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Columna
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El juez Schill

Un cierto aire británico tiene Hamburgo en la desembocadura del Elba. Es una ciudad liberal donde las haya en la que el visitante tropieza en cualquier esquina con un monumento público a la masonería. La gran urbe comercial del norte alemán quedó achicharrada por las bombas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial que acabó con el nazismo; y desde que acabó la contienda, la ciudad hanseática estuvo gobernada, con mayorías absolutas o en coalición, por el partido socialdemócrata. ¡ Casi cincuenta años de gobierno! Eso fue hasta ayer mismo, porque hace unas semanas hubo elecciones y el juez Schill con una agrupación de electores obtuvieron el apoyo de algo más del 20% de la ciudadanía. Y se descalabró el mapa electoral de los partidos tradicionales: perdió muchos votos la socialdemocracia gobernante; perdió muchos votos la derecha conservadora, y hasta los verdes resultaron malparados. Ahora gobierna Schill con la derecha y con los liberales.

La tensión internacional hizo que lo acontecido en Hamburgo estuviese en un segundo o tercer plano informativo. Pero el tema estelar de la campaña electoral fue el aumento de la criminalidad y de la inseguridad ciudadana en la ciudad-estado. Durante esa campaña, la derecha se presentó como la defensora de todas las leyes y órdenes habidas y por haber; comparaba la situación lamentable de Hamburgo con la seguridad ciudadana en Baviera, el estado del sur alemán donde gobierna, como Fraga en Galicia, el ala más conservadora del conservadurismo centroeuropeo. Al final fue el juez Schill quien se llevó el gato y los votos al agua. El juez, claro está, no es precisamente un radical de izquierdas con mentalidad rusoniana; declara, por activa y por pasiva, que él nada tiene que ver con los grupos de extrema derecha. El hombre se forjó entre la población una fama de justiciero combatiendo la impunidad del crimen por nimio que éste fuera. Así, por ejemplo, sentenció a dos años de cárcel a una señora joven que se dedicaba a rascar coches aparcados en la calle y causar deperfectos en los vehículos sin llegar a quemarlos como en Valencia.

Cabe señalar, por último, que los ciudadanos que se decantaron por el nada permisivo juez, dejaron a la socialdemocracia permisiva y a la derecha vocinglera con sus partes púdicas al aire.

Y aquí tenemos en el aire los últimos datos sobre delincuencia e inseguridad ciudadana, facilitados por el Ministerio del Interior, y confirmados por la delegada del Gobierno Carmen Mas, por el general de la Guardia Civil Teodoro Fuertes y por el jefe Superior de la policía Segundo Martínez. Estos datos reflejan un vertiginoso incremento de la delincuencia: un 24% han aumentado los hechos delictivos durante durante los 8 primeros meses de este año del Señor. Andamos por estos pagos valencianos a la cabeza de la destartalada estadística. Y aquí no gobierna la permisiva socialdemocracia, sino la derecha. Una derecha con mayorías absolutas en el gobierno central, autonómico, provincial y en los grandes municipios. Si fuera la socialdemocracia quien gobernara, disfrutaríamos ahora de una atmósfera de alarmismo social que haría crujir las pantallas de los televisores. Aunque el alarmismo social nada soluciona. La solución está en las adecuadas medidas legislativas, eficaces y serenas, que han de aplicar los jueces para que la impunidad no cunda en la calle. Eso evitaría, quizás y en el futuro, que un juez Schill desplazara en los gobiernos de la cosa pública a los partidos políticos.

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