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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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17 de octubre de 1961

Unos amigos de Juan Marsé (Carme Balcells, Ana Maria Moix, Pedro Zarraluki, Enrique Vila-Matas y un servidor) nos encontramos el miércoles de la pasada semana ante los micrófonos de Ràdio 4 para tributarle un pequeño homenaje al autor de Rabos de lagartija, flamante premio Nacional de Narrativa. El pequeño homenaje se abrió con una canción, Penny serenade, de Halifax y Weersma, la cual, según nos aseguró el director del programa, era una de las preferidas de Juan Marsé (el director debió de confundirla con Pennies from heaven, que esa sí le gusta a Marsé, y de manera especial cuando la canta Sinatra, el mismo Sinatra que canta I get a kick out of you, de Cole Porter, el compositor favorito de Marsé, y que éste se sabe de memoria).

El 17 de octubre de 1961 la policía asesinó a 300 argelinos en París. Esa noche dos gendarmes detuvieron a Juan Marsé

La versión que escuchamos de Penny serenade era de los años treinta y estaba interpretada por la voz dulzona del crooner Al Bowlly, lo cual me puso una pizca nervioso. Y es que el tal Bowlly, un tipo original (nace en 1898 en Mozambique, de padre griego y madre libanesa, se educa en Johanesburgo, trabaja como músico en África y en la India, debuta como crooner en Singapur y graba su primer disco en Berlín), falleció en Londres víctima de un bombardeo alemán mientras interpretaba en un club nocturno Penny serenade.

Pero no termina aquí la cosa. Mientras la voz de Bowlly se iba apagando, eché una ojeada al calendario que había sobre la mesa del estudio y, ¡horror!, comprobé que aquel miércoles caía en 17, miércoles 17 de octubre, el aniversario de la célebre ratonnade en la que cerca de 300 argelinos fueron asesinados en París por las fuerzas del orden y la mayoría de sus cuerpos arrojados a las aguas del Sena. Eso ocurrió el 17 de octubre de 1961, hace 40 años, y Juan Marsé, que a la sazón vivía en París, fue confundido aquella noche con un argelino por un par de gendarmes; pero, afortunadamente, la cosa terminó bien. Estuve tentado de pedirle a Marsé, que seguía el pequeño homenaje que le hacíamos a través del teléfono, que nos contase su experiencia, pero preferí no hacerlo, no fuese que entre la voz del crooner Bowlly y aquel miércoles negro se incendiase la radio u ocurriese otra desgracia semejante. Una vez pasado el peligro, voy a ser yo quien se lo cuente.

En el mes de octubre de 1961, la guerra de Argelia estaba a punto de finalizar. En la capital de Francia, el Frente de Liberación Nacional argelino se mostraba bastante activo, razón por la cual el prefecto de policía Maurice Papon (el mismo prefecto que en Burdeos, durante el Gobierno de Vichy, había mandado unos cuantos vagones de judíos a los campos de exterminio nazis) había dado la orden de que se instaurase un toque de queda para la población magrebí. Disconformes con tal medida, los argelinos deciden manifestarse pacíficamente por las calles del centro de París. Al tener Papon noticia de lo que se avecinaba, recorre las comisarías de París concediendo impunidad a sus hombres, impunidad para matar. La guerra tocaba a su fin y aquella noche Papon se la regalaba, con el beneplácito del primer ministro Michel Debré y del mismísimo general De Gaulle, a sus hombres para que vengasen a la docena de compañeros que en meses anteriores habían sido asesinados por el FLN.

Aquel atardecer del miércoles 17 de octubre de 1961, Juan Marsé había tomado el metro para ir a cenar en casa de su amigo Roberto Bodegas y de su compañera Colette Crochot (la script de Casque d'Or, el filme de Jacques Becker), en el número 1 de la Rue Michelet, cerca del Jardín de Luxemburgo. Al subir Marsé las escaleras de la estación de metro de Port Royal, se encuentra con una pareja de gendarmes que al fijarse en su cabello negro y rizado le toman por un ratón -que es el término despectivo que se daba a los magrebíes- y, apuntándole con sus armas, le exigen la documentación. Marsé la muestra -nacionalidad española, permiso de residencia, cartilla de trabajo...-, pero los gendarmes no quedan satisfechos. Le hacen abrir una cartera de mano que Marsé lleva siempre consigo. En el interior: libros, utensilios de aseo y una pastilla de jabón que se acaba de comprar. Uno de los gendarmes coge la pastilla y con una navaja la corta en pedazos, no sea que el españolito, probablemente hijo de anarquistas huidos de Franco, esconda una bomba -o unos 'polvos de ántrax'- en su interior. Y le dejan marchar.

Al día siguiente, Marsé se enteraría de lo ocurrido aquella noche. 'Beaucoup d'arabes ont coulé sous les ponts, à Paris', como escribió Prévert. Se enteró por los amigos, porque la televisión y los periódicos -bajo la censura del Gobierno Debré- guardaron un silencio sepulcral (nunca mejor dicho).

Durante años, la ratonnade del 17 de octubre de 1961 fue un hecho silenciado, inexistente. En 1991, el periodista Jean-Luc Einaudi publicó el primer trabajo riguroso, bien documentado, sobre lo sucedido. Pero habrían de pasar todavía 10 años para que un alcalde de París, el socialista Bertrand Delanoë, inaugurase -el mismo día en que homenajeábamos a Marsé- una placa en el puente de Saint-Michel en memoria de los manifestantes asesinados por la policía (de Papon, de Debré y de De Gaulle). Una iniciativa de la izquierda municipal de la que sus colegas de la derecha no ha querido saber nada. En cuanto al Gobierno de Jospin, del socialista Jospin: silencio.

Lo que Marsé tal vez ignora es que por aquellas fechas, cuando él trabajaba de garçon de laboratoire en el Institut Pasteur a las órdenes del profesor Monod, un antiguo colaborador del profesor en el instituto, el bioquímico Jacques Panijel, de origen rumano, miembro de la Resistencia, como Monod, filmaba a escondidas la carnicería de la noche del 17 de octubre. Su filme, Octobre à Paris, se proyectó durante años también a escondidas. Recientemente, Panijel solicitó una ayuda oficial para terminarlo, para añadirle un prólogo en el que calificaba los hechos del 17 de octubre de crimen de Estado. No se la concedieron. Han transcurrido 40 años y Octobre à Paris, impresionante documento, sigue siendo un filme inédito para las miles de salas comerciales de Francia.

Y es que las guerras suelen durar mucho más de lo que uno se cree, pero infinitamente menos que los crímenes de Estado.

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