Vivir en el centro
Cuando el sábado 27 de octubre vi en su periódico una página dedicada a los problemas del centro de Madrid y sus consecuencias inmediatas en la vida de las personas que en esa zona vivimos, creí que por fin alguien se podría haber ocupado seriamente del tema, pero no era así y su contenido era tan desafortunado como el título. Por eso quiero manifestar desde aquí mi desacuerdo con el tratamiento que una vez más se ha dado a los problemas del centro de Madrid.
La noche anterior, una cadena local y pública de televisión emitía un reportaje que mostraba hasta qué punto ha llegado la decadencia y el abandono de los vagabundos, muchos de ellos enfermos psiquiátricos y drogadictos, abandonados a su suerte, que ocupan calles y plazas e instalan sus pertenencias en los sitios más insospechados, mientras los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid brillan por su ausencia.
Respecto a los ruidos y molestias que provocan los bares de copas, el botellón y el incivismo de muchos de los que salen de noche, es tratado con una ligereza tal que asombra leer algunas de sus afirmaciones.
Decir, por ejemplo, que los residentes del centro tenemos que pagar un tributo porque tenemos una situación de privilegio, me parece sencillamente inadmisible. ¿De qué privilegio se habla? Privilegio sería vivir en zonas residenciales que están en la mente de todos y en amplias y maravillosas mansiones de lujo. Quizás se considere que es un privilegio vivir en las condiciones que lo hacen muchos de los habitantes del centro, con pisos de menos de sesenta metros cuadrados, muchos de ellos sin ascensor, sin calefacción y sin un cuarto de baño o una cocina en condiciones y, además, soportando los exabruptos de los noctámbulos incivilizados.
Añadir también mi perplejidad y profundo desacuerdo con el artículo cuando afirma que se encuentran enfrentados dos derechos: el derecho a la diversión y el derecho al descanso.
De estos dos derechos sólo hay uno básico y fundamental, y así lo han reconocido últimamente los tribunales de justicia, y ése es el derecho al silencio, a la privacidad en tu propia casa. Sin éste no podría existir ninguno más, pues el hombre y la mujer serían seres inútiles e incapaces para la vida. En cuanto a la diversión, el concepto es muy amplio e incluso abstracto: muchísima gente se divierte de mil maneras distintas y en distintos lugares sin molestar a nadie.
Cuando hablamos del problema de los ruidos del centro, si se quiere defender a alguien que no seamos los vecinos, digan mejor, en lugar del derecho a la diversión, el derecho a beber alcohol o tomar drogas por doquier, a gritar o a saltar molestando, a orinar en las puertas o en los portales con total desprecio a quienes en ellos viven, y a poner la música a noventa o cien decibelios dentro de los locales. Todo esto sin contar la ocupación por los vehículos de los pasos de cebra, esquinas, entradas de garajes, aceras, etcétera.
Por último, una pregunta: ¿para que algunos ejerzan el derecho a su diversión, tendremos los vecinos que abandonar de jueves a lunes nuestras viviendas habituales, y renunciar a vivir dentro de nuestras casas con normalidad, léase, hacer el amor tranquilos, escuchar música, leer, ver la televisión, descansar o dormir?
Hoy por hoy, muchos de los vecinos del centro no podemos desarrollar con normalidad dentro de nuestras casas esos derechos básicos.
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