El embajador que dice más cuando calla que cuando habla
El representante del régimen talibán en Pakistán dirige con mano de hierro sus encuentros con la prensa
¿Qué hace un talibán cuando unos 15 periodistas se le vienen encima, diciéndole, please, please, please, lo rodean, se apretujan contra él y tiran del mazo de papeles que él aprieta contra su pecho, por debajo de la barba? Ayer, como casi todas las tardes a las 16.30, cuatro horas menos en España, sobre el césped reseco de la Embajada afgana en Pakistán, un chalé de dos plantas, austero y desvencijado, se dieron cita unos cien redactores, diez de los cuales eran mujeres y ninguna vestía falda.
La cara amable del régimen talibán, el embajador afgano en Pakistán Abdul Salam Saif, leyó su parte de guerra, su visión del conflicto, la misma de casi todas las tardes, recordó que los americanos han matado a '1.500 afganos inocentes' a los que hay que sumar los 21 civiles fallecidos ayer, informó también de que los estadounidenses han bombardeado un pantano que afecta a la supervivencia de miles de familias, recordó también que esto es una guerra contra 'el islam y la forma de vivir del islam', volvió a repetir que los americanos mienten de forma 'flagrante' cuando aseguran que sólo derriban objetivos militares, y recordó que el miércoles atacaron un hospital.
A estas alturas del conflicto los enviados especiales en Islamabad han aprendido que el talibán de la sonrisa a menudo dice más cuando calla que cuando habla. Después del discurso, y de la traducción al inglés, empezó la batalla de los periodistas por plantear preguntas y se vio una vez más la forma tosca en que de tres preguntas, siempre elige la más fácil, y si la más fácil es difícil, no la responde y se acabó. La respuesta sobre qué le parecía la unión de los turcos a los americanos fue una de las pocas que contestó con meridiana claridad: 'Si a pesar de ser musulmanes se alían con los americanos para atacarnos, tendremos que defendernos'. A partir de ahí, todo difuso y vago. Este periodista le preguntó: '¿Cuántos soldados talibanes han muerto?'. Y la respuesta: 'No lo sé exactamente'. Una redactora musulmana preguntó: '¿Considera a Pakistán un país enemigo?'. Y la contestación: 'El análisis va a depender de usted'.
Una de las pocas veces en que la cara amable del régimen no falta a su palabra es cuando sentencia: 'Ésta es la última pregunta'. Y lo es. Se levanta y se va. Ése es el momento en que los redactores se lanzan a por los papeles del discurso, que un talibán sostiene en su mano. Entonces... ¿Qué hace un talibán cuando unos 15 periodistas lo acosan y le apretujan pidiéndole el discurso escrito del embajador? ¿Por qué da lugar a ese circo?
De la misma forma arbitraria en que el embajador contestaba a unas preguntas sí y otras no, a veces con traductor y a veces sin él, su ayudante le da a unos el discurso y a otros no. En realidad, parece que no quiere dárselo a nadie. Pero los reporteros insisten. Uno de ellos, un japonés, tira de los folios con ímpetu. El talibán resiste. El periodista sigue tirando. El talibán aguanta. Y el otro también, en busca del discurso. Hasta que el talibán, indiferente al resto de los periodistas llevó todos los folios hacia la boca del japonés y se los aplastó como si le diera de comer a una cabra. El resto de los periodistas siguen tirando. Y al final, el talibán suelta todos los folios. Así acaba la historia.
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