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Diversidad estilística y temática en la nueva temporada literaria

Escritores de generaciones e intereses diferentes presentan títulos en los últimos días

El zumbido de la maquinaria editorial se oye ya de manera diáfana. En los últimos días ha coincidido presentando nuevos títulos en Madrid de un puñado de autores nacidos en los sesenta -Martín Casariego, Antonio Álamo o Mauricio Montiel-, junto a autores de sobrada experiencia, como Javier García Sánchez o Ariel Dorfman. Agustín Cerezales publica su segunda novela, Paco Ignacio Taibo II se embarca en narrar una aventura total, Fanny Rubio continúa explorando en el pasado reciente y Rosa Pereda se sumerge en la maraña de las cuitas amorosas.

Una vez más resulta indiscutible que es la infinita variedad de estilos y temáticas la que marca la pauta de los libros con que las editoriales han desembarcado en los escaparates tras la pausa veraniega. Entre las múltiples presentaciones que se han realizado estos días en Madrid han coincidido tres autores nacidos en los sesenta. Cada uno procede a su manera y pocas cosas son las que tienen en común.

Martín Casariego (Madrid, 1962) cambia de género en Campos enteros llenos de flores (Muchnik), donde abandona la novela para reunir nueve relatos en los que, como otras veces en su obra, aborda esos minúsculos episodios que configuran la pasión amorosa, con su calvario de desengaños. Se sirve de Máximo C., un imaginario escritor fracasado, para recrear las sacudidas de una misma pasión, pero en circunstancias muy diversas. Casariego ha reconocido que estos relatos tienen una fuerte carga personal. Antonio Álamo (Córdoba, 1964) defiende 'la ironía como un valor esencial de la literatura', y bajo ese prisma, en su nueva novela, Nata soy (Mondadori), lo que hace es reconstruir los pasadizos del Vaticano de nuestros días bajo la excusa de una crisis que atraviesa el Papa en la que se insinúa de fondo el ruido de las travesuras del demonio. Desfile de disfraces y eminencias ilustrísimas, mucha agilidad, deudas con la narrativa anglosajona para poner en escena lo que ocurre cuando 'la duda se cierne sobre una Iglesia que propugna la infalibilidad papal'.

El mexicano Mauricio Montiel Figueiras (Guadalajara, 1968) se sitúa en un registro muy distinto en La penumbra inconveniente (El Acantilado). El motor esencial que alimenta este libro de relatos es la búsqueda de las señas de identidad del individuo en el interior de la muchedumbre que pulula por las grandes ciudades. Un libro plagado de resonancias literarias, escrito fragmentariamente y que arranca con el hallazgo casual de un portafolios que contiene una libreta llena de anotaciones con una portada de un cuadro de Edward Hopper. Generacionalmente próximo a los autores mexicanos del crack -entre los que destaca, sobre todo, Jorge Volpi y su libro En busca de Klingsor-, Montiel reconoce que sus inquietudes son radicalmente otras.

'Creo que me tocaba un revolcón de ternura después de tanto sexo duro', comenta Javier García Sánchez (Barcelona, 1955) a propósito de Falta aire (Planeta), su nueva novela. Una propuesta 'profundamente ideológica', dice, que se sostiene en tres elementos: 'El afán por conservar la riqueza de nuestra lengua, la voluntad de denunciar un estado cultural que ha perdido todo derrotero y las ganas de contar una historia que suscite lágrimas y sonrisas'. La relación de un viejo melómano enfermo de Parkinson y su cuidadora sostiene la trama, en la que la música tiene un protagonismo esencial.

El escritor chileno Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942) ha optado por el suspense. El autor considera que el mundo se ha convertido en un gran laboratorio en el que muy pocos deciden sobre el destino de muchos. El protagonista de Terapia (Seix Barral), un guru del marketing que dirige una multinacional ecológicamente correcta, pertenece al grupo de los poderosos, pero deberá inmiscuirse en el mundo de los controlados por él. Partiendo de esa base argumental, Dorfman ha construido una novela profética de intriga psicológica en la que arremete contra el sistema. 'Los poderosos han perdido el control de la realidad', dice Dorfman, y subraya que para este libro 'necesitaba un dios, un hombre capaz de hacer y deshacer a su antojo'.

Agustín Cerezales (Madrid, 1957) hace una segunda incursión en la novela con Mi viajera (Alfaguara). En este caso, el autor de Perros verdes apuesta por las vicisitudes de un personaje femenino (una editora de 40 años, casada y separada tres veces) en un terreno abonado de pasiones y desencuentros. El escritor ha dejado a su personaje moverse con mucha libertad y éste le ha obligado al autor a asumir el riesgo de mezclar varios géneros narrativos. El resultado es una escritura ágil donde aflora el interés de Cerezales por 'reflejar lo que está en el ambiente'.

Situaciones disparatadas

Quince años ha tardado Paco Ignacio Taibo II (Gijón, 1949) en escribir la que considera la más ambiciosa de sus novelas, Retornamos como sombras (Destino). Un thriller vibrante situado en el México de los años cuarenta, narrado por 'un tipo recluido en un frenopático', y en el que se cuentan situaciones disparatadas que protagonizan los indígenas chiapanecos, Hitler o Hemingway, entre otros. 'Mi obsesión era la de hacer la novela de aventuras total', dice Taibo, que cree que es precisamente la novela 'la única capaz de poner orden en el caos que habitamos'. También subraya el desafío que ha supuesto hacer legible un libro en el que se mezclan historias tan distintas.

Fanny Rubio ha presentado El hijo del aire (Planeta), una novela en la que continúa su exploración en la memoria más reciente que ya iniciara en títulos anteriores. La historia sigue las peripecias de una 'abuela de mayo' que llega a Madrid en busca de su nieto, hijo de desaparecidos de la dictadura argentina. A partir de ahí, Fanny Rubio cuenta las investigaciones judiciales y policiales, al tiempo que recupera el clima emocional de la época y revela el mundo sentimental de ese nieto perdido. 'Intento recrear una parte de la realidad aparente', comenta la autora, 'para que a través de la literatura surja la verdad de lo ocurrido'.

'El amor es algo que nos pasa a todos', comenta Rosa Pereda (Santander, 1949). Pero no de la misma manera. Así que en su El amor: una historia universal (Espasa), la escritora propone un amplio recorrido, 'siempre con ironía', sobre las maneras de vivir el amor en las diferentes culturas. 'Es un libro de ideas y de relatos', comenta, un ensayo que cabalga entre la historia y la antropología para indagar en la variedad de ritos y formas que canalizan socialmente ese terremoto que termina influyendo decisivamente en la vida de las personas.

El loco afán por agradar

Son muchos los títulos que se publican cada temporada y, por tanto, el largo y complejo camino que cada autor debe recorrer para llegar al lector se puebla de dificultades. La satanización del mercado como responsable último de la falta de ambiciones culturales de muchos escritores no siempre se corresponde con la realidad. En todas las conversaciones con los autores que publican recientemente se observa una doble preocupación. De un lado, el legítimo afán de agradar. O, lo que es lo mismo, la voluntad de ser leído. La pasión amorosa en todas sus variantes, la recuperación de las turbulencias del pasado más inmediato o la recreación de ambientes cargados de dinamita son algunas de las estrategias que se cultivan para conectar con el lector. Pero también para dar salida a un mundo propio. Y ahí reside la segunda guerra de los escritores actuales, la de pugnar con el lenguaje y las formas, la estructura y el estilo, para hacer de sus historias algo más que una sucesión de anécdotas para entretener.

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