Gustavo Petro: de la “paz total” al estado de excepción
El presidente colombiano buscaba llegar a acuerdos con todos los grupos armados del país, pero se encuentra ahora lidiando con un conflicto que amenaza con extenderse
Gustavo Petro disfruta leyendo autores franceses. Sus hijas han estudiado en el Liceo francés. En su primera visita a París como presidente de Colombia quedó maravillado por la pompa y la ceremonia con la que fue recibido. Descubrió la grandeur con sus propios ojos. Tiene en un pedestal al filósofo Jacques Derrida desde que leyó su teoría del perdón —solo se puede perdonar lo imperdonable; perdonar lo perdonable no tiene mayor misterio—. Tanto que ese fue el punto de partida de una política que quiso imponer a su llegada al poder, la “paz total”. Consistía en sentarse a negociar con todos los grupos armados en procesos de paz múltiples y simultáneos, en vez de uno a uno, como se había hecho históricamente. Era una idea que tiene el sello de Petro, una combinación entre ambición y temeridad. La intuición le ha fallado esta vez. Donde buscaba la paz ha encontrado la guerra.
El presidente ha decretado esta semana el Estado de excepción y ha desplegado más de 1.000 efectivos militares en la región del Catatumbo, en la frontera con Venezuela. Intenta frenar la brutal ofensiva que el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una guerrilla de origen católico e inspiración castrista, ha lanzado contra las disidencias de las FARC, uno de sus principales enemigos. Reinar en ese territorio supone controlar uno de los lugares con mayor concentración de hoja de coca del planeta. El ELN ha combatido con armamento de guerra a campo abierto, pero también ha cometido asesinatos selectivos en pueblos. Los vecinos tienen prohibido salir a la calle. Los guerrilleros han secuestrado a gente a la que mantiene retenida en el monte. A los muertos los han trasladado en camiones que han sido descargados en mitad de una carretera. A la vista de todo el mundo.
Negociar con esta guerrilla fue de las primeras decisiones que tomó Petro como presidente. En campaña dijo que llegaría con ellos a un acuerdo de paz en un máximo de tres meses. Dos años y medio después, esa posibilidad se antoja más lejana que nunca. El ELN comete crímenes de guerra ante la impotencia del Gobierno, que todavía no ha dado la orden a su ejército de que entre en combate. Sin embargo, eso va a ocurrir en breve, si se tienen en cuenta las palabras del presidente. “El ELN tomó el camino de la guerra y guerra tendrá”, ha dicho. El conflicto, por el momento, ha dejado decenas de muertos y más de 25.000 desplazados. El hombre que llegó a la Casa de Nariño, la residencia presidencial, enarbolando una bandera blanca ahora se ha ajustado la gorra de comandante en jefe de las fuerzas armadas.
El asunto ha tensionado todavía más las relaciones con Venezuela. El ELN se mueve de un lado a otro de la frontera, según le convenga. Y esa es una de las principales dificultades para combatirla. Por información de su servicio de inteligencia, el Gobierno colombiano sabe que la reagrupación de tropas que llevó a cabo la guerrilla para perpetrar esta ofensiva se hizo en suelo venezolano. El chavismo ha respondido ofendido, a pesar de la evidencia que así fue. Los ministros de Defensa de un país y otro, Iván Velásquez y Vladimir Padrino, se reunieron este viernes de lado venezolano —en el colombiano, Padrino tendría que haber sido detenido por la orden de captura de Estados Unidos en su contra—. Acordaron colaborar para pacificar la frontera, un territorio salvaje que ninguno de los dos Estados es capaz de controlar.
Esa cooperación no resultará nada sencilla. En primer lugar, Nicolás Maduro, autoproclamado presidente de Venezuela, está centrado en crear escudos de defensa ante el riesgo de una invasión en respuesta al fraude que cometió en las elecciones presidenciales. El chavismo asegura que ha distribuido 150.000 combatientes por todo el país. Esta es su principal preocupación en este momento, no el ELN. A lo que sumar que los guerrilleros y el ejército venezolano han tejido alianzas en el pasado. “En 2021, Maduro y el ELN llegaron a un acuerdo para limpiar la frontera de otros grupos. Atacaron de forma conjunta a las disidencias de las FARC y se quedaron solos”, explica León Valencia, politólogo, escritor y exguerrillero. Esa ofensiva respondió, según Valencia, a la obsesión chavista de ser atacados a través de la frontera por fuerzas paramilitares colombianas, un miedo heredado desde que Álvaro Uribe era presidente.
Petro, al ser nombrado presidente, le pidió al senador Iván Cepeda, una de sus personas de confianza, que se ocupase de materializar la paz total. Su padre, un político de izquierdas, fue asesinado por paramilitares en los noventa. En vez de a la venganza, Cepeda ha consagrado su vida política al perdón y la reconciliación. “Lo peor es que el ELN le ha asestado un golpe letal a su poca legitimidad”, explica por teléfono, “¿cómo de ahora en adelante dirá que lucha por la gente y por el pueblo?”. ¿Estamos ante el final de la política de paz del Gobierno? “Ni pensarlo”, responde. “Nuestra posición es defender la paz en todas circunstancias, pese a los problemas y adversidades. Pensar que nuestra política de seguridad se va a enfocar en golpes militares es no entender lo que representamos”. El de Petro es el primer Gobierno de izquierdas de la historia moderna del país. De hecho, el propio Petro militó de joven en una guerrilla, la del M-19.
No solo el ELN negociaba con Petro, sino también el Frente 33 de las disidencias, los que han sido atacados. No se le escapa la ironía a Elizabeth Dickinson, analista senior para Colombia de Crisis Group, una organización independiente que analiza conflictos armados. “La prioridad del ELN ya no es la negociación ni una salida al conflicto histórico. Lo que ellos priorizan ahora son dos temas. Su unidad como organización, que estaba cuestionada, y su posición táctica en el conflicto”, explica Dickinson. La guerrilla sentía que había perdido terreno frente a sus enemigos y se reagrupó en torno a un solo comandante, alias Pablito, el responsable de este incendio que ha puesto en jaque al Gobierno. Pablito no responde necesariamente a los intereses de los viejos guerrilleros sentados en la mesa de negociación con los enviados especiales de Petro.
El peligro radica ahora en que el conflicto se extienda a otras partes del país. La información que maneja el Gobierno es que el Clan del Golfo, un grupo paramilitar y narcotraficante, quiere aprovechar que el ELN se ha descuidado en algunas regiones para atacarle de manera frontal. Lo mismo ocurre con otras guerrillas y bandas criminales que quieren vengarse de ellos. Con su operación militar, Petro intenta evitar una catástrofe mayor. El presidente de la paz lidia ahora con la muerte y la destrucción.
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