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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Presupuesto 'ciego'

Los Presupuestos del Estado están perdiendo importancia ante los ciudadanos como palanca de política económica, y su influencia sobre la sociedad también decrece. Ello sucede a causa de la globalización, pero también porque las cuentas públicas pierden credibilidad. Esta última percepción se ha agudizado desde 1996, porque los Gobiernos de Aznar no sólo han reducido a la mínima expresión el papel del Estado y del dinero público en la generación de riqueza, sino que han procurado obstaculizar la comparación y transparencia de las cuentas del Presupuesto.

Por desgracia, la característica más llamativa del Presupuesto para el año próximo, presentado ayer, poco tiene que ver con la discusión técnica sobre la capacidad inversora del Estado o en qué partidas debe recortarse el gasto público, sino con la imposibilidad de comparar de forma exacta el Presupuesto de 2002 con el elaborado para el presente año. Escudándose en los cambios realizados en el sistema de financiación autonómica, Hacienda ha presentado unas cuentas públicas no homogéneas con la serie de este año, de forma que no se pueden precisar las apuestas económicas del Ejecutivo.

El Presupuesto consolidado para 2002, el primero que se expresa únicamente en euros, insiste en el resultado esperado de déficit cero. Pero resulta muy difícil creer en la coherencia de las grandes cifras. En primer lugar, porque se han calculado sobre la base de una tasa improbable de crecimiento económico (2,9% para el conjunto del año) y una tasa de inflación también irreal (el 2%), una inconsecuencia que el equipo económico se resiste a corregir. Y después, porque el ministro de Hacienda ya anunció que el año próximo se aplicarán cambios fiscales relevantes -en el IAE o en el tratamiento fiscal de los fondos de pensiones- que tendrán un efecto importante sobre las cuentas públicas. Así que las cuentas públicas presentadas ayer difícilmente pueden ser tomadas como referencia.

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El resorte más poderoso del Presupuesto es la inversión en infraestructuras. Las cifras presentadas presumen de aportar un crecimiento del 10,4% sobre el año pasado, hasta 1,45 billones de pesetas. Pero, debido a la falta de homogeneidad con las cifras de 2001, la comparación resulta inverificable. De la misma forma, otra pieza importante del gasto público, el subsidio de desempleo, puede empezar a acrecentarse el año próximo en cuanto el mercado laboral se resienta; y lo mismo podría decirse de otros capítulos presupuestarios como las pensiones o la sanidad.

Más allá de la insistencia en el déficit cero -un objetivo razonable en condiciones de alegría de la coyuntura, pero una obsesión ideológica en las actuales, que nada revela sobre el modo en que pretende el Gobierno actuar sobre la sociedad a través del Presupuesto-, las cuentas públicas dibujadas por Hacienda parecen un ejercicio sin prioridades. Son tan aleatorias como las del año pasado y el anterior. Como el Gobierno no expone qué objetivos pretende alcanzar con el dinero público ni la política fiscal que quiere desarrollar, las cuentas resultan ininteligibles en términos políticos. Sirva como ejemplo la sorprendente reducción de la tasa radioléctrica desde los 160.000 millones exigidos este año a los 60.000 millones que en 2002 se exigirán a las empresas de telecomunicación. Ni se explicó por qué se imponía la tasa anterior ni se explica ahora por qué se reduce.

Puede decirse que estamos ante un Presupuesto ciego, inexplicado e inexplicable; y precisamente en un momento muy delicado, cuando la amenaza de recesión en el mundo requiere que el Estado demuestre que tiene capacidad e iniciativa para tomar decisiones. Ni éste es el Presupuesto que necesita el país ni la actitud de los responsables económicos es la más adecuada para transmitir la seguridad de que se tomarán las medidas necesarias para mitigar el impacto de la crisis.

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