Las consecuencias económicas de la crisis
Los intentos de anticipación de las consecuencias económicas de los ataques terroristas del 11 de septiembre y de las respuestas a los mismos siguen suscitando más incertidumbres que certezas. La ausencia de precedentes con los que establecer paralelismos y las dudas sobre las eventuales derivaciones de la respuesta armada siguen invitando a la cautela. Las respuestas de política económica adoptadas por la Administración estadounidense permiten abrigar, de todas formas, esperanzas en la recuperación de una economía ya en fase depresiva antes del 11-S.
En vísperas del ataque, EE UU agotaba una de las más dilatadas fases de expansión económica de su historia. Las economías del área euro, lejos de tomar el relevo, acusaban también significativas caídas en el crecimiento y aumentos en el desempleo, especialmente en Alemania e Italia. La otra gran economía, la japonesa, seguía inmersa en una recesión sin paliativos, la cuarta en los últimos 10 años. Y la mayoría de las economías emergentes eran tributarias de la contracción en la demanda de los grandes y del retorno de los capitales a los refugios domésticos.
Ante ese panorama, las únicas actuaciones destinadas a minimizar las consecuencias recesivas eran las de los principales bancos centrales del mundo, con la Reserva Federal a la cabeza (y con la sorprendente excepción del BCE), dispuestos a seguir reduciendo los tipos de interés. A esas políticas de estímulo monetario se incorporó la decisión estadounidense de utilizar el presupuesto federal para neutralizar los daños y otras consecuencias adversas, con unas ayudas directas e indirectas de entre 115.000 y 130.000 millones de dólares. Un cambio espectacular en un presidente que había hecho del adelgazamiento de la Administración una de sus banderas electorales.
Ante una emergencia que ponía en peligro el bienestar de los ciudadanos, se han dejado a un lado prejuicios ideológicos, aprovechando la situación saneada de las finanzas publicas que dejó Clinton. Junto a ello, el comportamiento relativamente favorable de los mercados de materias primas (especialmente el del petróleo), la recuperación de las bolsas y la estabilidad en los mercados de deuda pública están contribuyendo a relativizar algunos de los negros pronósticos formulados tras el 11-S. El margen de maniobra de las autoridades económicas para neutralizar la siniestra combinación de terror y recesión sigue siendo importante. Pero el carácter global de la amenaza requiere la máxima cordinación y cooperación entre los gobiernos.
A la posición próxima al equilibrio de las finanzas públicas en EE UU y Europa se añade la ausencia de tensiones inflacionistas que posibilitan estímulos monetarios adicionales, especialmente en el área euro. Todos los datos de inflación que se están conociendo apuntan a su rápida convergencia hacia ese límite del 2% como promedio para la zona. De la misma forma que el BCE erró al considerar que Europa estaba inmunizada frente a la desaceleración estadounidense, puede volver a equivocarse en la rapidez de la recuperación con que parece contar. Resistiendo al suministro de estímulos monetarios, esa institución puede obligar a un deterioro de las finanzas públicas en Europa superior al necesario, ya sea por la más rápida e intensa entrada en juego de los estabilizadores automáticos o, simplemente, por la pretensión de algunos gobiernos de compensar la ausencia de estímulos monetarios mediante estímulos fiscales.
Que no es precisamente el momento de la inhibición política, sino de la gestión activa y coordinada de los gobiernos, no sólo está justificado por los riesgos de recesión, sino por los igualmente importantes de involución en el proceso de integración económica y financiera internacional. La historia es pródiga en ejemplos de las consecuencias a las que conducen las políticas tendentes al aislamiento comercial o financiero. El reforzamiento del proceso de globalización, la extensión del libre comercio a un mayor número de países es ahora mças necesario que nunca. El lanzamiento de una nueva ronda de liberalización comercial en el seno de la OMC sería muy buena señal.
Pero siguen siendo poderosos los factores de incertidumbre y su reflejo en la confianza de los consumidores. La sociedad estadounidense se enfrenta a un desafío inedito: su capacidad para gestionar el terror. Tiene a su favor un factor que no existió en crisis precedentes: mecanismos de coordinación internacional. De ellos depende en buena medida que las Consecuencias económicas de la guerra actual no sean tan dramáticas como las de aquella que inspiró ese título a Keynes.
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