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Los excesos del 'presidente'

Algunos británicos empiezan a estar preocupados por los excesos del presidente. Pero no del presidente Bush, sino del presidente Blair, que estos días más parece el pragmático jefe del Estado de una república paternalista que primer ministro de la muy institucional y parlamentaria Gran Bretaña.

John Prescott, uno de los pesos pesados del laborismo y viceprimer ministro de Blair, admitió ayer que hay preocupación en el Partido Laborista y en la población por el grado de apoyo de Gran Bretaña a EE UU. Pese a ello, el congreso anual del partido, que empezó ayer en Brighton con 4.000 pacifistas manifestándose, aprobará una declaración 'de apoyo unánime' en la lucha contra el terrorismo, afirmó Prescott.

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Algunos laboristas hubieran preferido una actitud algo más distante, como la adoptada por alemanes y franceses. Otros le reprochan a Blair que se haya lanzado a una campaña contra el régimen afgano sin saber exactamente cuáles son los mandatos jurídicos y los procesos institucionales que hay que respetar. Blair ha intentado frenar los excesos verbales en los últimos días y del 'hombro con hombro' con América y la 'guerra al terrorismo' de los primeros días ha pasado a poner en primer plano la ayuda humanitaria, la llamada 'política de pan y bombas'.

La izquierda británica teme que en nombre de una causa justa se acaben recortando las libertades. Temen, por ejemplo, que el Gobierno trate de imponer un documento de identidad. Blair lo desmiente con la boca pequeña, pero admite que su objetivo es defender a los ciudadanos, aunque eso suponga recortar derechos civiles.

También le reprochan que haya reunido una sola vez a su Gabinete desde el 11 de septiembre, lo que le facilita aislarse de posiciones más moderadas que las suyas. Blair se limita a despachar mano a mano con el ministro que le conviene en cada momento y escucha, sobre todo, a sus colaboradores íntimos.

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O que sólo haya convocado una vez al Parlamento. Su desarraigo de Westminster es un gesto de desprecio que nunca cometieron ni Winston Churchill durante la II Guerra Mundial ni Margaret Thatcher durante la guerra de las Malvinas, recordaba esta semana un comentarista del muy blairista The Guardian.

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