Trágico idilio roto
Basta decir qué arenas movedizas cruza y qué mal asunto aborda para deducir que Sólo mía tiene gran audiencia potencial, pues lo que cuenta concierne a todos, ya que roza el delicado equilibrio de la vida de paredes adentro de la gente común.
Lo que Sólo mía propone es la representación del infierno íntimo de esa loca y bestial agresión física con que muchos hombres trituran a sus mujeres. Es éste un sordo pozo negro cotidiano que arrastra un inquietante goteo de muertes, por lo que la tragedia está incrustada en la lógica del suceso y es inseparable de la pulsión en sí misma. Porque la turbiedad de esa pulsión pringa a la mecánica y a la escalada secretamente ritual de la forma de violencia que emana de ella. De ahí que a la hora de representarla bajo forma artística, dramática y cinematográfica, no se puede eludir su lógica extrema de anuncio, de preludio de muerte.
SÓLO MÍA
Director: Javier Balaguer. Intérpretes: Sergi López, Paz Vega, Elvira Mínguez, Alberto Jiménez, María José Alfonso, Asunción Balaguer. Género: drama, España, 2001. Duración: 103 minutos.
Pero eso es precisamente lo que hace Sólo mía: eludir el signo de muerte que pretende representar, pues si bien dibuja con fuerza y verdad el mecanismo mental del anidamiento de ese brote homicida de un hombre contra su mujer, luego, al final, mediante una pirueta balsámica endulzadora y rocambolesca, procedente de un giro resolutorio del guión o del enfoque de la producción, la dureza tan dura y vivamente expresada es repentinamente ablandada con un curioso y penoso tiro por la culata, que conduce a la confusión y al baño de moralina. Y se traiciona el magnífico, noble y arriesgado esfuerzo moral y profesional del roto y doloroso idilio creado de tú a tú, en una inolvidable pelea interpretativa, por Sergi López y Paz Vega.
Paño caliente
Estos dos intérpretes oficiantes de Sólo mía trazan de manera nítida, con precisión, convicción y mucho talento, los recovecos, las escaladas y los tiempos de tregua de su batalla interior, para luego, en la pantalla, ver rematada su faena, su creación, por una torpe y cobarde argucia argumental reductora impuesta por los controladores del sentido y la ideología del filme, que convierten el desenlace de éste en un reaccionario paño caliente. Y la suntuosa tragedia trazada por los dos intérpretes es en su final manipulada y convertida en un mal chiste lúgubre empobrecedor de su riquísimo trabajo.
Merece la pena ver a Paz Vega y Sergi López crear paso a paso y en contrapunto el itinerario gradual de la formación, en él, de una tensión agresora limítrofe con la muerte, y en ella, el prodigio imaginativo de una respuesta defensiva no mansa, no arrugada, no informe, sino bella, tersa, gallarda. Es el de Sergi López y Paz Vega un verdadero diálogo de presencias, un roce con el alma profunda del cine. La emocionante elocuencia del idilio y su juego entre amor y desamor, caricia y bofetada, mirada frontal y mirada esquinada, susurro y grito, es un alarde de fotogenia y de generosidad.
Y es la fuerza de arrastre de esta elocuencia a dos voces y a dos miradas lo que agudiza la decepción causada por ese amaño oportunista final en el que, desde fuera, se simplifica y degrada en un par de minutos la interioridad del enlace artístico recíproco logrado laboriosamente a lo largo de dos horas por esas dos voces y dos miradas. Porque al eludir la tragedia y sustituirla por una chusca y siniestra sombra de farsa, se elude la médula de Sólo mía en cuanto creación, que es obra exclusiva de Sergi López y Paz Vega, y sólo de ellos.
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