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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Siempre Cachemira

Pocos conflictos tan impermeables a la diplomacia como el que desde hace más de medio siglo enfrenta a India y Pakistán a propósito de Cachemira. Lo ilustra la reciente visita a los dos países del ministro de Exteriores estadounidense para remachar el compromiso de ambos con la ofensiva de Washington sobre el régimen talibán. Precisamente, durante la estancia de Colin Powell en Islamabad, la artillería india atacó posiciones paquistaníes detrás de la línea de control, la frontera de hecho del disputado territorio. Pakistán ha puesto en alerta máxima a sus tropas y acusa a Delhi de ventajismo aprovechando la guerra en Afganistán. La tensión en la zona era ayer mayor que cuando Powell inició el lunes su periplo.

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Intercambio de disparos entre Pakistán e India en la frontera de Cachemira

Estados Unidos ha transmitido a los dos poderes atómicos del subcontinente mensajes parecidos: que es necesario a toda costa enfriar su enemistad y que Washington está contra todo tipo de terrorismo, incluido el del integrismo islámico en Cachemira, alentado por Islamabad. Pero su esfuerzo diplomático para mantener a India y Pakistán dentro de la misma alianza de nuevo cuño choca con la realidad de un enfrentamiento visceralmente enquistado en ambos países desde la partición de la India. Los intentos dulcificadores de Powell, enfatizando en cada capital el mensaje más grato al Gobierno respectivo, sólo han servido aparentemente para inflamar los sentimientos del otro.

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El 11 de septiembre ha cambiado casi todas las prioridades de la superpotencia. Antes del día aciago, India tenía sobrados motivos para pensar que EE UU pretendía cortejarla; los acontecimientos posteriores, sin embargo, han volcado a Washington del lado paquistaní. En pago al crucial apoyo del general Musharraf en su campaña contra los talibanes, Bush ha decidido multiplicar su ayuda económica al país musulmán y olvidarse del origen golpista de su líder. El presidente llegó a la Casa Blanca con la idea de distanciarse de los conflictos que no hicieran peligrar los intereses de su país. El potencial destructor de Cachemira exige su implicación a fondo.

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