Los atentados de Nueva York ejercen un efecto devastador en la cultura americana
Broadway sufre pérdidas millonarias y Hollywood limita la escenificación de la violencia
Los norteamericanos no están para fiestas. Los atentados de las Torres Gemelas han tenido efectos devastadores en el teatro, el cine, la música, la televisión y el arte. Se han aplazado estrenos, cancelado conciertos y reescrito guiones. Mientras lucha por conservar una audiencia deprimida, la cultura se enfrenta a serios dilemas: ¿es posible disfrutar de una buena obra en medio de tanta tragedia? ¿Cuándo se podrá volver a parodiar al presidente Bush? ¿Es aconsejable la autocensura? ¿Hay que limitar la escenificación de la violencia? Los principales productores de Broadway calculan que en dos semanas han perdido cerca de mil millones de pesetas en taquilla.
Cinco espectáculos teatrales que ya tenían problemas de recaudación, entre ellos el Rocky Horror Picture Show, han cerrado. Otros cinco: El fantasma de la ópera, Chicago, The Full Monty, Rent y Los miserables, que viven sobre todo de los turistas, se han encontrado con cientos de butacas vacías y han pedido a sus actores, con el acuerdo de sus sindicatos, que cobren un 25% menos durante un mes para salir del paso. Otros han conseguido salvarse por los pelos, como Kiss me, Kate, gracias a los esfuerzos de su compañía.
Se han retrasado producciones. El Roundabout Theater ha cancelado, por ahora, el estreno de Assasins, el último musical de Stephen Sondheim, porque trataba de asesinos de presidentes. Sin tantos recursos, el Off-Broadway lo lleva aún peor. El Soho Repertory, uno de los teatros más alternativos, ha tenido problemas para llenar su sala, situada en el perímetro de emergencia de la policía.
Para evitar hundirse del todo, Broadway se ha movilizado. El pasado lunes, sus cantantes más conocidos grabaron un vídeo musical del famoso New York, New York, haciendo un llamamiento a los espectadores. También ha multiplicado las galas benéficas a favor de las víctimas, en las que han participado Marisa Tomei o Kathleen Turner (que está a punto de estrenar la versión teatral de Mrs. Robinson), entre otros muchos.
Logística
Los efectos se han notado menos en los conciertos. El Metropolitan matuvo su gala Verdi, con la que inició su temporada de ópera, pero el Lincoln Center ha cancelado su festival de Rachmaninoff. El tributo a John Lennon que debía celebrarse en el Radio City Music Hall, con Lou Reed y Alanis Morrissette, entre otros, también ha sido suspendido. No sólo es una cuestión de audiencia, sino de logística. Muchos artistas extranjeros se han negado a viajar a Estados Unidos o, simplemente, no han podido encontrar vuelos o visados.
En el cine, el panorama no es mucho más brillante. Los largometrajes con alguna temática violenta, como Collateral damage, de Arnold Schwarzenegger, o Big trouble, de Tim Allen (que incluye un atentado en un avión), han sido aplazados indefinidamente. También se han cancelado las cinco horas de episodios extraordinarios de la serie La ley y el orden sobre un ataque bacteriológico contra Nueva York.
En pleno proceso de autoflagelación por escenificar en exceso la violencia en películas como Independence Day, Hollywood promete ahora dramas patrióticos y comedias familiares. 'La gente ahora se da cuenta de que no es el momento de explotar las películas de acción de la forma más frívola', comentaba hace unos días a The New York Times David Ladd, un antiguo ejecutivo de la Metro Goldwin Mayer. 'Este suceso ha hecho que todos seamos más prudentes'.
La industria ha tomado como ejemplo el precedente de otras crisis que conmocionaron el país. En la II Guerra Mundial, los espectadores, hartos de tanta muerte, se abalanzaron sobre películas dulzonas como La señora Miniver o los musicales. Después del asesinato de Kennedy, Sonrisas y lágrimas, Doctor Zhivago o Mary Poppins fueron los grandes éxitos del momento.
Pero reír a carcajada limpia también ha resultado ser un problema en estos últimos días. Los programas humorísticos de la noche se encontraron con un serio dilema ante la magnitud de la tragedia. Imposible mofarse de la situación o de las meteduras de pata de George Bush. El único de los presentadores estrella que se atrevió a soltar una broma discreta la noche de la tragedia fue David Letterman. 'El FBI ha encontrado un tío con barba en la Casa Blanca: ha resultado ser Al Gore' (por el nuevo look del ex presidente demócrata).
Los políticos han sustituido a las estrellas en los sillones de invitados. Todos los temas se refieren a los acontecimientos. Los guionistas del Saturday night live, el programa satírico por excelencia de la televisión norteamericana, han confesado que no saben qué van a escribir cuando reinicien la temporada el próximo sábado.
Luego viene la autocensura y sus excesos. Clear Channel Communications, la mayor cadena de radio de Estados Unidos, con 1.170 emisoras y 110 millones de oyentes, publicó el pasado martes una lista de canciones que pueden herir la sensibilidad de los norteamericanos y convendría no emitir. Incluyen títulos como Imagine, de John Lennon, o Bridge over troubled water, de Simon and Garfunkel. Las consignas no han sido muy seguidas.
La respuesta entre los intelectuales ha sido cuanto menos diversa. En el último número de la revista The New Yorker, con una portada enteramente negra, John Updike hablaba de la libertad como el 'elixir de la humanidad, aunque se vuelva un veneno'. Susan Sontag arremetía contra las televisiones y los políticos en su intento por 'infantilizar al público', y criticaba la manipulación de Washington: 'Estemos todos de luto, pero no seamos todos estúpidos'.
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