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Columna
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Halcones, palomas e inquisidores

El presidente del Gobierno comparecerá hoy ante el Congreso para informar a los diputados sobre la cumbre extraordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea (UE) celebrada el pasado fin de semana. Los 15 miembros de la Comunidad, incluidos los socios que no pertenecen a la Alianza Atlántica, aprobaron una resolución que considera 'legítima' la decisión estadounidense de 'llevar ante la justicia y castigar a los autores, los responsables y los cómplices' de los atentados del 11 de septiembre. De añadidura, los países de la UE se han comprometido -cada cual 'según sus medios'- a participar en operaciones dirigidas a 'objetivos definidos', incluidas las acciones contra 'los Estados que ayuden, apoyen o den cobijo' a los terroristas. Los procedimientos aplicados por las naciones europeas para combatir el terrorismo internacional sin renunciar al contenido esencial de sus propios valores merecen un debate público, tan inevitable en la práctica como consustancial a la teoría de la democracia. Esa discusión ha comenzado ya en el seno de la dolorida opinión pública americana; los ciudananos europeos tampoco podrán mantenerse al margen de ese debate.

El Pleno del Congreso permitirá conocer hoy las diversas lecturas y las distintas intepretaciones dadas por las fuerzas políticas del arco parlamentario al texto de la resolución de la UE. El Gobierno cometería un grave error si confundiera consenso con unanimidad: siempre que exista un acuerdo de fondo, sería ilegítimo expulsar a las tinieblas exteriores a los portavoces que mantengan opiniones discrepantes sobre cuestiones discutibles. Con independencia de las oportunidades de lucimiento que las operaciones militares concedan en el futuro a los estrategas de café, los defensores de puntos de vista opuestos tampoco deberían sustituir los argumentos de sus tesis con estereotipos descalificadores: mientras los halcones serían belicosos aventureros sedientos de sangre, las palomas llevarían a la derrota por su búsqueda de la paz a cualquier precio. Los diputados tienen la obligación moral de renunciar a la tentación de deslegitimar a sus adversarios mediante ese maniqueo recurso retórico y el deber político de explicar a los ciudadanos las razones de sus propuestas.

Mucho más grave sería, por lo demás, trasladar esos estereotipos desde las divergencias -reales- sobre los procedimientos hasta la búsqueda -imaginaria- de metas ocultas: nunca faltan inquisidores dispuestos a equiparar las discrepancias de las palomas con la traición y a convertir a los críticos de los halcones en agentes emboscados del enemigo. La necesaria discusión sobre las medidas contra el terrrorismo adecuadas a una sociedad democrática es indisociable del análisis de sus causas. La invocación genérica al hambre, la pobreza y la injusticia para explicar los atentados del 11 de septiembre sólo es un recurso de la buena conciencia para rehuir respuestas precisas a preguntas concretas; si ese compasivo diagnóstico humanitario fuese acertado, la duración del tratamiento aplicado a erradicar el terrorismo evocaría la broma macabra de Keynes: 'A largo plazo, todos estaremos muertos'.

Las generalizaciones causales de orden religioso y cultural pecan de idéntico simplismo: según Gilles Kepel (La yihad. Expansión y declive del islamismo, Península, 2001), el integrismo subyacente al terrorismo no es coextensivo con el islam sino un fenómeno fechado históricamente (las tres últimas décadas del siglo XX), potenciado por la revolución iraní, realimentado por la guerra de Afganistán y condenado a la derrota tras sus fracasos en Malasia, Pakistán, Argelia, Sudán y Egipto. Los atentados contra Estados Unidos parecen la brutal provocación de terroristas desesperados que buscan una respuesta indiscriminada, exasperada y vengativa de sus adversarios: los errores de cálculo en las operaciones contra los Estados cómplices y los hostigamientos a las minorías de inmigrantes musulmanes en el mundo occidental serían utilizadas por las organizaciones terroristas ligadas al islamismo integrista como herramientas aplicadas a mantener o ampliar su influencia sobre una comunidad de creyentes que condena muy mayoritariamente desde hace tiempo sus crímenes.

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