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Columna
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Mambrú se fue a la guerra

Estamos en guerra. Y suena raro. Para empezar no sabemos cómo estamos, si en guerra como civilización, en guerra como alianza o como nación. Para algunos como las tres, para otros como ninguna -porque no se puede llamar guerra a la persecución de delincuentes como no sea en sentido metafórico- aunque para bastantes sobre todo no como la última, porque la nación ya se halla inmersa en otra guerra que clama pacificación y exige un debate que se inauguró, ya es casualidad, el mismo día en que estallaba el conflicto bélico entre unos valores y los del terrorismo sólo que podía haberse llamado de otra manera, digo el debate, quizá normalización política. Una cosa está, sin embargo clara, que a la guerra ya no se va como antes en plena euforia patriótica de banderas, trémolos de bombardino, multitudinarias despedidas en andenes y gritos de gora esto y aquello.

Ahora se va a la guerra como Mambrú, pero como el Mambrú que no volvió, es decir sin que nadie le eche en falta. Y es que las guerras cada vez son más raras. Cuando participamos en la guerra yugoslava aquello se enfocó como un problema metafísico. Sólo había objetos enfrentándose a objetos con la particularidad de que unos eran más inteligentes que otros. Así, no se podía comparar el cociente intelectual de un misil con el de un puente. Lo malo era que las cosas también se rebelaban y producían a veces ciertos entes colaterales que no eran sino muertos, los típicos muertos civiles de todas las guerras. Ahora viene a ser casi lo mismo pero a un grado de abstracción superior. Porque en el otro bando no hay objetos que destruir, los misiles -inteligentes- parecen agotar su esencia en la pura autodestrucción. La nada del cacharro llamado misil se disuelve en la nada de lo llamado Afganistán.

Tanto es así que no parece haber ni enemigo. El llamado Bin Laden puede estar lo mismo allí que en las Montañas Rocosas, porque al disponer de la ventaja del que golpea primero, lo mismo se puso a buen recaudo antes de la masacre de las Torres Gemelas, y qué mejor refugio que la propia tierra del enemigo donde podría estar disfrazado de fakir que se gana la vida en las playas de Malibú. Hombre, siempre les quedarán los talibán, digo a los misiles, pero no hace falta ser Clausewitz para saber que no se matan moscas a cañonazos. De modo que tendrá que intervenir la tropa y ahí ya hay una inteligencia a la que se le pueden pedir responsabilidades. Porque si esa guerra es una guerra en la que estamos implicados habrá que exigir que no se cometan barbaridades, partiendo siempre de que matar ya es una barbaridad en ciertos momentos desgraciadamente insoslayable. ¿O hay quien cree que se puede desactivar la trama Landen-talibán sólo con buenas palabras?

Desprovistos de la ayuda saudí -la última que les quedaba- no parece que los talibán vayan a resistir mucho máxime cuando los dólares y los rublos están ahora juntos en el otro bando. Podrán movilizar -a la fuerza- a muchos afganos y podrán contar con la adhesión -entusiasta- de miles de fanáticos procedentes de Pakistán, pero privados de recursos -hasta los narcos han desmontado sus chiringuitos- y obligados a presentar batalla de manera convencional -porque tienen que estabilizar frentes contra la invasión y las Fuerzas del Norte- serán barridos en poco tiempo. Otra cosa es que subsistan focos guerrilleros. Y con ellos tendrán que vérselas los nuevos dueños del país. Con ellos y con todo lo demás.

Porque el verdadero problema para los afganos va empezar el día después. De un lado están las rivalidades étnicas y tribales que podrían resurgir en cuanto caiga Kabul. De otro, la absoluta pobreza de un país que ya no era más que ruinas y que podría regresar al opio, no en vano le era imputable el 75% de la producción mundial. Finalmente, habrá la apuesta por unos valores laicos y democráticos que estarán en pugna constante con unos valores religiosos más o menos extremos que ya operaban, v. g. contra la mujer, desde antes de los sangrientos seminaristas. Estamos en guerra y a lo mejor ganamos pero no me gustaría verme en la piel del afgano triunfante.

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