Presente imperfecto
El presente siempre es imperfecto. En rigor se puede decir que no existe, que lo que es, de hecho ha sido ya, y que un nuevo presente se estaba construyendo cuando nosotros decíamos será. Nada nuevo a descubrir en ese tópico para melancólicos y pesimistas. Pero el presente existe, seamos rotundos al afirmarlo incluso contra cualquier prueba en contrario. Toda nuestra aventura humana consiste en hacerlo evidente, ampliar la apertura que le corresponde y extenderlo. Las paradojas sobre el infinito son también un sueño sobre el presente. Si caminar un metro es tarea imposible, porque primero habrá que recorrer la mitad, y antes la mitad de esa mitad, y antes...y así hasta el infinito, de modo que mejor no moverse, lo mismo ocurre con la porción de segundo que le podamos otorgar al presente, cuyo transcurso se hará también infinito, de modo que mejor olvidarse del reloj. El sueño del presente es la sustancia de nuestras utopías y cavilaciones y de nuestra praxis. Para mesiánicos y milenaristas siempre está por llegar, pero la ansiedad les hace verlo a la vuelta de la esquina. Para los que llamaremos realistas, está ya, es el tiempo por excelencia, de forma que pasado y futuro están contenidos en él, absorbidos por él y reducidos como tales a dos vibraciones marginales que el presente siempre se empeñará en devorar, convirtiéndolas en estímulo para sí mismo. De devorado a devorador, el presente es el tiempo que el ser humano construye para afirmar su gloriosa humanidad. Es el tiempo de la imaginación, en cuanto que en sí es ya imaginario. El resto es fatalidad.
Por eso me llama tanto la atención ese empeño de los nacionalistas por anularlo. Fíjense en sus declaraciones y se darán cuenta de que siempre se olvidan de él. Es como si no existiera. No se hartan de decir que hay que dejar que los vascos decidan libremente su futuro, en lugar de pedir y hacer lo posible para que los vascos vivan libremente su presente. Ese afán por ignorar a éste, por negarlo, explica el meollo de la política nacionalista y la persistencia de alguna de nuestras miserias. La voluntad de los vascos siempre está en el futuro, y las soluciones más urgentes también. Si ETA fuera un problema del presente y no el guardián del futuro, seguramente habría desaparecido ya. Pero resulta que es el garante de lo que aún está por llegar, el agente de que el presente se vuelva plano y deje su lugar al futuro, porque hasta que ETA no desaparezca el tiempo de verdad es el tiempo por venir. Y dado que es éste el tiempo de nuestros anhelos, ETA no desaparecerá jamás. De esta forma, los vascos siempre estarán decidiendo libremente su futuro, nunca su presente. Este, y esa es la apariencia, no existe.
Bueno, exagero. Sí existe, pero reflexionen sobre él y serán conscientes de lo aburrido, gregario y movido por la inercia que es nuestro presente nacionalista. Nunca es un tiempo sustantivo, sino una espera del tiempo que, a diferencia de lo que ocurre con los milenaristas y mesiánicos, no se realizará jamás. El futuro que decidan libremente los vascos, sólo los capacitará para que sigan pensando libremente en el futuro, no para que el presente se instale de una vez entre ellos. No otra cosa es la traída reivindicación del derecho de autodeterminación: una pérdida del tiempo presente para otra generación, y así hasta el final de los tiempos. A falta de un mesías, aquí el único mesías es la mayúscula del Futuro nunca actualizable. Y desengáñense los que aseguran que éste no es un país aburrido. Es, ciertamente, un país excitado, que no es lo mismo, pero esa excitación es la onda que pretende aniquilar el presente e impedir que éste sea el tiempo para vivir. Destruir el presente no significa imaginarlo; es hacer lo posible para que la imaginación se vaya de vacaciones. Es lo que ocurre.
Creo que ha llegado el momento de los que antes he denominado realistas, de los que hacen del presente el tiempo por excelencia´, un metrónomo para la imaginación. La imaginación en acto sólo existe en el presente. Y los realistas no tienen por qué ser sólo no nacionalistas. Pero frente a los nacionalistas actuales, que dan preeminencia a un pasado fabulado y a un futuro nebuloso y los mezclan en un delirio -la Euskal Herria del siglo V antes de Cristo y la Euskal Herria del siglo XXIII son lo mismo y nada- en un abrazo que ahoga lo que hay entre ellos, mi vida y la suya, excelencia, el realista tendrá que decir: el presente es y el presente pide. Tal vez entonces este país merezca la pena.
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