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Columna
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Esto se 'acava'

El asombroso caso del Parlament de Catalunya vivió el pasado viernes uno de los episodios más singulares de su historia. Al final de los debates de la moción de censura presentada por Pasqual Maragall contra el Gobierno de Jordi Pujol los líderes de las dos fuerzas políticas mayoritarias convocaron a los fotógrafos para que les vieran brindar con cava. Los dos se consideraban ganadores del debate y así querían demostrarlo. Al parecer, fueron los socialistas los que empezaron el descorche, que ya había tenido su prólogo en una celebración más discreta tras el discurso de Pasqual Maragall. Los nacionalistas reaccionaron con rapidez: debió de parecerles que los fotogramas de sus rivales monopolizando la fiesta decantarían peligrosamente a la opinión pública sobre el auténtico ganador del debate. Y empezaron a su vez el descorche. El resultado se vio en la televisión (supongo) y en las páginas de los periódicos del día siguiente: apoteosis de la espuma.

Imagen final de la moción de censura: los dos líderes brindando con cava en el Parlament. ¿Por qué tanta alegría? Pujol ni siquiera dijo esta boca es mía

Nadie debería rasgarse las vestiduras, sin embargo. Es verdad que la forzada y propagandística alegría de esas fotografías resulta obscena. Cierto que un parlamento que resuelva bebiendo cava el instante dramático de una moción de censura tiene poco que ver con un parlamento y mucho con una feria. Por supuesto que la cautela y la elegancia en los gestos es algo que define a cualquiera que actúa en nombre de otros, y el político democrático sólo actúa en nombre de otros. Pero sería tarde para descubrir cómo cualquiera de esas tres características -la obscenidad, el provincianismo y la torpeza- que uno aprecia incrustadas en las fotografías forman parte vertebral de la política catalana desde hace 20 años. No, mirándolo bien, la recurrencia al cava para decir 'yo he ganado' puede ser muy bien el último eslabón, y no el menos vistoso y eficaz, de la cadena de evaluaciones que suceden a este tipo de debates parlamentarios. Al día siguiente del discurso de Maragall, un diario de aquí tituló en su portada -no en su editorial, sino en su portada-: 'Maragall desaprovecha la moción de censura'. Otro buscó 12 hombres sin piedad. Y tal vez en unos días, una encuesta asegure, con gran aparato logístico pero sin sonrojo, que Maragall ganó o perdió. Por tanto, hay que ver el cava como un método vistoso, pero legítimo. Además, da un empate.

Otra cosa es que los que no participamos en el burbujeo tengamos derecho a preguntar ¿y ustedes qué celebran, y por qué ríen así, e incluso quién les ha autorizado a hacerlo, e incluso, aún más, quién lo ha pagado, el cava? Porque con independencia de la opinión que los señores Maragall y Pujol tengan de sí mismos y de su actuación, que es una opinión excelente a tenor de las fotos -no olviden que el cava se lo procuraron ellos para dedicarse un merecido autohomenaje-, la altura del debate tal vez habría exigido por su parte un poco de recato. En especial, por parte del señor Pujol. Desde luego, el señor Maragall no consiguió librarse -ni librarnos- en ningún momento de la penosa sensación que transmite en todos los foros, esa íntima convicción de que Cataluña le debe algo que convierte sus discursos en un tuteo deshilachado, absurda y falsamente cómplice. Pero hasta la más pavorosa de sus tropelías con la sintaxis o el sentido común resultó un ejemplo democrático ante la insólita actitud del señor Pujol, cuyos precedentes sería interesante buscar en los recodos del parlamentarismo. El señor Pujol parecía muy satisfecho con la estratagema del silencio. Le divierten estas estratagemas. Deben de formar parte de su talla de estadista, ampliamente pregonada. Para mí no tienen discusión los rasgos antidemocráticos del señor Pujol: los ha practicado con abundancia en estos 20 años y éste es un rasgo antidemocrático más, que culmina una bella carrera. Pero tampoco dudo de que si ha podido practicarlos con tanto desparpajo es, fundamentalmente, por la inexistencia de una opinión pública que le haya devuelto -mero espejo: no se pide más- la imagen de sus movimientos. El señor Pujol, presidente del Gobierno de Cataluña, se ha negado durante tres días, en la circunstancia de una moción de censura, a entablar discusión política con el líder de la oposición, un hombre, por cierto, que obtuvo más votos que él en las elecciones pasadas. ¿Y cuál es la respuesta dominante que este desprecio mayúsculo a las formas y a los fondos democráticos obtiene en la inmensa mayoría del establishment mediático catalán, público y privado? Pujol ganó la moción sin necesidad de hablar. Sin despeinarse. Como Helenio Herrera.

Ha ido al Parlament a beber y ahí están, admirándose.

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