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Tribuna
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La conmoción futura: la próxima fase y estrategia política de la guerra

Conforme la campaña militar remodela las líneas de combate en Afganistán, ha comenzado ya una pugna política entre bastidores para ver quién controla el futuro de posguerra de esta tierra crónicamente inestable.

En el interior del país, los principales actores que maniobran para hacerse con la ventaja son dos grupos dispersos de fuerzas de la oposición, uno en el norte y otro en el sur, que están separados por líneas étnicas y religiosas. Ambos se oponen a la milicia talibán en el poder, cuyos días parecen estar contados por el ataque contra ellos dirigido por Estados Unidos.

Las fuerzas del norte, principalmente uzbekas, ya están compitiendo con los grupos pastún del sur, que se han aliado con el rey en el exilio para intentar convencer a Washington de que utilice su poder de tal modo que ayude a una facción o la otra a tomar la iniciativa en el ataque contra Kabul, la capital. Fuera de Afganistán, los principales poderes regionales que entran en el juego son, por encima de todo, el vecino Pakistán, además de Irán y Uzbekistán, antigua república soviética. Todos son países musulmanes que han visto a Afganistán como una anárquica arena donde luchar por enemigo interpuesto -y para el tráfico lucrativo de armas y drogas-.

'Si la Alianza toma Kabul significaría que Washington pierde el control de la política'

Está claro que, como han dado a entender altos cargos estadounidenses que rehúyen dar explicaciones detalladas, uno de los objetivos de la guerra para Estados Unidos es conseguir un nuevo Gobierno en Kabul lo bastante fuerte como para garantizar, tal vez enviando inspecciones extranjeras, que los territorios afganos no vuelvan a caer bajo el control de terroristas internacionales como el grupo Al Qaeda, dirigido por Osama Bin Laden, el principal sospechoso de terrorismo.

La clave para proporcionar un régimen postalibán viable reside en una coalición étnicamente equilibrada, en 'un Gobierno de base amplia', como dijo la semana pasada Tony Blair, primer ministro del Reino Unido, en la exposición más clara del pensamiento de Occidente sobre el tema.

Es significativo el hecho de que Blair lo dijera en Pakistán, país que ha mantenido un control indirecto sobre Afganistán a través de la influencia de sus servicios de inteligencia en los líderes talibanes, de origen predominantemente pastún.

En su llamamiento a un cambio de régimen en Kabul, Blair se mantuvo alejado de cualquier compromiso preciso acerca de las opciones en conflicto que preocupan a los gobiernos occidentales y sus aliados regionales, así como sobre sus maniobras para hacerse con el futuro poder.

Estos temas se pueden resumir en tres preguntas:

1. ¿Qué fórmula política permitirá a Afganistán romper con su trayectoria de fragilidad política? ¿Cómo puede evitar el Afganistán de la posguerra las guerras civiles y venganzas que surgen de las rivalidades personales y étnicas, y que ya han destruido otros regímenes y llevado al poder al movimiento radical talibán?

2. Si el régimen comienza a derrumbarse desde dentro debido a las presiones de los ataques dirigidos por EE UU, como ha predicho el secretario de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, ¿se podría rehabilitar a alguno de los líderes talibanes que han desertado e incluirlos en un nuevo Gobierno afgano?

3. ¿Cuánta voz y voto deberá tener el vecino Pakistán a la hora de forjar los acuerdos políticos afganos de posguerra y cómo se puede elevar el estatus internacional de Afganistán para reducir la participación activa de Pakistán a través de la frontera y que contribuyó al surgimiento de un Estado terrorista dentro del Estado?

La falta de acuerdo en estos delicados aspectos del futuro de Afganistán ha convencido a la Administración de Bush para enviar al secretario de Estado, Colin Powell, a un viaje imprevisto a Pakistán e India este fin de semana en busca de algún consenso sobre la futura estabilidad de la zona.

Para Estados Unidos, lo más urgente es cómo construir una nueva alianza política entre las facciones afganas que estarán preparadas para reemplazar a los talibanes. El interés actual de las facciones es utilizar el apoyo aéreo de EE UU para sus propios planes.

'La Alianza del Norte quiere una guerra aérea de EE UU rápida y dura que ayude a sus tropas a avanzar hasta Kabul', dice un alto cargo británico. El ex rey Mohamed Zahir Shah y sus seguidores quieren más tiempo para poder organizar a las tribus del sur 'y ver a la mayoría pastún desempeñar un importante papel en la derrota de los talibanes y en la toma de la capital', añadió.

Londres, afirmó, prevé problemas políticos si Kabul cae bajo la Alianza del Norte. Este grupo, dominado por las facciones étnicas uzbecas y tayikas y por los musulmanes shiíes -una minoría en Afganistán, donde predominan los suníes- alcanzó un impresionante récord de represión, corrupción y caóticas luchas intestinas los cuatro años que, a mediados de los noventa, dominaron la capital.

