país de un millón de habitantes tuvo 80.000 muertos entre su población civil. Se acercaban las elecciones presidenciales de 1996 y Yeltsin debía, pues, acabar con esa bárbara expedición. El mes de abril de 1996, el general Dudáiev, que había sido invitado a negociar por teléfono con Moscú, fue asesinado con un misil al que 'guió' su teléfono celular. La FSB (ex KGB) consideró una hazaña la supresión del único interlocutor válido.
Tras la elección presidencial, Yeltsin, confió al general Lebed la tarea de poner fin a esa guerra insensata. Lebed no tardó mucho en ponerse de acuerdo con Aslan Masjádov, que también había sido un general soviético. Firmaron la 'paz de Jazaviurt', que retrasaba cinco años la cuestión del estatuto jurídico de Chechenia. De este modo, en medio de vivas y fiestas populares, las tropas rusas se retiraron, y en diciembre de 1996 los chechenos eligieron a su presidente: Aslan Masjádov. Entonces surgió otro drama: rebosando hombres armados, sin actividades productivas, Chechenia se convierte, en palabras de la BBC, en el 'centro mundial del secuestro'. Todas las organizaciones humanitarias abandonan precipitadamente el país. Masjádov intenta desactivar la crisis llevando a su Gobierno a los comandantes más duros -Chamil Bassaev llegó a ser vicepresidente durante un corto periodo- y decretando la charía como nueva ley del país (lo que violaba los acuerdos de Jazaviurt). Por ese tiempo, Arabia Saudí se pone como objetivo el proselitismo wahabita y Chechenia es muy vulnerable a la ofensiva.
Durante el verano de 1999, en vísperas de las elecciones presidenciales rusas, la situación se precipita: el general Guenaddi Chpigun, representante oficial de Rusia, es secuestrado en el avión que le lleva a Moscú. En el mes de agosto, los wahhabitas de Bassaev y Khatab intentan invadir el Daguestán para proclamar la 'república islámica del Cáucaso'. Tres explosiones en Moscú y Volgodonsk causan más de doscientos muertos. El candidato designado para suceder a Borís Yeltsin, Vladímir Putin, reacciona brutalmente y decreta que 'perseguirá a los terroristas chechenos hasta en las letrinas'. El país, exasperado por los sucesos, le elige presidente.
El Ejército ruso contrata kontraktniki, voluntarios bien pagados que se supone se dedican menos al pillaje. En el plano militar se marcan puntos, pero la vida civil no remonta. Los rusos responden a los atentados de los chechenos con zatchistki (limpiezas) tan brutales como ineficaces.
A falta de corresponsales de prensa, sólo es posible hacerse una idea de lo que pasa a través de las migajas que emite la televisión rusa. Algunos ejemplos. Un grupo de mujeres se ha manifestado al paso de un convoy militar tras el asesinato de un niño de diez años. En un campo de fútbol improvisado, unos jóvenes se entrenan para el campeonato de Chechenia, pero el partido no se celebrará: el equipo contrario, que viene de una ciudad vecina, ha sido secuestrado por los militares. El entrenador, muy compungido, explica que la única distracción de los jóvenes es el fútbol. Según el semanario Argumenty i Facti, en Chechenia sólo quedan 500.000 habitantes; los otros 650.000 han huido a Rusia o a otras repúblicas vecinas.
Una última imagen: el presidente proruso, el imam Khayrov, explica que acaba de hacer un viaje por los países árabes -Egipto, Irak, Jordania, Siria- para solicitar ayuda material destinada a la reconstruccción del país. ¿Es que Rusia no tiene medios para restaurar la pequeña Chechenia o acaso el dinero que destina a este fin se pierde por el camino?
Hay muchos más interrogantes: según un rumor que circula por Moscú, los jóvenes chechenos forman grupos de mstiteli (vengadores) y perpetran atentados tanto contra los rusos como contra los wahabitas.
No sé sabe mucho más, pero si hay algo que llama la atención es que las jóvenes chechenas no llevan ni chador ni pañuelo. A Aslan Mashádov no le faltará base social para una Chechenia laica, ampliamente autónoma, en el marco de la Federación de Rusia. No puede aspirar a la independencia porque la comunidad internacional no acepta modificar las fronteras existentes. Pero bastaría con que los rusos retiren el grueso de sus fuerzas de ocupación para volver a una vida normal y acabar con el odio. Para ello hay que negociar y Vladímir Putin demostrará que ha aprendido la lección de su aventura chechena si emprende negociaciones.
K. S. Karol es experto francés en temas de Europa del Este.
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