Terror y conflicto político
Conocí a François Santoni a finales del pasado junio, mes y medio antes de que fuera asesinado. Coincidimos en un programa radiofónico de France Culture para hablar sobre terrorismo nacionalista, él sobre el caso de Córcega y yo sobre el de Euskadi. Era un tipo bastante imponente, con su elevada estatura y su cráneo rapado; tenía mirada huidiza y hablaba con voz suave. Describió con tintes acerbos a sus antiguos correligionarios, a cuyas criminales prácticas mafiosas no concedía ninguna legitimidad política: creía que el gobierno francés se equivocaba tomándoles como interlocutores fiables. En cambio, criticaba al gobierno español por intentar resolver el problema vasco policialmente y era partidario en este caso de la negociación. Le expliqué que la extorsión y demás procedimientos gangsteriles también se daban entre nosotros, pero él insistió en que había conocido a etarras durante su estancia en la cárcel y le parecían gente 'normal'... supongo que por comparación con los que a él más le preocupaban. Aunque le señalé que el concepto de 'normalidad' es estadístico, no moral, y que los cazadores de cabezas de la Papuasia también son normales a su modo sin que ello les convierta en ideales cívicos, creo que no le convencí. He notado que quien padece a nacionalistas violentos siempre considera a los suyos especialmente perversos, mientras que tiende a disculpar un poco a los que hostigan al vecino. En cualquier caso, cuando describí el Estatuto vasco y la autonomía que concede, Santoni exclamó que él se conformaría muy gustoso con algo semejante para Córcega. Bueno, puede que él sí -ya nunca lo sabremos-, pero estoy seguro de que el resto de la mafia corsa continuará sus fechorías como si tal cosa, argumentando con santa indignación que el conflicto político sigue en pie. A la experiencia vasca me remito.
A partir de los atentados del 11 de septiembre, parece que la mayoría de los países empiezan a tomarse en serio, como cosa de todos y no sólo como furúnculo exótico de unos cuantos, el tema del terrorismo. Nunca es tarde si la dicha es buena. La tendencia a comprender y justificar a bandas de asesinos integristas siempre que actúen fuera de las propias fronteras parece haber llegado a su fin. Es evidente que los Estados democráticos están llenos de defectos y abusos, pero no menos claro resulta que ni la ideología ni los procedimientos de los grupos fanatizados que atacan a la población civil para hacerse valer políticamente son el camino de enmendarlos. Tienen razón Arzallus, Llamazares y otros pensadores del mismo calibre cuando nos recuerdan que no todos los terrorismos son iguales. Algunos, como el de los indudablemente maltratados palestinos, surgen de una frustración desesperada que se convierte de manera explicable pero nefasta en coartada de atrocidades agresivas y represivas que aumentan cada vez más los males ya enquistados; en cambio, otros, como el de los criminales vascos de andorga llena y chalet en la costa para veranear poniendo bombas, proceden de la pura mugre xenófoba que calumnia y sabotea las libertades democráticas dentro de las cuales viven tan ricamente. Pero todos ellos tienen algunos rasgos en común, que es bueno subrayar si a este peligro global se le quiere adecuadamente dar una respuesta también global, es decir, internacional. A este fin resultan muy interesantes los estudios de Mary Kaldor, que fue profesora de la cátedra Jean Monnet de Estudios Europeos y actualmente dirige el programa para la Sociedad Civil Global en la London School of Economics. Su obra principal sobre el tema, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, acaba de ser muy oportunamente publicada por la editorial Tusquets. Y también ha aparecido un artículo suyo en EL PAÍS el pasado día 27 ('Comprender el mensaje del 11 de septiembre').
