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Bush desea reabrir de inmediato el aeropuerto de Washington como símbolo de normalidad

La proximidad del National a la Casa Blanca y el Capitolio plantea problemas de seguridad

Si un avión se desvía de la ruta hacia el aeropuerto de Washington para estrellarse contra la Casa Blanca, la torre de control sólo podría advertirlo seis segundos antes del impacto. Aun así, Bush quiere reabrir inmediatamente el aeropuerto de la ciudad por temor al impacto económico que tiene su cierre y como símbolo de normalidad. La reapertura, que puede anunciarse hoy, depende de la instalación de nuevos sistemas de radares. El aeropuerto National, rebautizado como Ronald Reagan National Airport, está situado en un terreno ganado al río Potomac, en el corazón de Washington.

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La capital de Estados Unidos está acostumbrada a aviones en vuelo bajo recién despegados o a punto de aterrizar: es un precio asequible a cambio de tener la terminal a tiro de piedra. De hecho, el aeropuerto se construyó en buena medida gracias al impulso de congresistas y senadores venidos de fuera, encantados ante la idea de que su despacho en el Capitolio y su asiento de primera en los aviones estuvieran sólo separados por un puente sobre el río de la ciudad.

Ahora, semejante proximidad ha dejado temporalmente sin empleo a unas 10.000 personas, debido a motivos de seguridad. El National cerrado es, junto con el lateral destrozado del Pentágono, el signo más evidente del cambio de los tiempos en la capital. Y no es una paradoja que, segundos antes del atentado del 11 de septiembre, los empleados del Pentágono pensaran que el avión se dirigía correctamente hacia su pista de aterrizaje.

Hace unos días, el secretario de Transporte anunció que el deseo del Gobierno de EE UU es reabrir lo antes posible el aeropuerto. Un portavoz de la Casa Blanca rectificó sutilmente al secretario, Norman Mineta, y anunció un debate más complejo antes de tomar la decisión. La corrección en público refleja perfectamente el dilema al que el Gobierno se enfrenta en privado: cómo abrir el aeropuerto con garantías de que el Despacho Oval de la Casa Blanca no será el próximo objetivo de un terrorista suicida.

Ni las medidas clásicas ni las nuevas sirven para el National. Incrementar la seguridad con militares en las terminales -como ocurre ya en decenas de aeropuertos- o sentar a policías aéreos en el interior de los aviones no garantiza que se pueda evitar el desastre, porque la pista está peligrosamente cerca de los principales edificios públicos del país. La seguridad no sólo debe actuar en contra de la mente y el comportamiento de los terroristas, sino también en contra del tiempo.

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El problema es técnicamente irresoluble. Los sistemas de seguimiento aéreo instalados en las torres de control actualizan la posición de los aviones cada vez que el radar da un giro completo, lo que ocurre a intervalos de cuatro segundos y medio. Si un avión a punto de aterrizar en el National cambiase repentinamente su ruta para estrellarse contra la Casa Blanca, tardaría sólo 16 segundos en recorrer la distancia entre la ruta correcta y el edificio presidencial.

Peor aún: dado que los ordenadores que controlan los radares aéreos están programados para corregir errores de lectura, la pantalla no reflejaría la primera señal de cambio de trayectoria, porque la interpretaría como un error de cálculo. De esta manera, pasarían nueve segundos hasta que el controlador aéreo detectara el cambio de ruta. Dicho de otra forma, quedarían seis segundos para que el controlador avisara a la Casa Blanca de que un avión está a punto de echárseles encima. Ni siquiera habría tiempo de activar un sistema de misiles antiaéreos en los jardines presidenciales, si es que alguna vez llegara a instalarse tal y como han sugerido algunos expertos en seguridad.

Soluciones y parches

Las soluciones van desde la sofisticación tecnológica hasta el parche temporal. Se puede proponer, por ejemplo, obligar a los aviones a instalar pilotos automáticos imposibles de desconectar, de manera que el aterrizaje o el despegue del National sea siempre controlado por las máquinas, no por los pilotos. El sistema quedaría desconectado en cuanto el aparato estuviera a suficiente distancia como para poder advertir y actuar contra cambios drásticos de ruta.

Otra propuesta es tan simple como prohibir el uso de las pistas en sentido norte; es decir, hacia la ciudad. Dado que la pista apunta hacia la Casa Blanca con una exactitud asombrosa, se puede obligar a todos los aparatos a usar el asfalto en el otro sentido. Esta alternativa, obviamente, sirve para los que despegan, pero no corrige el problema de seguridad que plantean los aviones que aterrizan.

Sea cual sea la decisión que anuncie finalmente el presidente Bush, parece seguro que pasará por la reapertura de la terminal. El alcalde de Washington, Anthony Williams, que suma éste a los incontables problemas municipales de la ciudad, recuerda constantemente al presidente que del aeropuerto dependen unos 5.300 millones de dólares anuales (más de 950.000 millones de pesetas) en lo que se refiere a actividad empresarial.

El Pentágono, el Servicio Secreto, la CIA y el FBI piden paciencia en la decisión, pero el presidente George W. Bush parece dispuesto a dar la espalda a esta sugerencia. Como dijo ayer el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, hay que encontrar 'un equilibrio aceptable' entre la seguridad y la economía de la ciudad.

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