No porque lo diga Bin Laden
El domingo por la tarde comenzaron los ataques contra Afganistán, y unas horas más tarde la cadena de televisión por satélite Al Yasira hacía público un mensaje de Osama Bin Laden cuyo análisis no debemos escamotear por el hecho de que provenga de un personaje detestado por su inaceptable acción terrorista. Como se ha dicho sin cesar estos días, la lucha contra el terrorismo es muy compleja y, sobre todo, muy difícil. No existe un remedio evidente, pero, junto con las estrategias policiales y de fuerza, se debe también luchar contra sus causas, y es ahí donde la política entra decididamente en juego. Y en Oriente Medio se han acumulado multitud de problemas, conflictos y lamentables situaciones humanas cuyas raíces son profundamente políticas. Ningún movimiento clandestino puede operar sin apoyo popular y sin un entorno que esté dispuesto a aportar reclutamientos, apoyos económicos y medios propagandísticos. Así mismo, busca ganar popularidad y comete sus atentados en el momento en que cree que se dan las condiciones para conseguir adhesión a su causa. Este es también el caso del turbulento y turbio grupo de Bin Laden. La prueba está en el contenido completamente político de su mensaje.
Ningún movimiento clandestino puede operar sin apoyo popular
La política de EE UU no ha tenido en cuenta al ser humano en esa parte del mundo
Bin Laden ha hecho una declaración que, lejos de representar simplemente al 'loco de Alá' que casi todos esperaban en el mundo occidental -reduciéndose a imprecaciones culturalistas, fanatismo irracional y menciones ultrarreligiosas-, ha puesto el dedo en la llaga de los conflictos y tragedias humanas que asolan la región y que están diariamente presentes en el sentir de las poblaciones musulmanas.
No porque lo diga Bin Laden deja de ser una realidad que desde el reparto colonial tras la Primera Guerra Mundial, Oriente Medio ha vivido una desgracia tras otra, en muy buena parte consecuencia de la injerencia y los intereses externos: la división artificial de Estados al servicio de las potencias extranjeras, la manipulación de esas potencias de las minorías cristianas orientales generando conflictos confesionales, la instalación de élites gobernantes al servicio de las mismas potencias para desgracia de sus poblaciones, la creación de Israel y el abandono de los derechos palestinos, el derrocamiento de gobiernos nacionalistas a favor de dictaduras (como hizo la Administración Eisenhower en 1953 en Irán contra Mosaddeq a favor del posterior régimen del Shah), el apoyo y consolidación de sátrapas como Sadam Husein que, antes de ser en 1991 el Hitler de Oriente Medio, fue durante una década el hombre de Occidente frente al Irán de Jomeini (como ha ocurrido con el propio Bin Laden en el marco afgano)...
Tampoco porque lo diga Bin Laden deja de ser una realidad que la dependencia que Arabia Saudí tiene de protección militar exterior le haya llevado a caer en la contradicción de permitir que se instalen bases norteamericanas en un territorio que los propios saudíes han convertido intensivamente en símbolo sagrado del islam, si bien al servicio de su propia legitimidad para mantener un régimen despótico y tribal que no tiene capacidad para alzar la voz y defender las injusticias que castigan a las poblaciones del mundo musulmán, al que pretende representar en exclusiva.
Y no porque lo diga Bin Laden deja de ser cierto que existe un silencio culpable ante la muerte y sufrimiento de los niños iraquíes sometidos a un embargo injusto y letal cuyos objetivos políticos de derrocamiento del régimen iraquí han sido probadamente ineficaces, y que existe una inaceptable insensibilidad ante la violencia diaria que sufren los palestinos porque el apoyo incondicional de EEUU a Israel ha prevalecido sobre el derecho internacional y el sufrimiento humano.
Es decir, la política estadounidense no ha tenido en cuenta al ser humano en esta parte del mundo (y no sólo aquí), y Bin Laden hace de la acumulación histórica de sufrimiento y humillación que padecen las poblaciones musulmanas el principal elemento de movilización a su favor.
La manipulación y oportunismo de Bin Laden de ese sufrimiento en beneficio de su espúrea causa no lo hace irreal. Existe, y es la raíz del problema, y en tanto que no se resuelvan esos problemas con un cambio de la política internacional en esta zona, no podremos luchar verdaderamente contra el terrorismo que representa este personaje. Esa política internacional está principalmente liderada por EE UU, y de ahí que en la declaración de Bin Laden sea éste el objetivo sustancial de sus amenazas y no el mundo occidental en general. Y no se les odia por su cultura, sino por su política exterior, y eso es algo que también queda claro en el mensaje. No se trata de una lucha entre civilizaciones y culturas, el contenido básicamente político de la declaración de Bin Laden lo muestra sobradamente, porque si considerase que ésa es la clave para movilizar al mundo musulmán a su favor, no hubiese dudado en recurrir a ello con el mismo oportunismo. Esto es de una gran significación para todos aquellos que también de manera oportunista quieren reducir la complejidad de lo que está pasando a una lucha contra los valores occidentales para no tener que afrontar la solución política de los problemas. Por tanto, si se quiere acabar con los Bin Laden, además de perseguirlos y juzgarlos por sus crímenes en tribunales internacionales, EE UU y sus aliados tendrán que modificar su política en el Oriente Medio, y eso significa mucho más que sólo añadir en cada discurso que no se trata de una guerra contra el islam o el mundo musulmán, y mucho más que limitarse a generar más odio con escaladas militares que producen más sufrimiento humano, como es el caso de la población afgana en la actualidad (y tampoco caer en el cinismo de, primero, bombardear, y luego, lanzar comida y medicamentos). De esa humillación y dolor seguro que Bin Laden sacará también partido.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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