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Columna
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Zaplana en el G-7

Hubo un tiempo, no ha mucho, en que el frontispicio de la acción política del Consell de Eduardo Zaplana se resumía en un eslogan propagandístico: 'el poder valenciano'. Una consigna oportuna y oportunista que sirvió para distanciarse de la fabricada imagen de servilismo ante el poder central de Joan Lerma y, al tiempo, para solemnizar cualquier obviedad. De tal suerte que el nombramiento de un secretario de estado, de un director general, del portavoz en una comisión por modesta que fuera o, en el cúlmen, de un vicepresidente del Congreso de los Diputados, del portavoz del grupo parlamentario popular en el Senado, la defensa de una ponencia en un congreso de partido y, ahora mismo, la presidencia del futuro cónclave nacional del PP se presentaban -se presentan- como el no va más de la influencia de los populares valencianos en la política nacional.

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Toda esta virtualidad (trufada, eso sí, de alguna realidad como el hecho incontestable de que Zaplana ha colocado la Comunidad en el mapa político español) palidece al lado del ambicioso proyecto de presupuestos que la Generalitat ha presentado para 2002. Ante una realidad que coloca en o al borde de la recesión económica a Estados Unidos, Alemania y Japón. Frente a análisis tan mesurados comos los de The Economist que prevén un crecimiento del PIB en España del 2,2%, a la austeridad del Gobierno de Aznar, a los siempre políticamente correctos informes de coyuntura de la Cámara de Comercio de Valencia, que detectan una contracción del consumo. Frente a todos, Paul Samuelson, premio Nobel de economía, incluido, el Consell apuesta por la expansión y el crecimiento económico. La recesión, si se prefiere la estabilización, es para los demás. La Comunidad Valenciana será la locomotora que tirará de la economía mundial. Si así fuera, no sería extraño que el presidente de la Generalitat acabara asistiendo a las reuniones del G-7 para explicarles a los Bush, Blair y demás compañeros como se gestiona una crisis. Eso, y no otra cosa, es 'poder valenciano'. De hecho, el jueves ya lo advirtió. 'lo hacemos mejor que los demás'. Cabe suponer que se refería a Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro, tan pacatos y pusilánimes ellos a la hora de encarar el futuro. Y tan desconfiados, claro está, sobre lo que se nos avecina.

Pero no deberíamos desdeñar otra alternativa. A saber: los presupuestos, lejos de ser expansivos y keynesianos, se limitan a renocer una prosaica realidad. El crecimiento desmesurado de una administración que, lejos de adelgazarse como se prometió en su día, se ha hecho elefantiásica y la exigencia de reducir una deuda insoportable. Por ahí puede explicarse el incremento de un presupuesto abocado al déficit. El resto, propaganda social incluida, es, como dirían en mi pueblo fum de botja.

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