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El Péntagono rebaja el perfil bélico de la operación

Enric González

NO HAY QUE EXAGERAR el aspecto bélico de esta guerra', repiten los portavoces del Pentágono. Una guerra con poco contenido bélico suena a contrasentido. Pero los planes de Estados Unidos, después de unas primeras jornadas en las que dominaron las reacciones viscerales, apuntan en esa dirección: George W. Bush ha escuchado los consejos de Colin Powell, el prudente secretario de Estado, y acepta que contra el terrorismo hay que combatir de puntillas y en silencio.

Los movimientos ordenados hasta ahora por el Pentágono ayudan a intuir cuál será la estrategia, tan secreta que sólo un puñado de personas, quizá no más de 20, la conocen en su totalidad. Para empezar, no hay envío masivo de tropas. El escenario de la guerra del Golfo, en el que chocaban dos ejércitos convencionales, no tiene nada que ver con esto. Sólo han sido desplegadas unas cuantas unidades de marines como dotación de los portaaviones Theodore Roosevelt, Carl Vinson y Enterprise; en total, unos 5.000 soldados de combate, una centésima parte de los utilizados contra Irak en 1991.

Todo indica que al menos una parte de Delta Force, la unidad de operaciones especiales más selecta y clandestina de las fuerzas estadounidenses, ha sido también desplazada a las cercanías de Afganistán. Lo más probable es que los miembros de Delta Force, y quizá otras fuerzas de élite, hayan sido enviados a Uzbekistán, un país dispuesto a colaborar al máximo con Estados Unidos, cuya frontera sur permite el acceso directo a la región afgana bajo control de la Alianza del Norte que lucha contra los talibán.

El despliegue de aviación tampoco es parecido al de 1991. Estados Unidos cuenta en la región con varios centenares de cazabombarderos F-14 Tomcat y F/A-18 Hornet, estacionados en los portaaviones o en bases de Arabia Saudí, Turquía y Kuwait, y con los bombarderos lanzamisiles B-52 de la base de Diego García, en el océano Índico. Eso debería bastar. La opción del bombardeo masivo sobre Afganistán ha sido descartada (hay muy poco que destruir), y en principio sólo se cuenta con utilizar la aviación para apoyar a los guerrilleros de la Alianza del Norte o para lanzar maniobras de diversión como apoyo a alguna operación de los comandos estadounidenses. El objetivo, en Afganistán, se centra en Osama Bin Laden y en su fuerza de combate, compuesta por menos de mil hombres. Se ha hablado demasiado de Bin Laden como para permitir que se escabulla; si dentro de unos meses no está muerto o detenido, el apoyo popular a la campaña de Bush se desvanecerá.

La destrucción del régimen talibán, que al principio se consideraba necesaria, no figura en los planes; Washington tiene desagradables experiencias históricas en lo referente a inventar Gobiernos y grupos supuestamente amigos en el extranjero (los talibán se hicieron con Afganistán gracias, en parte, a la ayuda estadounidense mientras combatían a los soviéticos) y prefiere obrar con cautela. El actual Gobierno talibán es difícilmente tolerable para la Casa Blanca, pero otro Gobierno emanado del mismo régimen guerrillero-religioso podría ser aceptado. La delicada situación en Pakistán, donde parte de la población simpatiza con los talibán, aconseja además obrar con sutileza en territorio afgano.

La secuencia prevista para la primera fase de la campaña antiterrorista es, por tanto, doble: neutralización de Osama Bin Laden y de la infraestructura de Al Qaeda en Afganistán, y sustitución del actual Gobierno talibán por otro menos hostil hacia Occidente.

Las siguientes fases de la campaña, que Bush ha definido como 'larga', dependerán de los resultados de la primera. Si se fracasa con Bin Laden y Afganistán, tomarán fuerza los halcones del Pentágono, que reclaman una guerra abierta contra los regímenes hostiles del mundo musulmán, empezando por Irak. Ése sería ya otro escenario, más inquietante que el actual.

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