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La trágica suerte de Dimitri Kolésnikov

Hasta el último momento Dimitri Kolésnikov no se había decidido por qué carrera seguir. Pero su padre era marino y también lo era el de su novia de entonces; por eso, no es sorprendente que le atrayera el mar. Su padre rememora aquellos felices días de 1990. Lo que tenía que decidir era si iría a la Marina de Guerra o a la Mercante. 'Al final, se decidió por la Armada. Pero todavía tenía que determinar qué quería hacer en ella, si hacer carrera o seguir mis pasos y tratar de desarrollar los submarinos. Cuando me pidió consejo, le dije: 'Si quieres estar en el puesto de mando y llegar a ser almirante debes ingresar en la Escuela Naval de Mando Komsomólskaya; si lo que quieres es mejorar la flotilla atómica, debes ir a la Dzerzhinski'. 'Lo pensaré', me respondió. Y se encerró durante dos días en su habitación. 'Seguiré tus pasos, papá', anunció al salir'.

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Dimitri no tenía ningún problema de salud: medía 1,92 metros, practicaba balonmano, ciclismo y lucha libre, y poseía una fuerza descomunal, heredada, según su madre, de un bisabuelo cochero, auténtico hércules.

Pero con sobrepeso; le dijeron que para poder ser admitido debía bajar en una semana un mínimo de seis kilos. Todos creían que era una meta imposible de cumplir. Dimitri no se inmutó. Volvió a encerrarse en su habitación y optó por ayunar: sólo bebía un poco de kefir (yogur líquido) al día. 'Después, las enfermeras le perseguían pidiéndole que les revelara qué dieta había seguido', ríe Román Kolésnikov.

Así quedó sellada la suerte de Dimitri, militar en tercera generación. Su abuelo, en honor de quien recibió el nombre cuando fue bautizado, era piloto de guerra y murió a los 27 años -como su nieto, 60 años más tarde-, el 1 de mayo de 1940, cuando su avión se incendió.

Román Kolésnikov no conoció a su padre, pues nació sólo cinco meses más tarde.

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