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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra larga

La idea de una victoria inmediata de Estados Unidos y de sus aliados de la coalición internacional contra el terrorismo en Afganistán se aleja cada vez más, al tiempo que cobra fuerza la impresión de que la guerra puede ser larga, al menos hasta el próximo verano. Los responsables políticos y los estados mayores han mantenido desde el principio que la peculiaridad de esta contienda, nada convencional y muy compleja, no haría fácil la consecución de sus objetivos. Pero, tres semanas después de iniciada, la opinión pública americana y occidental comienza a albergar dudas sobre la estrategia utilizada.

El presidente George W. Bush anunció el viernes pasado una 'larga lucha' y pidió también una vez más 'paciencia' a sus conciudanos hasta conseguir los objetivos de acabar con el régimen talibán, destruir los campamentos de la organización terrorista Al Qaeda existentes en suelo afgano y capturar a su jefe, Osama Bin Laden. Tras tres semanas de intensos bombardeos sobre Afganistán y una corta operación de comandos sobre tierra, el régimen taliban no da signos de desfondarse, y Bin Laden sigue en paradero desconocido. El incuestionable liderazgo de Bush comienza a tener alguna grieta en la opinión pública norteamericana. De ahí la intensidad de los bombardeos de este fin de semana, en respuesta a las voces que piden mayor rapidez y contundencia.

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Bush responde a las dudas sobre su estrategia con un fuerte bombardeo
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Aunque militarmente el tiempo juegue contra el régimen de los talibanes, de momento puede hacerlo contra EE UU. Los reveses y las contrariedades empiezan a contar ante las opiniones públicas, algo que también es trascendental en toda guerra. No hay duda de que los talibanes caerán como régimen gobernante en semanas o meses. Pero es menos previsible el futuro Gobierno de un país que, por necesidad, ha de mantener relaciones razonables con su entorno y con las grandes potencias. La captura y muerte de Abdul Haq, un legendario comandante de la etnia pastún opuesto al regimen talibán, ejecutado por los talibanes, ha sido un serio revés para los planes de EE UU sobre el futuro político de Afganistán, y así lo ha reconocido el Departamento de Estado.

Pero no ha sido el único revés. Estos últimos días Washington ha debido reconocer otros fracasos en su guerra política y de propaganda, lo que no ha hecho sino aumentar las dudas sobre la conducción de la guerra. A los bombardeos accidentales de objetivos civiles, con sus consiguientes víctimas -uno de ellos el de las instalaciones de la Cruz Roja Internacional en Kabul-, se ha añadido la utilización de bombas de fragmentación, condenadas por las organizaciones humanitarias. Estos hechos, sin duda, no ayudan a cohesionar a la alianza internacional en torno a la acción emprendida contra el régimen talibán y la red terrorista de Bin Laden. La proximidad del Ramadán puede convertir los bombardeos en otro elemento de propaganda antiamericana, mientras que la del invierno dificultará o impedirá incluso las acciones terrestres. La situación se complicaría aún más si se produjera un desastre humano, al que están abocados los afganos si no se toman medidas de inmediato, entre ellas la apertura de fronteras con Pakistán.

Los costes de esta guerra, nadie se engañe, van a ser enormes. Pero la pasividad o las dudas ante lo sucedido en Nueva York y Washington sería mucho peor y tendría unos costes infinitamente superiores a la arriesgadísma intervención en la que se han embarcado EE UU y la comunidad internacional contra el terrorismo internacional en Afganistán.

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