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Desplazados, secuestros y magnicidios: los crímenes del ELN atormentan sin tregua a Cúcuta

La guerrilla lleva décadas sembrando terror en la capital de Norte de Santander

Juan Fernando Cristo durante una rueda de prensa sobre la situación del Catatumbo
Juan Fernando Cristo durante una rueda de prensa sobre la situación del Catatumbo, en Cúcuta, el 22 de enero 2025.Ferley Ospina
Santiago Torrado

“El ELN ha tirado a la basura cualquier posibilidad de paz en Colombia”, ha dicho sin rodeos esta semana el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, desplegado en su natal Cúcuta para atender una emergencia humanitaria de enormes dimensiones. La arremetida de la última guerrilla en armas ha provocado decenas de muertos y 40.000 desplazados en el departamento de Norte de Santander. “Lo que ha cometido el ELN es una infamia y un crimen de guerra contra la población civil del Catatumbo”, agregó el ministro. “El ELN tiene el propósito de controlar la frontera con Venezuela, pero no se lo vamos a permitir”, añadió sobre una operación que, enfatizó, irrespeta todas las normas de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. “Ya los dejó el tren de la historia”.

Cristo es el funcionario de más alto nivel que ha enviado a Cúcuta el presidente Gustavo Petro en esta semana trágica, en la que el Ejecutivo declaró un estado de excepción localizado que incluye a la ciudad y su área metropolinana. Es también una de las tantas víctimas que ha dejado el autodenominado Ejército de Liberación Nacional en la capital del departamento. El veterano político cumple un ritual cada año. En la primera semana de agosto, dedica su columna en el periódico local La Opinión a escribirle una carta a su padre ausente, el congresista y médico Jorge Cristo Sahium, acribillado de forma salvaje el 8 de agosto de 1997 cuando entraba a su consultorio. “Un año más papá y ya son 27 sin su presencia vigorosa, cariñosa y protectora, que siempre añoramos. No deja de impresionarme, como confirmación de la complejidad de la violencia que padecemos, que aún exista la guerrilla del ELN que planeó y ejecutó el horrendo crimen aquel viernes”, escribía el año pasado, cuando acababa de aceptar la cartera del Interior, que ya había ocupado en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018).

Miles de personas llegaron hasta la ciudad de Cúcuta para escapar de la guerra entre el ELN y las disidencias de las FARC, el 22 enero 2025.
Miles de personas llegaron hasta la ciudad de Cúcuta para escapar de la guerra entre el ELN y las disidencias de las FARC, el 22 enero 2025.Ferley Ospina

Guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y bandas criminales de todo cuño han azotado por décadas a la principal ciudad colombiana sobre la convulsa frontera con Venezuela, repleta de ‘trochas’ por donde fluye todo tipo de contrabando. El Catatumbo, pocos kilómetros al norte, es la región con mayor concentración de cultivos de coca en el mundo. La barbarie paramilitar llegó al extremo de instalar en el departamento los infames hornos crematorios para desaparecer a sus víctimas. En medio de ese archipiélago de grupos armados, el ELN ha encontrado su retaguardia del otro lado de la línea limítrofe y se ha convertido en una guerrilla binacional. Para su arremetida de la semana pasada, trasladó combatientes desde Arauca, otro departamento fronterizo que ha convertido en bastión de guerra. Con una presencia que se remonta a los años setenta, se ha ensañando tanto con los nortesantandereanos, en general, como con los cucuteños, en particular.

Eustorgio Colmenares, el fundador y director de La Opinión, es otra de sus víctimas más recordadas. Fue baleado por miembros del ELN el 12 de marzo de 1993 en el solar de su casa, donde estaba acompañado por su esposa, en un crimen considerado de lesa humanidad. Un busto en su memoria se levanta a la entrada de la Quinta Yesmín, la casa patrimonial de paredes verdes en el centro de Cúcuta que sirve de sede al periódico. Los documentos que sustentan la declaratoria de crimen de lesa humanidad evidencian el ensañamiento sistemático de esa guerrilla en el Norte de Santander, con asesinatos selectivos, secuestros, bombas y atentados. En esa larga lista se destaca el secuestro de la exalcaldesa Margarita Silva cuando llevaba a sus niños al colegio, en 1990, y el asesinato del exalcalde Gustavo Ararat, en 1991. También el caso del exministro y exsenador Argelino Durán Quintero, quien murió en cautiverio en 1992, entre muchos otros.

En esos años, “el ELN aniquiló un pensamiento de liderazgo que había en la ciudad”, valora Estefanía Colmenares, nieta de Eustorgio y directora de La Opinión hasta el año pasado, cuando la familia decidió vender el periódico. “El ELN siempre ha tenido un lugar protagónico, y en algunos momentos hegemónico, entre los grupos armados que operan en el departamento. Había barrios de Cúcuta donde la fuerza pública no entraba porque ahí estaba el ELN”, rememora la periodista. Ni la familia, ni otras víctimas como los Cristo, han obtenido verdad de parte de los rebeldes, a pesar de las muchas veces que se han sentado a dialogar con los gobiernos colombianos. “Esa búsqueda ha sido infructuosa”, se lamenta Colmenares. Esa guerrilla ha sido para la ciudad, resume, un flagelo permanente, que ha ejercido controles territoriales y sembrado terror en la población.

Sus acciones se proyectan hasta la actualidad. En los últimos años, Cúcuta y su área metropolitana se han convertido en un espacio de proliferación y fortalecimiento de grupos delincuenciales y, además, un punto de disputa de grupos armados organizados, apunta un informe reciente de la fundación Paz y Reconciliación (Pares) sobre la urbanización del conflicto en Colombia. “El ELN se ha convertido en una de las estructuras armadas más consolidadas en esta zona, con presencia directa en áreas rurales y urbanas de Cúcuta”, dice la investigación. Su intención es generar control directo en zonas fronterizas como La Parada, el asentamiento que se ha levantado junto al Puente Simón Bolívar, el más tradicional de los pasos entre Colombia y Venezuela. Allí mantiene actividades extorsivas y garantiza corredores para el narcotráfico. Una guerrilla sin ideología, que nunca tomó la decisión de abandonar la violencia.


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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.
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