Para la profesora Kaldor, los movimientos terroristas actuales -el crimen político organizado a gran escala- son una forma nueva de guerra, que tiene que ser afrontada con una combinación de instrumentos políticos y policiales (en casos extremos acepta recurrir a una combinación de lo policial y lo militar, como se ha intentado en Kosovo). Lo distintivo de estas supermafias ideologizadas es crear por medios criminales un tipo especial de conflicto político: 'En estas 'nuevas guerras', el objetivo ya no es la victoria militar. La estrategia consiste más bien en obtener poder político sembrando el miedo y el odio, creando un clima de terror'. Su propósito es convertir en insostenible la situación de aquéllos de los que quiere librarse, por medio de la amenaza violenta y la recompensa a los afectos a su proyecto de dominio: 'En lugar de crear un entorno favorable para la guerrilla, la nueva guerra pretende construir un entorno desfavorable para todos aquellos a los que no puede controlar. El dominio del propio bando se basa en la distribución de beneficios positivos (...). Depende, más bien, de mantener el miedo y la inseguridad y de perpetuar los odios recíprocos'. El objetivo es 'controlar a la población deshaciéndose de cualquiera que tenga una identidad distinta (o incluso una opinión distinta)'. El tema de la identidad es fundamental, porque en él se apoya el conflicto político que intenta crear el terrorista. 'Al decir 'política de identidades', me refiero a la reivindicación del poder basada en una identidad concreta, sea nacional, de clan, religiosa o lingüística. (...) La nueva política de identidades consiste en reivindicar el poder basándose en etiquetas: si existen ideas sobre el cambio político o social, suelen estar relacionadas con una representación nostálgica e idealizada del pasado. (...) A diferencia de la política de las ideas, que está abierta a todos y, por tanto, tiende a ser integradora, este tipo de política de identidades es intrínsecamente excluyente y, por tanto, tiende a la fragmentación. (...) Es decir, aunque las nuevas guerras parecen deberse a diferencias entre distintos grupos lingüísticos, religiosos o tribales, también pueden considerarse como conflictos en los que representantes de una política de identidades particularista cooperan para suprimir los valores del civismo y del multiculturalismo. En otras palabras, se pueden considerar guerras entre el exclusivismo y el cosmopolitismo'. Como es lógico, este tipo de conflicto político alimentado por medio del terror crea un determinado perfil de víctimas: 'A menudo, los primeros civiles que se convierten en blanco de los ataques son los que defienden una política diferente, los que intentan mantener unas relaciones sociales incluyentes y cierto sentido de la moral pública'. ¿Soluciones? Naturalmente, Mary Kaldor no tiene una varita mágica para resolver la cuestión, pero apunta que 'lo que se necesita es una nueva forma de movilización política cosmopolita, que comprenda tanto a la llamada comunidad internacional como a las poblaciones locales y que sea capaz de contrarrestar la sumisión a diversos tipos de particularismo. (...) El objetivo es establecer un entorno seguro en el que la gente pueda actuar con libertad y sin miedo y en el que puedan fomentarse formas políticas incluyentes. Es preciso encontrar maneras de marginar a los responsables de la limpieza étnica, no darles más importancia al incluirles en las negociaciones'.
Aunque la profesora Kaldor no menciona en el libro específicamente el caso vasco, parece obvio que su estudio puede servirnos de ayuda para contextualizar nuestro terrorismo casero dentro de coordenadas más amplias de agresión a las instituciones democráticas basadas en la ciudadanía y no en la etnia. Es lo que intentamos hacer desde hace tiempo en movimientos ciudadanos como Basta Ya, por ejemplo cuando fuimos a Estrasburgo a reclamar del Parlamento Europeo no sólo la condena de la violencia, sino también el apoyo a planteamientos políticos no etnicistas. En esa línea -precursora de medidas que hoy se solicitan internacionalmente contra el terrorismo y sus propósitos políticos- se encaminó también nuestro apoyo al pacto por las libertades y contra la violencia, así como a las medidas judiciales contra el entramado financiero y propagandístico de ETA. Y nuestro explícito respaldo a las leyes fundamentales que amparan a nacionalistas y no nacionalistas, en lugar de deslegitimarlas a fin de dar paso a otras con las que se encuentren 'cómodos' quienes viven para hacer la vida imposible a los demás... a veces quitándosela. En su momento y después nos ganamos por todo ello las iras no sólo de los instalados en el régimen nacionalista, sino también de cierta izquierda en acelerado proceso de descomposición teórica y política, la misma que critica por igual 'la dependencia de Batasuna respecto a ETA y la del PSOE respecto al PP'. Me da la impresión de que a estos maquiavelos de guardarropía, ansiosos de tocar por última vez algo de poder antes de desaparecer en el sumidero de la historia, les queda ya poco tiempo de vigencia: aunque todo salga de la cabeza, no conviene confundir la caspa con las ideas... ni siquiera para 'ser de izquierdas'.
En el País Vasco hay formaciones políticas que condenan la violencia y, por tanto, se niegan a aceptar como legítimo conflicto político el que la violencia sustenta; y otras que condenan la violencia pero recomiendan para solucionarla 'moverse' en la dirección conflictiva que el terrorismo impulsa. Es pintoresca la indignación de los gerifaltes del PNV al no verse representados en una institución como el Consejo del Poder Judicial: los mismos que excluyen diariamente de su régimen a los partidarios de la constitución española hasta para dar pregones de fiestas se quejan amargamente de que otros representantes del Estado del que tanto se benefician y al que sin tregua desacatan les sean de repente ariscos. Gente de buen corazón dice que no hay que portarse con ellos como ellos se portan con los demás y puede que tengan razón: pero también será preciso, digo yo, mostrarles de modo fehaciente que su comportamiento político no puede salirles eternamente gratis. No sé si habrá 'regresión' autonómica, pero estoy seguro de que la única e intolerable involución política que nos amenaza es el despedazamiento institucional de un Estado democrático moderno en beneficio de intereses sectarios, apoyados en el crimen, en cuyo lenguaje la palabra 'diálogo' significa 'déme usted de una vez la razón'. Los próximos meses serán decisivos para ver en qué para todo esto.
Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.