Según fuentes occidentales, la Administración Bush, al compartir esta reticencia a que la Alianza del Norte controle Kabul, reconoce que las perspectivas de una cooperación étnica estable en Afganistán se verían muy comprometidas desde el comienzo si las minorías uzbecas y tayikas parecieran demasiado poderosas.

Según estas mismas fuentes, para una estabilidad a largo plazo, la superioridad política tiene que ir a la mayoría pastún, de hecho, a las tribus del sur, a las que Rumsfeld ha empezado a referirse en sus reuniones informativas en el Pentágono.

'Será una prueba de la influencia del equipo de Bush: si la Alianza del Norte toma Kabul, significaría que Washington está perdiendo el control de la política', manifestó una fuente británica que participa en el debate.

La continuación de la superioridad pastún, incluso tras la expulsión de los talibanes, se considera esencial en Pakistán, cuyos lazos políticos, religiosos y geográficos con Afganistán lo hacen indispensable para la coalición liderada por EE UU.

Para el presidente Pervez Musharraf, el papel de los pastún forma parte de la lista de las exigencias políticas de Pakistán como precio de su cooperación. Esta semana señaló públicamente que la Alianza del Norte no debe 'sacar ventaja' de la lucha actual, mensaje que ha sido entendido en Washington y Londres como una advertencia para que frenen las ambiciones de la alianza.

'Si la Alianza del Norte llenara el vacío de poder, nos veríamos arrastrados de nuevo a la anarquía y las atrocidades que hemos visto en el pasado', dijo el general Musharraf. Quiere tranquilizar a la opinión pública paquistaní en el sentido de que su país no perderá del todo su influencia con la caída de los talibanes, que, al igual que la mayoría de los paquistaníes, son musulmanes suníes de origen étnico pastún.

Al ofrecer una fórmula amplia para un régimen de posguerra afgano, Olivier Roy, uno de los más importantes especialistas franceses, con amplia experiencia en Afganistán, dijo que el país necesitaba reunir un Gobierno que representase las principales facciones religiosas y étnicas del país con un líder titular como Zahir Shah, el antiguo monarca de 86 años, que vive en Roma.

Un representante con amplios poderes de la comunidad internacional podría desempeñar entonces un papel crítico en Kabul, y utilizar el flujo de la ayuda internacional para la reconstrucción para promover la cooperación y penalizar las luchas internas entre las facciones afganas rivales.

'La gran esperanza es la fantástica adaptabilidad de los afganos y su espíritu comercial, que no ha desaparecido en las décadas de pobreza e intensificación de la guerra', dijo Roy.

Desde su punto de vista, Estados Unidos y sus aliados probablemente acaben por ofrecer a Afganistán un Plan Marshall en miniatura para animar la reconstrucción del país y crear incentivos para la estabilidad.

Según dijo, en un principio será necesaria una fuerza de paz de la ONU que incluya contingentes de naciones musulmanas para impedir la violencia étnica en Kabul y para evitar que los grupos locales intenten obstruir el tráfico en las principales carreteras del país.

Explicó que las autoridades nacionales y locales en el Afganistán de la posguerra tendrán que incluir, casi con toda seguridad, a algunos antiguos altos cargos del movimiento talibán y añadió que su presencia podría contribuir a garantizar una representación adecuada de los pashtun del país.

Todos los miembros importantes de la cúpula talibán deben ser apartados de sus puestos en el Afganistán de posguerra, dijo, refiriéndose no sólo a los altos cargos vinculados a los terroristas de Osama Bin Laden, sino también a los jefes religiosos y militares vinculados al servicio de espionaje paquistaní.

'La clave para la estabilidad en la región está en otorgar a Afganistán un estatus de neutralidad real', dijo Roy, refiriéndose a que no debe seguir siendo contemplado como un territorio en el que los países vecinos -principalmente Pakistán- puedan esperar crear zonas de influencia y territorios que le sirvan de colchón.

'La mayor preocupación se centra en la capacidad de la Administración de Bush para comprender que entre los verdaderos objetivos de Pakistán está el de mantener el derecho a entrometerse en los asuntos de Afganistán', afirmó Roy.

La protección de Afganistán frente a futuras injerencias de Pakistán depende de la capacidad de la Administración de Bush para resistirse a hacer concesiones políticas a Pakistán que permitan dejar la puerta entreabierta a las operaciones de espionaje paquistaní en las zonas fronterizas afganas, añadió el experto.

Al mismo tiempo, continuó, Washington tendrá que contribuir a idear concesiones que permitan al general Musharraf salvar las apariencias.

Joseph Fitchett es analista del International Herald Tribune.

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