Las aguas del Califato
Córdoba alberga, junto a la Mezquita, los baños árabes más grandes de Europa
El edificio es un símbolo de cómo se entrelazan las culturas. La fachada de la casa está adornada por un letrero de azulejos que dice 'Ave Maria Gratia Plena' y por un retrato de san Bernardo. Hasta hace unos días había también una imagen de san Rafael. Pero todo lo demás es árabe. Nada más cruzar la puerta llega música sufí, olor de jazmines y de incienso, rumor de agua corriente. Son los Hamman, los baños árabes más grandes de Europa, a cuatro pasos de la Mezquita Catedral de Córdoba.
'Hemos querido revivir la época del califato', explica la directora de Hammam, María del Carmen García. 'Nos hemos documentado y hemos tratado de reproducir los aromas, los sonidos y el ambiente, además de la arquitectura'. Pero claro, con los lujos, las comodidades y los precios del siglo XX. Por aquí, entre las 10 de la mañana y las 12 de la noche, de lunes a domingo, pasan unas 200 personas que, ataviadas sólo con un bañador, disfrutan de un gozoso viaje en el tiempo.
Llama la atención que todo el mundo vaya descalzo. 'El suelo es radiante', aclara García. 'Tenemos un sistema de tubos subterráneos que lo mantiene a una temperatura constante de 35 grados. De modo que es aséptico, no hay riesgo de hongos ni de ningún tipo de infección'. Los bañistas, después de darse una ducha preliminar, van pasando de sala en sala, de piscina en piscina: siguiendo el modelo de las termas romanas. De la fría, a 20 grados, a la templada, a 30, y luego a la caliente, a 40. 'Lo bueno es el contraste', asegura la directora. Abre los poros, relaja los músculos y las articulaciones, mejora la circulación de la sangre, y, en general, da placer.
Por lo común uno se pasa hora y media en el agua y luego recibe 15 minutos de masaje. Jesús Fernández, masajista, se muestra partidario de la historia, sí, pero sin fanatismos. 'Los árabes, originariamente, se frotaban la piel con crin de caballo y se daban unos masajes bastante bruscos. Nosotros lo hacemos más suave'. Quien lo desea añade aceites esenciales de lavanda, romero o salvia. Y funciona. 'Los clientes se quedan tirados en la camilla. Hay que llamarlos varias veces para que se levanten', sonríe Fernández.
El sosiego es parte importante del tratamiento, así que el aforo de los baños, cuya superficie es de más de 600 metros, queda limitado a 35 personas. 'Se puede venir en grupo', advierte la directora, 'de hecho hay tarifas especiales, pero se les pide explícitamente que hablen en voz baja'. Cosa que se agradece, desde el punto de vista de la ilusión de volver al califato, porque el recinto está perfectamente aislado del exterior; no se oye ni uno sólo de los rugidos de las motos que truenan ahí fuera, ni el estrépito que suele acompañar a las obras. 'Sí, estamos de obras', reconoce García. 'Vamos a abrir una tetería y un restaurante en el piso de arriba'.
Cómo resucitar un negocio medieval
La tradición de los baños árabes arranca de muy lejos. En el siglo VI, el profeta los recomendaba a sus fieles porque estimulaban la fertilidad y levantaban el espíritu. En todas las ciudades solía haber una casa de baños cerca de la mezquita, un lugar tranquilo y silencioso, a media luz, en el que los fieles podían purificarse y relajarse a cualquier hora del día o de la noche. Los baños de vapor también eran espacios de convivencia y de discusión, donde se decidían negocios, proyectos y hasta casamientos, y donde podía verse por igual a los ricos y a los humildes, a los musulmanes, los judíos y los cristianos. Uno podía arreglarse el pelo, afeitarse, darse masajes, hacerse la pedicura y la manicura, pedir una sangría medicinal... Inicialmente, las mujeres tenían prohibida la entrada, pero con el tiempo, a fuerza de concesiones parciales, se ganaron este saludable derecho. Llegó un momento en el que el hecho de que un marido negase a su esposa el permiso para ir a los baños era razón suficiente para pedirle el divorcio. En el siglo X, Córdoba contaba con centenares de casas de baños. Pero cuando los cristianos tomaron la ciudad, desaparecieron sin dejar rastro. Lo mismo pasó en Málaga, en Toledo, en Elche, en muchas otras medinas. Ahora, un grupo empresarial llamado Al Andalus, radicado en Granada, está invirtiendo muchos millones para resucitar esta costumbre y el excelente negocio que lleva aparejado cuando se vincula al turismo. En Córdoba, Al Andalus compró cuatro casas en pleno casco antiguo, las unió y las convirtió en hammam (baño en árabe). La empresa se gastó 300 millones de pesetas, recibió ayudas de la Consejería de Turismo, del Programa Urban y del INEM y creó 22 puestos de trabajo. Y siguiendo en esta línea, proyectan abrir nuevos baños en otras ciudades andaluzas. La experiencia inicial fue en Granada. Allí, a los pies de la colina de la Alhambra, funcionan con éxito desde hace un par de años. El grupo empresarial -una sociedad limitada con cientos de socios- compró un edificio derruido en la calle Santa Ana, en la orilla izquierda del Darro, al que poco a poco ha sumado otros inmuebles.
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