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Columna
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Vuelos gallináceos

Hace mucho que las grandes palabras han perdido el sentido. Paz, justicia, libertad... Se usan en vano. Empieza a suceder lo mismo con los sustantivos sin lastre simbólico. Tampoco responden ya a lo que denominan. Este sintagma, por ejemplo, 'periodismo de investigación': se ha convertido en un amuleto que sirve para dorar un trabajo generalmente burdo: la compraventa de historias sucias, el chantaje. La auténtica investigación aparece en muy contadas ocasiones. Cuando esto sucede, se desvela una verdad oculta. Una verdad que contribuye a fertilizar la política y la conciencia ciudadana. Desvelar una tremenda verdad es lo que ha hecho Andreu Missé. Su trabajo sobre la economía política catalana, publicado en estas mismas páginas, desnuda dos verdades más que crudas, funerarias. A saber: que el Estado lleva años abandonando a Cataluña a su suerte y que la Generalitat, en vez de luchar contra este abandono, se suma al funeral situándose en la cola de las autonomías con menor inversión.

El trabajo de Missé (reforzado por la información de Manuel Ramos sobre la decadencia del negocio cultural y la de Francesc Arroyo sobre la drástica merma de la inversión catalana en viviendas sociales) debería haber provocado una gran discusión colectiva. Cualquier noticia sobre un caso menor de corrupción habría conseguido audiencia. Pero un trabajo serio sobre la realidad de la inversión en Cataluña ha obtenido los típicos silencios catalanes: el silencio de los que tejen la senyera con los hilos de la siesta y la ignorancia; el silencio de los que inyectan por la radiotelevisión pública una generosa ración diaria de humorismo opiáceo y autocomplaciente; el silencio de los que combaten la senyera con tópicos racionalistas. El silencio, en suma, de una sociedad que se mira al espejo y sigue, como la dama del cuento, creyéndose la más bonita estando ya en camino de convertirse en una ajada provinciana.

El trabajo de Missé no puede ser tachado de demagógico o sesgado. Ha consultado fuentes de opuesta filiación: estudios de cajas y bancos, de partidos, departamentos y ministerios. Ha trabajado sobre los presupuestos, contrastando análisis de profesores y expertos. Cosidos pacientemente los datos y las cifras, el panorama resultante es demoledor: en la Cataluña pública lo único que sube es la deuda. La inversión pública siempre desciende. Si el Estado invierte un media de 351 euros por español y 556 cálidos euros por cada madrileño, resulta que por cada catalán invierte sólo 329. En general la cifra de inversiones del estado en Cataluña ronda el 11% del total, aunque en estos últimos años ha ido aumentado hasta el 14,4. Cataluña, sin embargo, abraza el 15,5% de la población española y su economía significa un 19% del conjunto. Estos datos habían sido aireados. Lo que sorprende del informe es la pasividad con que Pujol ha afrontado el problema. La inversión de la Generalitat alcanza un ridículo 11,8% del presupuesto. La comparación con el Madrid de Gallardón, más que un dedo en la llaga, es un sonoro cachete: 29,4%. La comparación con Galicia (21,7%) crea un espejismo: por su secular retraso, recibe infinidad de fondos europeos. Pero la Generalitat de Zaplana, con menor territorio y menor población, invierte una cifra casi idéntica a la de su homóloga del norte. Las cifras de Missé son de cuento de Halloween y permiten imaginar, en contraste con las regiones europeas más dinámicas, un futuro tenebroso.

La melancolía catalana que CiU encarna ha enfatizado el culto a la diferencia, la devota adoración de piedras y gestas antiguas, y la confianza en las propias fuerzas. Después de tantos años gobernando, toda esta cháchara ideológica se parece a los chistes de un prestidigitador malo que oculta con largos prolegómenos su grotesca incompetencia. No puede ya ocultarse el pavoroso fracaso de las cifras. Unas cifras que demuestran también la impotencia histórica del PSC, que no consiguió cambiar, durante los años de González, la tradicional frigidez con que el Estado responde a la fuerza económica de Cataluña: el déficit de inversión del Estado en Cataluña creció durante la etapa socialista hasta el 1,4%, mientras que con el PP, subió al 1,5% pero ha bajado al 0,8%. Maragall se ha propuesto con solemnidad, ante el Parlament, liderar una Cataluña con vocación española en la que el Estado deberá acercarse legal y económicamente al federalismo y a la doble capitalidad. Merecería la pena intentarlo: nunca hasta ahora había sido formulado por el PSC con tanta convicción, liderazgo y claridad. Aunque, como apuntaba J. B. Culla el viernes, es hora ya de ver en el PSOE gestos federales menos borrosos y contradictorios.

El informe de Missé demuestra, en todo caso, que el Estado no confió ni confía en Cataluña. Que no cree necesario mantener y ampliar el motor catalán para que siga tirando de la economía general. La obsesión de construir un Madrid parisiense es anacrónica. España debería invertir más en Sevilla y en Vigo. Y en Teruel: en todas las zonas que no han subido al tren contemporáneo. Pero mucho menos en Madrid y bastante más en Barcelona, para aprovechar unas inercias que proceden del siglo XVIII. España sería más próspera, más equilibrada e, incluso, más unida en la diferencia si aprovechara su pluralidad, que tiene sólidos cimientos económicos. Nuevos y viejos motores trabajando para una red con muchos polos: he aquí una idea lógica, más sensata que la obsesión del Madrid superstar que el neoespañolismo de Aznar, con más énfasis que el PSOE, se empeña en construir con siglos de retraso. Queda también claro que el dinero del Gobierno catalán se pierde en los pasillos de una Administración pesada y gravosa que ha sido puesta no al servicio del país, sino al servicio de un vago espacio clientelar: botín de unas mesnadas políticas cuya máxima aspiración es mantenerse en el poder. Mantenerse no para hacer, sino para usar; no para hacer volar el país hacia supuestos horizontes de soberanía, sino para seguir alimentando unos muy catalanes vuelos gallináceos.

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